Lic. en Derecho
Cuando inicia el proceso de socialización en la primera infancia, se crea una diferenciación de los roles de género y los niños y las niñas quedan sujetos a las normas que definen lo “masculino” y lo “femenino”.
La igualdad de las personas en dignidad y derechos sin distinción alguna es el fundamento principal de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). La Ley General de Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes establece el Derecho a la Igualdad Sustantiva, esto significa que todas las personas menores de edad tienen derecho al mismo trato y oportunidades para el goce de sus derechos.
Sin embargo, este derecho se ve vulnerado, debido a que aún antes del nacimiento, durante el proceso de gestación, se generan expectativas sobre las formas de conducirse y actuar de acuerdo con el sexo del bebé; por ejemplo, se asignan colores específicos para la vestimenta, según los ordenamientos sociales, una vez que se conoce si será hombre o mujer.
Quienes rodean a la mujer embarazada comienzan a juzgar el valor de los hombres respecto de las mujeres. Esas ideas estereotipadas se refuerzan en niños y niñas conforme van creciendo, debido a que los familiares, el personal docente y la sociedad en general tienen expectativas distintas para los niños que para las niñas.
Una vez que inicia el proceso de socialización durante la primera infancia, hay una diferenciación de los roles de género a partir de los estereotipos de lo que significa ser hombre y ser mujer en nuestra sociedad.
Esto sucede en todos los ámbitos de desarrollo de la infancia, principalmente en la familia y la escuela. Los niños y las niñas quedan sujetos desde muy temprana edad a las normas que definen lo “masculino” y lo “femenino”. A los niños se les dice que no deben llorar, que no deben sentir temor, que no deben perdonar y que deben ser enérgicos y fuertes. A las niñas, por otro lado, se les requiere que no sean exigentes, que perdonen, que sean complacientes, serviciales y que se “comporten como damas”.
Esos papeles que se asignan a los niños y las niñas en función del sistema sexo-género y las expectativas que se cifran en ellos y ellas crean profundas desigualdades y brechas sociales que se ven reflejadas desde la infancia y hasta la vida adulta. Uno de los ejemplos más evidentes de esta diferenciación es el juego. Existen juegos y juguetes que perpetúan roles y estereotipos, asignándole a las niñas las labores de cuidado, crianza, cuestiones de belleza y cuidado personal; enviando mensajes acerca de su comportamiento; deben ser sensibles, hogareñas, maternales y sumisas. Mientras que entre los niños se promueven juegos para el desarrollo físico, científico y juguetes que incitan a la agresión y resolución violenta de conflictos; esperando que sean activos, dominantes, autoritarios, independientes y competitivos.
Estas conductas reforzadas y aprendidas desde una temprana edad van generando una normalización de la violencia de género. Justificando, de forma errónea, que los hombres sean violentos debido a la creencia falsa de que son naturalmente agresivos. Y obligando a las mujeres a aceptar un papel de sumisión y aceptación de esta violencia.
Es importante que comencemos a tomar medidas que impacten directamente a esta diferenciación entre niños y niñas. Necesitamos promover juegos y juguetes inclusivos, que fomenten otros tipos de habilidades a los roles clásicos de género, dejar de asignar códigos de vestido y arreglo personal de acuerdo con el sexo, como que las niñas lleven falda en el uniforme escolar y los niños el cabello corto.
En este sentido, una manera de garantizar el derecho a la igualdad sustantiva es impulsar acciones que incidan en la transformación de los roles y estereotipos de género, de manera que niños y niñas puedan elegir libremente sobre su identidad.
Esos papeles que se asignan a los niños y las niñas en función del sistema sexo-género y esas expectativas que se cifran en ellos, crean profundas desigualdades y brechas sociales que se reflejan en la infancia y la vida adulta