ADOLESCENTES MIGRANTES Y MASCULINIDAD
Emigrar puede tener como objetivo construir una casa propia, lograr la emancipación, pero también llegar a ser el jefe de su propia familia.
El patriarcado no solo trasciende fronteras culturales y generacionales, sino también territoriales. Al menos esa es la experiencia de cientos y miles de adolescentes varones mexicanos que cruzan la frontera México-Estados Unidos sin documentos y sin la compañía de familiares. No solo se trata de cifras, aún cuando solo en el primer trimestre del año 2018, desde Estados Unidos fueron repatriados un total de 3001 menores de edad, de los cuales 85% eran varones, 8 de cada 10 viajaban no acompañados y oscilaban entre los 12 y 17 años de edad. También se trata de sus experiencias migratorias y cómo éstas, además de evidenciar la pobreza estructural en que viven junto con sus familias, revelan narrativas de masculinidad, es decir, aprendizajes y presiones para ser y actuar como un hombre, mismos que reproducen y demuestran desde el momento en que “deciden” emprender el viaje migratorio.
Alfonso (el nombre fue cambiado), un chico de 17 años de edad, originario de Guanajuato, a quien entrevisté hace unos años después de que fue detenido por la Border Patrol y repatriado a México, expresaba que él decidió ir “al otro lado” porque en su casa había mucha necesidad. Incluso, tiempo atrás uno de sus hermanos había cruzado la frontera y quería lograr lo que él, pues ya había comprado una troca. Pero para Alfonso, lo más importante era ir a trabajar para juntar dinero, construir una casa propia porque quería casarse y, según expresó, no le gustaría vivir “apretado” con sus padres, además le preocupaba evitar problemas entre nueras e hijos. El caso de Alfonso pone al descubierto cómo la masculinidad se configura entre algunos adolescentes migrantes, pero, sobre todo, que es resultado de un patriarcado arraigado y extendido.
Su narrativa es muy similar a la de decenas de adolescentes migrantes, oriundos de diferentes regiones de México, que han cruzado la frontera y han sido repatriados al país. Proponerse emigrar a Estados Unidos para trabajar y ganar dólares, además de aludir al viejo cliché del sueño americano, claramente resalta la idea de constituirse en el hombre proveedor económico, mientras que emigrar con el plan de construir una casa propia se puede traducir en una meta para lograr la neolocalidad, la emancipación del patriarca en la familia extendida, pero también en la aspiración de llegar a ser el jefe de su propia familia y con ello detentar autoridad; finalmente, la idea de casarse en un futuro no solo resalta la heterosexualidad, sino también el interés en reproducirse, en la capacidad sexual, en el poder ser un padre en un futuro.
A final de cuentas, los adolescentes migrantes aprenden a ser hombres en el contexto de una cultura patriarcal, bastante enraizada en México aún en pleno siglo XXI, pero también están presionados para demostrar que son hombres y emigrar es una forma de hacerlo. No solo se trata de las carencias económicas o de las aspiraciones personales, también se trata de una masculinidad hegemónica que emana del sistema patriarcal y que los adolescentes han interiorizado, la cual estipula un conjunto de mandatos entre los cuales se encuentran ser proveedor, ser heterosexual, ser padre, y además, ser valiente. Después de todo, decidir emprender el viaje migratorio al norte de México —una región muy violenta, por cierto— y cruzar la frontera, implica tener valor ante los riesgos.
Migrar al norte, cruzar la frontera, al menos para los adolescentes mexicanos no acompañados, es un rito de masculinidad que evidencia una socialización de género patriarcal, pero también que los presiona a demostrar que son hombres de verdad, y que en el caso de aquellos que no lo logran, como Alfonso, el fracaso puede minar su orgullo y aspiraciones para ser reconocidos como tales. Después de todo, como ha dicho un especialista, la masculinidad es un arma de dos filos que no solo enaltece la hombría, sino también somete a quien la reproduce.
El caso de Alfonso pone al descubierto cómo la masculinidad se configura entre algunos adolescentes migrantes; pero, sobre todo, que es resultado de un patriarcado arraigado y extendido