Dra. en Derecho
Nuestro lenguaje es fértil y generoso; usamos femenino o masculino, de manera directa y no como en otras lenguas que se distinguen entre sí por el artículo determinado o indeterminado que precede al sustantivo. No soy lingüista y no pretendo hacer descubrimientos lingüísticos; tan solo reflexiono en lo que, acaso no había hecho, llevada por la costumbre de mis tiempos en que, por ejemplo, si entre mujeres, el número que fuera, se encontraba un hombre, era válida la referencia en masculino. Y cómo le oí decir a doña Griselda Álvarez Ponce de León, querida amiga, la entrañable escritora y política: ¿Cuál es la razón de que no sea a la inversa? Y con toda razón. Solo era la fuerza de la costumbre masculina impuesta por la diferencia biológica que pretendía encontrar debilidad en la mujer a causa de su complexión y de la maternidad, de sentimientos innatos de protección y ternura, sin advertir que justo en su función de procreación le corresponde la parte más bella y sublime que la hace más poderosa y particular.
¿Hombres necios? ¡No! Hombres que no encontraron la forma de proteger a las mujeres ni con la misma intensidad ni con el mismo sentimiento y hallaron el refugio de su fuerza física y acaso en la liberación de las imposiciones biológicas. Dominios que forjaron para trastornar el cuidado y la solidaridad de las mujeres hasta el servilismo de estas, desde lo fisiológico hasta lo económico y lo social que se fue construyendo por centurias.
La masculinidad es una respuesta a la femineidad (sinónimo en el diccionario de suavidad, delicadeza, ternura) contra la reciedumbre del hombre. Hombres necios los que suponen débil a quien da vida y vive un parto, porque ambas, maternidad y paternidad ejercen función similar en la vida; cuyo valor es idéntico y la actividad biológica es obra de la naturaleza. Mujer y hombre son tan necesarios para crear vida como para la crianza de la descendencia.
Durkheim lleva toda la razón cuando se refiere a la solidaridad espontánea para realizar la fundamental función de procreación, que no es sino la noble tarea de perpetuar la especie. Estereotipos y prejuicios prefabricados cuya demolición o transformación podrían tardar tanto como su construcción. Sin embargo, los avances en la igualdad van caminando y pronto irán volando como las dos alas que sostienen al ave; que se mueven igual, de idéntica manera. Lo masculino o femenino no puede ser un dato significante para la vida material, para lo cotidiano; no hay más o menos valor entre el padre y la madre; o entre el hermano y la hermana, sino el que le demos.
El sentimiento de igualdad es asumir y respetar a hombres y mujeres, esto es, a la persona, al ser humano. Las diferencias son inválidas salvo hoy las acciones afirmativas para alcanzar la equidad de género, que no son para las mujeres y se dirigen a equilibrar. Las construcciones de género (femenino o masculino) no admiten diferencias sociales, políticas o económicas y todo lo que estos rubros conllevan. Y en tanto se estructuren las sociedades por la economía, mujeres y hombres deben tener igualdad de oportunidades para educarse, capacitarse y generar riqueza de acuerdo a estándares de libertad y decisión propia.
Para ello no bastan leyes sino la construcción de acciones afirmativas que incidan para apresurar ese paso que un día se estancó. Mi propuesta en este corto espacio se concreta en insistir en la ratificación del Convenio 156 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre los trabajadores con responsabilidades familiares, igualdad de oportunidades y de trato entre trabajadores y trabajadoras (1983).
Lo masculino o femenino no puede ser un dato significante para la vida material, para lo cotidiano; no hay más o menos valor entre el padre y la madre; o entre el hermano y la hermana, sino el que le demos