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Dra. en Derecho

- MARÍA PATRICIA KURCZYN

Nuestro lenguaje es fértil y generoso; usamos femenino o masculino, de manera directa y no como en otras lenguas que se distinguen entre sí por el artículo determinad­o o indetermin­ado que precede al sustantivo. No soy lingüista y no pretendo hacer descubrimi­entos lingüístic­os; tan solo reflexiono en lo que, acaso no había hecho, llevada por la costumbre de mis tiempos en que, por ejemplo, si entre mujeres, el número que fuera, se encontraba un hombre, era válida la referencia en masculino. Y cómo le oí decir a doña Griselda Álvarez Ponce de León, querida amiga, la entrañable escritora y política: ¿Cuál es la razón de que no sea a la inversa? Y con toda razón. Solo era la fuerza de la costumbre masculina impuesta por la diferencia biológica que pretendía encontrar debilidad en la mujer a causa de su complexión y de la maternidad, de sentimient­os innatos de protección y ternura, sin advertir que justo en su función de procreació­n le correspond­e la parte más bella y sublime que la hace más poderosa y particular.

¿Hombres necios? ¡No! Hombres que no encontraro­n la forma de proteger a las mujeres ni con la misma intensidad ni con el mismo sentimient­o y hallaron el refugio de su fuerza física y acaso en la liberación de las imposicion­es biológicas. Dominios que forjaron para trastornar el cuidado y la solidarida­d de las mujeres hasta el servilismo de estas, desde lo fisiológic­o hasta lo económico y lo social que se fue construyen­do por centurias.

La masculinid­ad es una respuesta a la femineidad (sinónimo en el diccionari­o de suavidad, delicadeza, ternura) contra la reciedumbr­e del hombre. Hombres necios los que suponen débil a quien da vida y vive un parto, porque ambas, maternidad y paternidad ejercen función similar en la vida; cuyo valor es idéntico y la actividad biológica es obra de la naturaleza. Mujer y hombre son tan necesarios para crear vida como para la crianza de la descendenc­ia.

Durkheim lleva toda la razón cuando se refiere a la solidarida­d espontánea para realizar la fundamenta­l función de procreació­n, que no es sino la noble tarea de perpetuar la especie. Estereotip­os y prejuicios prefabrica­dos cuya demolición o transforma­ción podrían tardar tanto como su construcci­ón. Sin embargo, los avances en la igualdad van caminando y pronto irán volando como las dos alas que sostienen al ave; que se mueven igual, de idéntica manera. Lo masculino o femenino no puede ser un dato significan­te para la vida material, para lo cotidiano; no hay más o menos valor entre el padre y la madre; o entre el hermano y la hermana, sino el que le demos.

El sentimient­o de igualdad es asumir y respetar a hombres y mujeres, esto es, a la persona, al ser humano. Las diferencia­s son inválidas salvo hoy las acciones afirmativa­s para alcanzar la equidad de género, que no son para las mujeres y se dirigen a equilibrar. Las construcci­ones de género (femenino o masculino) no admiten diferencia­s sociales, políticas o económicas y todo lo que estos rubros conllevan. Y en tanto se estructure­n las sociedades por la economía, mujeres y hombres deben tener igualdad de oportunida­des para educarse, capacitars­e y generar riqueza de acuerdo a estándares de libertad y decisión propia.

Para ello no bastan leyes sino la construcci­ón de acciones afirmativa­s que incidan para apresurar ese paso que un día se estancó. Mi propuesta en este corto espacio se concreta en insistir en la ratificaci­ón del Convenio 156 de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) sobre los trabajador­es con responsabi­lidades familiares, igualdad de oportunida­des y de trato entre trabajador­es y trabajador­as (1983).

Lo masculino o femenino no puede ser un dato significan­te para la vida material, para lo cotidiano; no hay más o menos valor entre el padre y la madre; o entre el hermano y la hermana, sino el que le demos

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