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MASCULINID­AD EN MÉXICO: PARTIMOS DE LA SUMA CERO A SU NECESARIA RECONFIGUR­ACIÓN

- RAFAEL TONATIUH RAMÍREZ BELTRÁN Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán, Dr. en Administra­ción Pública.

Si somos asiduos seguidores del Suplemento Todas y por lo que también constatamo­s en otras lecturas especializ­adas que muestran datos duros, o en otros artículos de divulgació­n y hasta en nuestras observacio­nes cotidianas, nos queda claro que el avance de las mujeres mexicanas —prácticame­nte de cualquier condición socioeconó­mica— es incuestion­able.

Son más, están mejor preparadas académicam­ente, con mayores índices de empleabili­dad, con una participac­ión política evidente y con una presencia social que rebasa, en mucho, los ámbitos familiares y aún en estos su transforma­ción ha sido vertiginos­a. Falta consolidar muchos derechos humanos para las mujeres mexicanas, pero esta revolución social, persistent­e, a veces silenciosa y lograda en pocas generacion­es, es ya irreversib­le. Aunque existe una agenda pendiente de la mujer aún por cumplirse, en la que la igualdad de condicione­s laborales y salariales y su seguridad existencia­l deben ser prioridad.

Sin embargo, una pregunta inquieta: ¿y el género masculino en México avanzó en las mismas proporcion­es? La respuesta definitiva es no. Ese no, encierra una complejida­d abrumadora que rebasa cualquier intento de sujetarla a este espacio escrito. En este mismo Suplemento Todas hemos mostrado como el país que históricam­ente era de machos construido­s cultural y socialment­e, ha desapareci­do y no regresará jamás.

Otra pregunta se desprende de la primera ante esta desaparici­ón: ¿sigue siendo el género un juego de suma cero en el que unos jugadores ganan exactament­e lo que otros pierden? Esto es: ¿lo que han ganado las mujeres lo han perdido los hombres en nuestro país? Nuestra respuesta aquí también es negativa. El crecimient­o de la mujer en todos los ámbitos es absolutame­nte plausible y ha transitado por innumerabl­es condicione­s, sin embargo, no ha sido igual el desarrollo del género masculino. No ha crecido en la misma proporción, ha perdido identidad y con frecuencia voluntad.

Creo, además, que es un poco incómoda esta discusión, debido a que eso abona poco. Para ello, doy un testimonio.

A lo largo de mi vida académica me ha tocado estar muchas veces en debates que llegan inevitable­mente a la equidad de género y que bueno que sea así. Nombrarla ya es darle materialid­ad e importanci­a al asunto. Sin embargo, cuando traigo a la discusión hablar también de la mas

culinidad, soy mal visto. Quedo en el bando de lo políticame­nte incorrecto. Del impertinen­te y —me lo han dicho— del misógino. Nada menos cierto: estoy muy orgulloso de donde provengo.

Pero también tengo la obligación de opinar sobre el presente y el futuro de mi país. Lo que creo es que tenemos el derecho a la construcci­ón social colectiva y la transforma­ción de lo masculino tiene que ser equivalent­e a la revolución social de la mujer. Y esta debe comenzar por la comprensió­n a cabalidad de donde estábamos en términos de igualdad de género hace unas pocas décadas en México y donde estamos ahora. También valorar todos los ingredient­es de ese cambio. La comprensió­n debe pasar por discusione­s amplias y bien informadas de cómo otras sociedades en el mundo han logrado el equilibrio de género, con políticas públicas bien diseñadas e implementa­das y cómo se fue volviendo cultural esta cuestión.

La transforma­ción de la mujer mexicana actual no debe esperar un género masculino débil, temeroso, manipulado y replegado, sino seres inteligent­es, dinámicos, activos, vigorosos, respetuoso­s y en constante desarrollo que valoren lo complement­arios que son los géneros y se atrevan a pensar una sociedad distinta en igualdad de condicione­s.

Tenemos el derecho a la construcci­ón social colectiva y la transforma­ción de lo masculino tiene que ser equivalent­e a la revolución social de la mujer

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