MASCULINIDAD EN MÉXICO: PARTIMOS DE LA SUMA CERO A SU NECESARIA RECONFIGURACIÓN
Si somos asiduos seguidores del Suplemento Todas y por lo que también constatamos en otras lecturas especializadas que muestran datos duros, o en otros artículos de divulgación y hasta en nuestras observaciones cotidianas, nos queda claro que el avance de las mujeres mexicanas —prácticamente de cualquier condición socioeconómica— es incuestionable.
Son más, están mejor preparadas académicamente, con mayores índices de empleabilidad, con una participación política evidente y con una presencia social que rebasa, en mucho, los ámbitos familiares y aún en estos su transformación ha sido vertiginosa. Falta consolidar muchos derechos humanos para las mujeres mexicanas, pero esta revolución social, persistente, a veces silenciosa y lograda en pocas generaciones, es ya irreversible. Aunque existe una agenda pendiente de la mujer aún por cumplirse, en la que la igualdad de condiciones laborales y salariales y su seguridad existencial deben ser prioridad.
Sin embargo, una pregunta inquieta: ¿y el género masculino en México avanzó en las mismas proporciones? La respuesta definitiva es no. Ese no, encierra una complejidad abrumadora que rebasa cualquier intento de sujetarla a este espacio escrito. En este mismo Suplemento Todas hemos mostrado como el país que históricamente era de machos construidos cultural y socialmente, ha desaparecido y no regresará jamás.
Otra pregunta se desprende de la primera ante esta desaparición: ¿sigue siendo el género un juego de suma cero en el que unos jugadores ganan exactamente lo que otros pierden? Esto es: ¿lo que han ganado las mujeres lo han perdido los hombres en nuestro país? Nuestra respuesta aquí también es negativa. El crecimiento de la mujer en todos los ámbitos es absolutamente plausible y ha transitado por innumerables condiciones, sin embargo, no ha sido igual el desarrollo del género masculino. No ha crecido en la misma proporción, ha perdido identidad y con frecuencia voluntad.
Creo, además, que es un poco incómoda esta discusión, debido a que eso abona poco. Para ello, doy un testimonio.
A lo largo de mi vida académica me ha tocado estar muchas veces en debates que llegan inevitablemente a la equidad de género y que bueno que sea así. Nombrarla ya es darle materialidad e importancia al asunto. Sin embargo, cuando traigo a la discusión hablar también de la mas
culinidad, soy mal visto. Quedo en el bando de lo políticamente incorrecto. Del impertinente y —me lo han dicho— del misógino. Nada menos cierto: estoy muy orgulloso de donde provengo.
Pero también tengo la obligación de opinar sobre el presente y el futuro de mi país. Lo que creo es que tenemos el derecho a la construcción social colectiva y la transformación de lo masculino tiene que ser equivalente a la revolución social de la mujer. Y esta debe comenzar por la comprensión a cabalidad de donde estábamos en términos de igualdad de género hace unas pocas décadas en México y donde estamos ahora. También valorar todos los ingredientes de ese cambio. La comprensión debe pasar por discusiones amplias y bien informadas de cómo otras sociedades en el mundo han logrado el equilibrio de género, con políticas públicas bien diseñadas e implementadas y cómo se fue volviendo cultural esta cuestión.
La transformación de la mujer mexicana actual no debe esperar un género masculino débil, temeroso, manipulado y replegado, sino seres inteligentes, dinámicos, activos, vigorosos, respetuosos y en constante desarrollo que valoren lo complementarios que son los géneros y se atrevan a pensar una sociedad distinta en igualdad de condiciones.
Tenemos el derecho a la construcción social colectiva y la transformación de lo masculino tiene que ser equivalente a la revolución social de la mujer