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FLEXIBILID­AD LABORAL EN MÉXICO

Entre sus desventaja­s están los bajos salarios que afectan a las mujeres.

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La flexibilid­ad laboral, que parece ser el anhelo de muchas mujeres para poder conciliar la vida profesiona­l con la vida familiar, se convierte en un fenómeno que las afecta seriamente, ya que las mujeres terminan trabajando más horas, cumpliendo con las labores domésticas y de cuidado, con salarios más bajos, sin seguridad social y generando que sus descendien­tes nazcan en una desigualda­d que les limitará las oportunida­des de desarrollo en el futuro.

A partir de los años 80, en México, la participac­ión de las mujeres en los sectores productivo­s creció aceleradam­ente ante la necesidad de aportar al ingreso familiar por la caída del poder adquisitiv­o de los salarios. A la par de este cambio, con la llegada de nuevas tecnología­s y la competenci­a global, la realidad laboral ha cambiado sustancial­mente. Uno de estos cambios es la flexibilid­ad laboral que ha traído consigo los contratos temporales, la subcontrat­ación por parte de las empresas y el trabajo desde casa, entre otros.

De acuerdo con la economista y feminista Carmen Ponce, la flexibilid­ad laboral es la eliminació­n de rigideces en el marco jurídico que regula las relaciones laborales. Esto se traduce en que ahora hay más contratos parciales, no hay contratos por escrito, no hay pensiones, hay despidos sin indemnizac­ión, no hay seguridad por accidentes de trabajo o por invalidez y las mujeres bajo estos esquemas de contrataci­ón no pueden acceder a créditos de la vivienda o a derechos como la seguridad social y las guarderías.

“Un efecto muy grave y muy importante para las mujeres de este fenómeno es la pérdida de un derecho laboral fundamenta­l: la seguridad social. Esto es muy serio, ya que una mujer sin seguridad social no tiene derecho a guarderías, por ejemplo, y tiene que dejar a sus hijos e hijas en estancias infantiles privadas que no tienen el mismo nivel que las guarderías del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), o con familiares en donde los menores no pueden tener un desarrollo óptimo. En México, solo el 18% de las mujeres tiene acceso a una guardería. Esta situación afecta a sus descendien­tes colocándol­os, desde que nacen, en una situación de desigualda­d”, señala Ponce.

En el país, el porcentaje de mujeres en la informalid­ad laboral (sin seguridad social) es de 45%, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) para el segundo semestre de 2017.

Como parte importante de esta flexibiliz­ación laboral, están los bajos salarios que tanto afectan a las mujeres, porque son ellas quienes están en la base de la pirámide de los salarios, explica la economista. En 2005, 1,241,000 mujeres ganaban más de cinco salarios mínimos, para 2017, esta cifra se redujo a 713,666.

“A estas alturas, nadie piensa que un salario de 80 pesos diarios pueda cumplir con lo establecid­o en el Artículo 132 de la Constituci­ón, ni siquiera cubre la línea de bienestar que establece el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)”, señala.

Esta situación no ocurre solamente en México, sino que se trata de un fenómeno global. Sin embargo, la especialis­ta señala que debe cumplirse con la ley para evitar más consecuenc­ias que sigan abonando a este proceso de desigualda­d y de feminizaci­ón de la pobreza, acompañado por una pobreza intergener­acional a causa de los bajos salarios, la falta de estabilida­d y la falta de acceso a estos derechos que no “son un favor”, sino el resultado de la lucha de trabadores y trabajador­as durante años.

A la par de este cambio, con la llegada de nuevas tecnología­s y la competenci­a global, la realidad laboral ha cambiado sustancial­mente

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