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DESIGUALDA­D ECONÓMICA

El valor económico de las labores domésticas y de cuidados no remunerado­s representa un alto porcentaje del PIB en México.

- EDITH PACHECO GÓMEZ Edith Pacheco Gómez, Investigad­ora de El Colegio de México.

Hablar del trabajo remunerado y no remunerado de mujeres y hombres nos remite a una discusión de larga data sobre la importanci­a del trabajo en la reproducci­ón de una sociedad y en la vida de las personas. A fines de la década de los setenta y principios de los años ochenta, en México se dio un amplio debate sobre el trabajo doméstico realizado en los hogares fundamenta­lmente por mujeres. Al visibiliza­r una división sexual del trabajo desigual, el debate se situaba en el carácter productivo o improducti­vo del trabajo doméstico no remunerado.

Fue el contexto de crisis de la década de los años ochenta el que focalizó la mirada sobre el trabajo remunerado de las mujeres. En esa década se presentó un incremento de participac­ión femenina en el mercado de trabajo que se adjudicó, en buena parte, a la necesidad de los hogares por contar con mayores ingresos para lograr su reproducci­ón cotidiana, pero también se indicaba que el aumento de escolarida­d en algunos sectores de la población conducía a insertarse en el mercado laboral a un grupo mayor de mujeres.

Así, mientras a inicio de los años setenta solo un poco más de 17% de las mujeres en edad de trabajar estaban insertas en el mercado de trabajo, a inicios de los noventa este porcentaje ya superaba 30%.

Una de las caracterís­ticas de la creciente participac­ión femenina, durante el periodo histórico denominado “década perdida”, fue que las mujeres casadas y con hijos se estaban incorporan­do en mucha mayor magnitud al trabajo remunerado.

Ahora bien, es hasta este siglo que se reconoce ampliament­e el carácter productivo del trabajo doméstico y de cuidados. Por un lado, son las economista­s feministas las que recuperan la discusión teórica sobre el trabajo no remunerado de las mujeres en el marco de la reproducci­ón

social. Por otro lado, el órgano que emite las recomendac­iones internacio­nales para la medición del trabajo, en el marco institucio­nal de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo ( OIT), reconceptu­aliza el concepto trabajo en su reunión llevada a cabo en 2013, reconocien­do cinco formas de trabajo, entre las que se encuentra el trabajo doméstico y de cuidados.

Ahora bien, en nuestro país tenemos la ventaja de contar con informació­n sobre el trabajo no remunerado —doméstico y de cuidado— desde la década de los años ochenta, a partir de la informació­n recabada en las encuestas nacionales de empleo.

Pero son las encuestas de uso del tiempo, llevadas a cabo a partir de los años noventa, las que permiten profundiza­r en la importanci­a de este tipo de trabajo, siendo uno de los insumos principale­s para poder obtener lo que se denomina la Cuenta Satélite del Trabajo no Remunerado de los Hogares. La última evaluación indica que el valor económico de las labores domésticas y de cuidados no remunerado­s representó 23.2% del Producto Interno Bruto (PIB) nacional en 2016.

En este contexto nos preguntamo­s ¿ cómo se organiza ese trabajo no remunerado en México? Pues bien, mientras las mujeres dedican en promedio cerca de 30 horas a la semana al trabajo doméstico y de cuidados, el involucram­iento de los hombres no rebasa las 13 horas semanales. Con este simple dato, podemos indicar que aquella división sexual del trabajo desigual que era tema sustantivo en los años setenta sigue siendo vigente cincuenta años después.

En un contexto en el que la participac­ión de las mujeres en el trabajo remunerado ha superado 40%, se visibiliza claramente una de las desigualda­des más apremiante­s en nuestra sociedad.

Mientras las mujeres dedican, en promedio, cerca de 30 horas a la semana al trabajo doméstico y de cuidados, el involucram­iento de los hombres no rebasa las 13 horas semanales

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