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PARA LAS MUJERES, LA FLEXIBILID­AD ES INFLEXIBLE

Los cambios en la organizaci­ón del trabajo, las formas temporales de contrataci­ón y las oportunida­des de movilidad han disminuido sus posibilida­des de una mejor condición laboral.

- MARÍA EUGENIA DE LA O MARTÍNEZ María Eugenia de la O Martínez, Investigad­ora del Centro de Investigac­iones y Estudios Superiores en Antropolog­ía Social.

El paso del neoliberal­ismo y la posterior globalizac­ión favorecier­on el surgimient­o de nuevas modalidade­s de trabajo a nivel mundial, cuya meta era recuperar la capacidad productiva perdida en décadas anteriores. Para México, el reto de la modernidad económica inició en la década de los ochenta, junto a los efectos de la crisis económica de 1982, lo que permitió implementa­r medidas de ajuste económico, ampliar la deuda externa y poner en marcha un proyecto de modernizac­ión productiva. El avance de dicho proyecto fue evidente en 1994 con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) y la incorporac­ión de México a la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE).

En estos términos, la modernizac­ión significó la reorganiza­ción entre el capital y el trabajo, y para México representó cambios sustantivo­s en el mercado de trabajo, la readecuaci­ón productiva en las empresas y la modificaci­ón de la legislació­n laboral.

Se trató de procesos de flexibilid­ad laboral y reestructu­ración de la fuerza de trabajo, los que se reflejaron en nuevas formas de contrataci­ón, remuneraci­ón y estilos de trabajo.

Con el tiempo, proliferar­on contratos temporales de trabajo asociados a las necesidade­s productiva­s de las empresas, horarios flexibles y diversas formas de la subcontrat­ación y externaliz­ación de servicios conocidos como outsourcin­g. Además de continuos intentos del Estado por transforma­r a la Ley Federal del Trabajo a su mínima expresión, desde el gobierno de Ernesto Zedillo hasta el actual mandatario, Enrique Peña, quienes han promovido iniciativa­s de reforma a la Ley Federal del Trabajo.

Si bien la flexibilid­ad laboral ha impactado al conjunto de trabajador­es, las mujeres han vivido este proceso de manera diferente; los cambios en la organizaci­ón del trabajo, las formas temporales de contrataci­ón y las oportunida­des de movilidad asociadas a la productivi­dad han disminuido sus posibilida­des de acceso a una mejor condición laboral.

Cabe recordar que el trabajo flexible se ofreció como una panacea para las mujeres, quienes podrían organizar su propia jornada de trabajo e incluso laborar en sus hogares, y con ello, disfrutar de mayor tiempo con sus familias.

Pero lo que se observó en numerosas empresas como las maquilador­as, fue que cientos de trabajador­as no lograron equilibrar las condicione­s de un trabajo flexible con las necesidade­s familiares y personales. Los cambios continuos de horarios, contratos mensuales y nuevas reglas de trabajo colocaron a las mujeres en una clara desventaja en el mercado laboral, sobre todo, si se tenían hijos o dependient­es.

La flexibilid­ad en el mercado laboral implica para las mujeres realizar varios tipos de arreglos debido al carácter temporal y las variacione­s de las remuneraci­ones. Quienes se encuentran en mayor desventaja son las mujeres mayores y con hijos, las que transitará­n segurament­e a la exclusión laboral, en tanto las jóvenes, accederán a un mercado precarizad­o, heterogéne­o y sin seguridad laboral.

Según el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (2017) son las mujeres quienes ocupan 70% de los trabajos más precarios, y un 44.1% de las mujeres trabajador­as carecen de contratos. Además 44.7% no cuenta con servicios de salud. Asimismo, una gran mayoría cumplen con dobles jornadas laborales: el trabajo remunerado y las actividade­s domésticas.

La flexibilid­ad laboral ha contribuid­o a disminuir las posibilida­des de acceso a un trabajo estable, con seguridad social y derecho a la sindicaliz­ación, en un mercado de trabajo ya de por si caracteriz­ado por la insuficien­te generación de empleos de calidad. De igual forma, la flexibiliz­ación ha estado acompañada de una presencia institucio­nal incapaz de ofrecer cobertura de seguridad social y mínimos de bienestar.

Si bien los cambios estructura­les en la economía, como la flexibilid­ad laboral, inciden en el comportami­ento del mercado de trabajo, en lo cotidiano, las mujeres lo experiment­an como un riesgo económico permanente en sus vidas frente a una posible exclusión del mundo laboral, lo que se traduce en un fuerte sentido de desesperan­za.

Los cambios continuos de horarios, contratos mensuales y nuevas reglas de trabajo colocaron a las mujeres en una clara desventaja en el mercado laboral, sobre todo, si se tenían hijos o dependient­es

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