RICARDO BUCIO
Secretario Ejecutivo del SIPINNA
Cuidar y estar a cargo de los hermanos pequeños, realizar oficios —algunos incluso peligrosos y extenuantes— o que roban tiempo para estudiar, descansar o jugar, no solo constituyen una violación a la Constitución que prohíbe el trabajo infantil y adolescente antes de los 15 años, sino también una normalización del abuso y/o explotación. La definición de trabajo infantil (remunerado o no) en México señala que es el que se hace con la participación de una niña, niño y adolescente en “una actividad que realiza al margen de la ley, en muchas ocasiones en condiciones peligrosas o insalubres o en violación a sus derechos, lo cual les puede producir efectos negativos inmediatos o en el futuro para su desarrollo físico, mental, psicológico o social, u obstaculizar su salud”. Esta definición se basa en la Resolución de la Decimoctava Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo realizada en Ginebra.
Dicha temática es una forma más de violencia de género, ya que siguen siendo más las niñas y las adolescentes quienes dedican más horas o en horarios prolongados a las labores del hogar o al cuidado de otras personas. Mientras que son más niños y adolescentes los que están en actividades peligrosas o en edad no permitida (como el trabajo en ladrilleras, campos tomateros, etc.), según los datos arrojados por el Módulo de Trabajo Infantil 2017 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Y aunque socialmente el trabajo infantil más rechazado o visible puede ser el relacionado con niñez en situación de calle o en las calles, lo cierto es que, según este último estudio, las niñas, niños y adolescentes están trabajando en su mayoría en actividades en el campo, ganadería, caza o pesca (alrededor de 700,000), en segundo lugar en minería, construcción e industria (casi 500,000) o más de 100,000 en trabajo doméstico o incluso en servicios personales o de vigilancia.
Los recientes datos dados a conocer por el INEGI son una medición del trabajo infantil desde una perspectiva amplia, que incluye tanto el trabajo en actividades económicas no permitidas, como el trabajo no remunerado en actividades domésticas en el propio hogar en condiciones no adecuadas.
Lo anterior nos ayuda a dimensionar que la explotación infantil, desde la más sutil hasta la más cruel como la esclavitud o la trata de personas, puede estar incluso relacionada con las personas más cercanas y las que debieran de ser las encargadas de procurar las mejores condiciones para su desarrollo, es decir, su propia familia. A la vez, también evidencia que la prohibición del trabajo infantil no ha logrado erradicarlo y que hay una normalización social del mismo. Los motivos por los que este sector de la población trabaja —que se calcula son 3.2 millones— también son diversos: el más común es la pobreza, pero también los llamados usos y costumbres, la demanda de algunos sectores de este tipo de “mano de obra” o la perspectiva de las familias de que no vale la pena estudiar por la calidad de la educación.
Si no se combate y erradica el trabajo infantil se fomenta la reproducción de la pobreza, bajo nivel educativo, afectaciones en su salud física presente y futura (que son aún más intensas que en las personas adultas por estar aún en etapa de desarrollo) y las psicológicas porque son más propensos a la violencia, humillación y explotación.
Sin duda, la solución a esta problemática implica el trabajo de muchas instituciones para sancionar a quien viole la ley, para retirar del trabajo peligroso a las y los niños y adolescentes –dando capacitación para otras actividades y oportunidades en empleos que no impliquen riesgos– y mejorando la educación para que en realidad signifique una herramienta para la movilidad social.
Es también tarea de toda la sociedad en su conjunto detectar, defender, denunciar y entender que niñas, niños y adolescentes, son, en este momento, eso: niñez y adolescencia que tienen derecho a vivir esta etapa sin que nada atente contra su desarrollo, que su lugar está en las aulas, jugando, estudiando y no en el campo, en una fábrica o cuidando y haciendo labores que les afecten en su desarrollo.
La explotación infantil, desde la más sutil hasta la más cruel —como la esclavitud o la trata de personas—, puede estar relacionada con su propia familia