Jefa de la División de Estudios Profesionales, Tlaxcala, UNAM.
Hay que trabajar por una cultura que incluya a las personas envejecidas para que participen, decidan y actúen para vivir dignamente.
El envejecimiento es un proceso que cada persona vive de forma distinta, producto de su historia de vida, cultura, ambiente y de las condiciones económicas, políticas y sociales del lugar en el que se desenvuelve. Así, el envejecimiento y la forma en que se vive la vejez es diferente entre hombres y mujeres. La etapa de la vejez es definida y construida socialmente e implica asumir roles diferentes a los desempeñados en las anteriores etapas de la vida. Llegar a ella implica afrontar una serie de retos que supone la reconfiguración de la identidad.
Vivir una vejez digna y feliz es el objetivo de la mayoría de las personas. Sin embargo, esto es muy difícil cuando la sociedad ha construido una imagen de la vejez, del envejecimiento y de las personas envejecidas, altamente negativa y plagada de prejuicios, mitos y estereotipos que conducen a procesos de discriminación.
La vejez se piensa como una etapa de decadencia, pérdida, enfermedad y muerte. Esto se debe a que nuestra sociedad tiende a sobrevalorar la juventud, a establecer patrones de belleza asociados a la misma, así como a promover la productividad económica como única opción para alcanzar el éxito en la vida. De ahí que a las personas envejecidas se les margine, se les limiten oportunidades de desarrollo y se les asuma como sujetos que solo requieren asistencia.
Ante esto, las personas, las comunidades y las instituciones tenemos una responsabilidad común: trabajar de manera conjunta para visibilizar, evidenciar y erradicar las actitudes, los sentimientos y las prácticas que afecten la dignidad de las personas envejecidas, especialmente de las mujeres.
Los roles de género impuestos socialmente, afectan a las mujeres y a los hombres que inician el proceso del envejecimiento y viven la etapa de la vejez. A las primeras, se les exige un patrón de belleza física que no pueden cumplir, se les excluye de áreas del desarrollo humano como la sexualidad, se les obliga a “ser abuelas” (incluso llamándolas así, cuando no lo son) y se esperan de ellas comportamientos “propios de su edad”. A los hombres se les rechaza o margina al perder el papel de proveedores.
Hoy, la expectativa de vida a los 60 años es de 22 más (21 para hombres y 24 para mujeres), así que la propuesta de los organismos internacionales es alcanzar un envejecimiento exitoso y digno. ¿Cómo y qué hacer para lograrlo en un escenario adverso?
La Facultad de Estudios Superiores Zaragoza de la UNAM, por medio de la Unidad de Investigación en Gerontología y de la Licenciatura en Desarrollo Comunitario para el Envejecimiento, promueve una visión en la que se reconozca a la vejez como una etapa más del desarrollo humano, en la que las personas pueden potenciar sus capacidades y construir futuros diferentes.
Para tal fin, el trabajo comunitario resulta una estrategia clave para alcanzar la participación de las personas envejecidas mediante la educación; la promoción de la formación ciudadana y de la salud; el desarrollo de habilidades resilientes; el fortalecimiento de comportamientos generativos, y la organización social.
El envejecimiento es un asunto que compete a todos y que, a menos que la muerte nos alcance antes, todos vamos a experimentar. Por lo anterior, es fundamental trabajar por una cultura que incluya a las personas envejecidas, las convoque a participar, decidir y actuar en su desarrollo para vivir dignamente.
Los roles de género impuestos socialmente, afectan a las mujeres y a los hombres que inician el proceso del envejecimiento y viven la etapa de la vejez