LA DESNATURALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER
CLAUDIA MARÍA VÉLEZ LONDOÑO
Es alarmante que detrás de los actos de agresión extrema de género, subyacen creencias arraigadas que desvalorizan esta figura.
Estoy convencida que las feministas, independientemente de las causas en las que nos involucramos, confluimos en un sueño común: erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas para poder alcanzar esa meta anhelada, la igualdad sustantiva. No se puede hablar de igualdad y no discriminación, un derecho humano reconocido para las mujeres, con las expresiones de violencia que aún perviven y se han ido recrudeciendo: toda expresión de discriminación hacia una mujer por el solo hecho de pertenecer al “género femenino” (que según la ideología patriarcal y con la lupa del binarismo y la dicotomía, clasifica y ubica a las personas en posiciones opuestas e irreconciliables), es violencia. Cualquier denostación, humillación, chiste misógino, acción de invisibilización, entre otros, forman parte del conjunto de actos violentos que son “invisibles” y, muchas veces, son comportamientos socialmente aceptados por un grupo.
Lo anterior es muy grave porque la naturalización de la violencia —principalmente esa que no deja una marca física—, es la que sostiene las demás expresiones, incluyendo el feminicidio. Es alarmante que detrás de los actos de violencia extrema de género, que ponen en riesgo la vida de las mujeres, subyacen creencias muy arraigadas que desvalorizan todo lo que esta figura representa, la cual está cargada de imaginarios relacionados con los roles y estereotipos de género de menor valía.
Todavía es cuestionado el ejercicio de la sexualidad de las mujeres y, aunque los tiempos han cambiado, ejercer ese derecho aún produce resquemores; sí, podemos tener una vida sexual plena y disfrutar de nuestros cuerpos, pero en el imaginario colectivo esto se sigue cuestionando; lo anterior se puede constatar a través de las expresiones sexistas y peyorativas hacia las mujeres que ejercemos dicho derecho.
De hecho, se sigue utilizando información privada —que tiene que ver con las experiencias sexuales— para afectar a varias mujeres en su imagen pública; de eso hay muchas evidencias en las redes sociales.
Estoy convencida de que, para generar un cambio cultural hacia la igualdad y la no violencia de género, específicamente contra las mujeres, se deben visibilizar todas las expresiones de violencia que han sido culturalmente normalizadas; esto es, reeducar a la sociedad en todos los espacios: en las escuelas, universidades y medios masivos de comunicación, cuestionando todo lo relacionado con los imaginarios de género, producto de la di coto mía impuesta por la heteronormatividad.
Porque hay diversas formas de ser mujer u hombre y todas merecen respeto. No es posible que se siga difundiendo publicidad sexista, que en las series, películas y novelas se siga reforzando la imagen de una mujer pura y abnegada; o en el caso contrario, de una mujer “frívola y desnaturalizada”.
Es fundamental que las instituciones oficiales, creadas para defender los derechos humanos de las mujeres, se fortalezcan y diseñen programas efectivos orientados hacia el cambio cultural y, a la vez, que estas sean los entes rectores de las políticas públicas de igualdad y de prevención, atención, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres en el país, atendiendo los tres órdenes de gobierno.
Sobre todo, que se implementen estrategias y acciones coordinadas in ter institucionalmente para que, en todo el territorio nacional, se apliquen las políticas públicas con perspectiva de género de manera efectiva. Y que estas acciones del corto, mediano y largo plazo, trasciendan la tan mencionada “voluntad política”, ya que por principio tenemos derecho a ejercer nuestros derechos, los cuales no son negociables; por lo tanto, no deben pasar por el filtro de las diversas creencias.
Todavía es cuestionado el ejercicio de la sexualidad de las mujeres y aunque los tiempos han cambiado, ejercer ese derecho aún produce resquemores