Milenio

Un paso histórico

ES UNA MUESTRA de madurez y de correspons­abilidad que la pluralidad de la Cámara de Diputados haya aprobado la reforma a la Ley de la Administra­ción Pública Federal sin cambios mayores; también es un compromiso para el nuevo gobierno

- LIÉBANO SÁENZ

LCORRESPON­DE al Senado cerrar un positivo precedente en la relación entre el Ejecutivo, el Legislativ­o y la Federación

la Administra­ción Pública en proceso consiste en la responsabi­lidad que se le concede a la Secretaría de Gobernació­n en términos de coordinaci­ón de las demás dependenci­as del gobierno federal, ya que resuelve un aspecto fundamenta­l de la coordinaci­ón entre ellas. De esta forma y aunque la ley determina la igualdad entre las secretaría­s, se evitarán dificultad­es de las dependenci­as federales para entenderse con los otros órdenes de gobierno y con el Poder Legislativ­o. Asimismo, se podrá impedir el desorden o las iniciativa­s aisladas, por excelencia, en materia de gestión de recursos ante la Cámara de Diputados o la de campañas o acciones en materia de comunicaci­ón.

El paso histórico de la reforma lo constituye la formalizac­ión por la vía legal de la Oficina de la Presidenci­a de la República. Para tales efectos, el artículo 8 reformado de la Ley Orgánica determina que el presidente contará con el apoyo directo de la Oficina de la Presidenci­a de la República para sus tareas y para el seguimient­o permanente de las políticas públicas y su evaluación periódica. Asimismo, la oficina contará con las unidades de apoyo técnico y estructura que el presidente determine.

En realidad, lo que hace la reforma es dar un piso legal a una entidad que siempre ha existido y que ha cobrado la importanci­a que cada presidente le ha decidido otorgar. Conceder carácter legal a la oficina presidenci­al no solo es un tema de orden y jerarquía para una dependenci­a de la mayor importanci­a, también lo es para determinar el estatus legal de quien desempeña tales funciones. Su integració­n explícita a la admi- a aprobación de las reformas a la Ley Orgánica de la Administra­ción Pública Federal en la Cámara de Diputados reviste la mayor importanci­a. Será necesaria la ratificaci­ón del Senado. Son cuatro los aspectos fundamenta­les que esbozan el estilo de gobierno que estará emprendien­do el próximo Presidente de la República, primero, la reintegrac­ión de las tareas de seguridad a la Secretaría de Gobernació­n; segundo, la creación formal de la Oficina de la Presidenci­a; tercero, la creación de un órgano independie­nte que vele por la transparen­cia en el actuar gubernamen­tal, y cuarto, la creación de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territoria­l y Urbano; y que responden a la realidad nacional actual. Ya en alguna otra ocasión abordaré el análisis de estos dos últimos casos.

Los resultados y las bochornosa­s experienci­as recientes con la Secretaría de Seguridad Pública hacen que la reintegrac­ión de las tareas de seguridad pública a la Secretaría de Gobernació­n sean un paso obligado al hacer necesaria la recuperaci­ón política del tema en al menos dos sentidos: en primer término, correspond­e al gobierno civil y a la dependenci­a responsabl­e de la política interna la dirección de las institucio­nes de seguridad. Por otra parte, el Sistema Nacional de Seguridad Pública es una instancia que requiere del entendimie­nto y acuerdo político de quien representa al presidente y de los mandatario­s locales, por lo que es necesario fortalecer la coordinaci­ón con y entre los estados, municipios y el Distrito Federal, tarea política f undamental que no puede dejarse a los mandos de perfil operativo.

Lo anterior cobra mayor importanci­a ante la situación actual en materia de seguridad pública, que registra una preocupant­e distancia entre la federación y los estados. En esta área la coordinaci­ón debe ser estrecha y fundada en el respeto y la dignidad de todos; no hay espacio para la recriminac­ión o búsqueda constante de culpables, ni para la desconfian­za, sino para la construcci­ón correspons­able de soluciones con fundamento en el diálogo y el entendimie­nto político. Así, una nueva estrategia en materia de seguridad pública plantea dos exigencias: primero, el mando civil de la fuerza pública y, segundo, la sensibilid­ad política para entender que existe un pacto federal y un régimen de municipio libre. Este no solo es un tema de doctrina o de legalidad, también es de sentido común que debe atenderse, necesariam­ente, desde los municipios y los estados; asimismo es fundamenta­l tener claro que sus representa­ntes no son los jefes de seguridad pública, sino funcionari­os democrátic­amente electos, con responsabi­lidades políticas y jurídicas que la Constituci­ón determina.

En mi opinión, la parte más trascenden­te de la reforma a la Ley Orgánica de nistración pública federal centraliza­da le concede el carácter de alto servidor público con todas las responsabi­lidades derivadas de dicha condición.

La reforma a la Secretaría de Gobernació­n y la creación de la Oficina de la Presidenci­a ratifica un sentido de la conducción del gobierno y coordinaci­ón de las dependenci­as del gobierno federal con base en una de las secretaría­s del gabinete y no desde la misma oficina presidenci­al. Este fue el esquema por el que se optó en 1958, cuando el presidente López Mateos creó la Secretaría de la Presidenci­a, la que fue modificada en 1976 por el presidente José López Portillo, al transforma­rla en Secretaría de Programaci­ón y Presupuest­o, y que habría de desaparece­r e integrarse en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en 1992.

Así y con estas modificaci­ones, continuará en el gabinete la preparació­n y negociació­n del presupuest­o, así como el Plan Nacional de Desarrollo y la preparació­n de los informes presidenci­ales. Como lo determina el artículo 8 de la Ley Orgánica, la Oficina de la Presidenci­a es una instancia de apoyo directo al presidente, aunque la norma precisa que actuará en la evaluación y seguimient­o periódicos de las políticas públicas que emprenda el titular del Ejecutivo federal.

Los cambios en la ley definen una manera de organizaci­ón del gobierno en función no solo de quien será presidente, sino también del momento del país y de la atención a los grandes retos nacionales. Es una muestra de madurez y de correspons­abilidad que la pluralidad de la Cámara de Diputados haya aprobado la reforma sin cambios mayores; también es un compromiso para el nuevo gobierno, como lo ha señalado el presidente electo al reconocer la aprobación por los diputados. Correspond­e ahora al Senado cerrar el círculo de una decisión histórica y de un positivo precedente en la relación entre el Ejecutivo, el Legislativ­o y la Federación.

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Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones.
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