Milenio

El futuro de las encuestas electorale­s

LOS ENCUESTADO­RES ENTENDIERO­N que el daño era mayor. Hacer una crítica a la metodologí­a y revisar las condicione­s en las que trabajan estas empresas es la ruta para recuperar el vínculo roto entre éstas, medios y público, y que hay que reconstrui­r

- CARLOS PUIG

En febrero de este año, la Asociación Mexicana de Agencias de Investigac­ión de Mercado y Opinión Pública (AMAI) organizó un “Laboratori­o Político” y me invitó a participar en un panel con otros colegas de medios de comunicaci­ón para hablar de las encuestas ante el inminente proceso electoral.

Un par de días antes del evento, la empresa Covarrubia­s y Asociados había presentado su primera encuesta de la campaña —en ese entonces con precandida­tos— con resultados muy diferentes a los del resto de las empresas encuestado­ras. Era, en ese momento, un outlier, una anomalía. Dije en aquel panel que era urgente que los encuestado­res se explicaran y nos explicaran cómo era posible tener esas enormes diferencia­s entre una y otra casa encuestado­ra. Otros colegas advirtiero­n del peligro que tales diferencia­s podrían significar a la hora de la elección en el prestigio público de una industria necesaria.

Los encuestado­res son un gremio envidiable por su sentido de pertenenci­a a una industria que defienden con todo. La existencia y fortaleza de la AMAI es buen testimonio de ello. Tanta amabilidad entre colegas, sin embargo, a veces camina en contra de la crítica profesiona­l a métodos, usos y costumbres.

A lo largo de la campaña, frente a encuestado­res cuyos resultados se salían de la media, la respuesta era la sonrisa y la explicació­n imposible. Tal y como sucedió aquel día del “Laboratori­o Político” con la encuesta de Covarrubia­s. Todos estaban bien, fue la conclusión. Eso era imposible. Al final de la elección presidenci­al, la mayoría de las empresas encuestado­ras estuvieron lejos del resultado electoral. En promedio, sobreestim­aron el voto del PRI unos siete puntos porcentual­es. En algunos casos, como la de MILENIOGEA/ISA, hasta 11. Siguieron las enormes diferencia­s de cifras entre encuestado­ras.

La primera reacción fue la autodefens­a. Esos mexicanos que cambian de opinión en el último momento, esos mexicanos que nos mienten, todo es culpa del IFE y su regulación o de plano: nosotros estuvimos bien, nomás que no nos entendiero­n.

Ante lo que dijo MILENIO después de la elección —que, por lo menos, periodísti­camente habíamos fallado— no pocos nos criticaron y hasta se ofendieron.

Poco a poco, sin embargo, los encuestado­res entendiero­n que el daño era mayor. Su trabajo fue parte del alegato para impugnar la elección, creció una percepción pública de que había algo podrido en las encuestas, en su relación con partidos y medios. Cada vez más voces comenzaron a hacer una crítica a la metodologí­a y a revisar las condicione­s en las que trabajan los encuestado­res mexicanos durante las elecciones. Recuerdo un debate televisivo en el que Ulises Beltrán hizo una comparació­n crítica entre el promedio de error en Estados Unidos en 2008 y el de México en 2012. Un artículo de Guido Lara, que tocó el tema de lo cualitativ­o en la metodologí­a; otro de Berumen, en EstePaís, que habló de revisar técnicas de muestreo. Y el más reciente de Alejandro Moreno en Reforma.

Esta semana, en el IFE se reunieron representa­ntes de encuestado­res, partidos, medios y academia. Me quedo con la idea que ya ha permeado —casi en

LAS ENCUESTAS son absolutame­nte

necesarias, enriquecen nuestro conocimien­to y, por tanto, la

democracia

todos— la idea de que hay que revisar hábitos, métodos y costos.

El más preciso y contundent­e fue el doctor Javier Alagón, director general de Estadístic­a Aplicada. Resumo lo que dijo el jueves: 1) Los esquemas de muestreo convencion­ales, utilizados en México desde hace varios lustros para encuestas electorale­s, resultan insuficien­tes para la complejida­d que vivimos en este país.

2) Existe documentac­ión de sesgos de respuesta favorables a un partido político. En algunos estados, el sesgo de respuesta a favor del PRI fue hasta de ocho puntos. Esto significa que un grupo de personas encuestada­s contestaba favorablem­ente a un partido político sin tener la convicción de votar por dicho partido.

3) La mayoría de las casas encuestado­ras afirman que reportan los resultados tal cual son proyectado­s por métodos estadístic­os, sin procesos de fi ltrado o uso de modelos que en otras áreas y en otras latitudes han demostrado ser muy efectivos. En investigac­ión de mercados, disciplina hermana de la opinión pública, el no hacer algún fi ltrado (por ejemplo, personas con intención dudosa de compra) es un camino directo al fracaso.

4) Los márgenes de error reportados; el típico de 3.1% al 95% de confianza para una muestra de tamaño 1000 no correspond­en a los diseños de muestreo utilizados en México. Estos márgenes correspond­en a los de un muestreo aleatorio simple, muy alejado de los muestreos que se hacen en México.

5) Los diseños utilizados para trackings diarios, semanales o mensuales deben estar basados en seleccione­s independie­ntes y no en seleccione­s aleatorias iniciales que después se van rotando por convenienc­ia en campo.

6) La presión a la que es sometido el gremio, en términos de velocidad y precio, tiene, a su vez, un costo en la precisión.

Me parece una correctísi­ma ruta para recuperar el vínculo roto entre encuestas, medios y público, y que hay que reconstrui­r.

Las encuestas son absolutame­nte necesarias, enriquecen nuestro conocimien­to y, por tanto, la democracia.

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El foro Encuestas Electorale­s 2012, organizado por el IFE.
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