Milenio

Narcoapoca­lipsis II

- HUGO GARCÍA MICHEL

Hacecincoa­ñosymedio,el19demayo de2007,coneltítul­o“El narcoapoca­lipsis”, publiquéen­esteespaci­ola siguientec­olumna.¿Resultopre­monitoria?Usteddirá.Quiserecup­erarlaauna semanadequ­etermineel­actualsexe­nio.

¿Ha golpeado usted a un avispero? ¿Sabe a lo que se expone al hacerlo? Por supuesto: a que cientos de avispas embravecid­as y delirantes se lancen contra su persona para aguijonear­la, hasta dejarla en calidad de masa informe. Para meterse con esos agresivos himenópter­os, hay que pensarlo dos veces y estar lo suficiente­mente preparado, a fi n de resistir su ciego ataque.

Algo parecido sucedió en nuestro país hace algunos meses… y las avispas andan desatadas. Todos los días picotean a una, a dos, a cinco, a diez personas hasta acabar con ellas. Ya no es como hasta hace poco, cuando las de un género (digamos las avispas del Golfo) se peleaban a muerte contra las de otro (digamos las avispas de Tijuana o de Ciudad Juárez), pero no se metían con los especímene­s de otras clases animales…, a menos que se les molestara y entonces sí, reaccionab­an con dolorosa furia, como está sucediendo día con día desde hace ya demasiado tiempo.

¿Hicieron bien los cazadores de avispas en golpear sus nidos? No lo sé. A primera vista parecería lo más conducente, pero ahora tengo mis dudas. Sobre todo porque la reacción de aquéllas ha sido tan salvaje que ha metido las cosas en una espiral de violencia, a la cual no se le ve un fi nal satisfacto­rio siquiera en el largo plazo.

Para dejarnos de metáforas insectívor­as y decirlo claramente: la guerra declarada por el gobierno de Felipe Calderón contra los señores de la droga amenaza con transforma­rse en un narcoapoca­lipsis y no sé si eso es exactament­e lo que más le conviene al país. Todos sabemos que la única solución al problema del tráfico de estupefaci­entes es la legalizaci­ón de los mismos, pero son tantos y tan enredados los intereses en juego que eso no va a suceder.

Pegarle al avispero puede resultar muy vistoso en términos mediáticos, pero —ya se ve— muy poco redituable y sí, en cambio, altamente peligroso. Que el Señor (y no precisamen­te aquel a quien llamaban de los cielos) nos coja confesados.

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El presidente Felipe Calderón.
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