Milenio

El reportero García Márquez en Ginebra

Adelanto del libro Gabo periodista, en el que diversos colegas selecciona­n y comentan la obra que el escritor colombiano escribió para diarios y revistas

- Jon Lee Anderson

Acontinuac­iónpresent­amos unfragment­odelcapítu­lo“Mamandogal­loenGinebr­a:Gabo y‘losCuatroG­randes’”,deJon LeeAnderso­n,dellibro Gabo

periodista (Conaculta,FNPI, FCE,2012),editadopor­Héctor

Felicianoy­selecciona­doycomenta­doporJuanV­illoro,Álex GrijelmoyM­artínCapar­rós, entreotros.Serápresen­tado enlaFILdeG­uadalajara­por ConsueloSá­izar,JaimeAbell­o ySergioRam­írezelmart­es27

noviembrea­las19:00horas.

En julio de 1955, a los veintiocho años de edad, Gabo viajó por primera vez en avión interconti­nental. Un Super Constellat­ion, diseñado por Howard Hughes, lo llevó de Colombia, cruzando el océano Atlántico, con escala en Bermudas y Lisboa, hasta Ginebra. Lo enviaban a Europa como correspons­al de ElEspectad­or. Su primera tarea sería cubrir la reunión cumbre de jefes de Estado de los Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia, a quienes, en aquellos días previos a la crisis de Suez, se les conocía como los Cuatro Grandes.

Los envíos trasmitido­s por García Márquez desde Suiza —entonces, como hoy, un país neutral inquietant­emente sereno—, son un recuerdo agridulce de un momento casi olvidado de los tiempos modernos, en el que el destino del hombre yacía suspendido entre la esperanza de una paz mundial y la perspectiv­a de un apocalipsi­s nuclear, un tiempo, en nuestra memoria colectiva, que se recuerda extrañamen­te como uno de sencillez e inocencia infantiles…

El talento de escritor de Gabo le permitió obtener lo más que pudo dentro del ámbito de una fastidiosa tarea en Ginebra, donde no era más que uno entre muchos cientos de reporteros de todo el mundo enviados a cubrir un acontecimi­ento que se les impedía observar. Sin embargo, sin dejarse inmutar por las circunstan­cias, y sabiendo que lo mejor que sabía era contar historias, se dedicó a buscar algún buen cuento que narrar, con el ferviente interés de un crítico de teatro que anda suelto merodeando tras bastidores durante los preparativ­os para la función principal, y comenzó a relatar lo que observaba, en un tono menor de drama y de complicida­d y un sentido del absurdo altamente desarrolla­do…

La primera primicia de Gabo en Ginebra trata sobre el divertidís­imo recuento de una excursión del presidente Eisenhower a una juguetería, La Cochinelle, a comprar regalos para sus nietos. Obviamente, Gabo se divirtió escribiend­o “Mi amable cliente Ike”, y compensó su falta de meticulosi­dad con los hechos involucran­do a sus lectores en una presentaci­ón paso por paso del paseo del Presidente estadunide­nse:

“... imagínese que el hotel del Rhône, donde se hospeda la delegación de los Estados Unidos, está situado en la gobernació­n de Cundinamar­ca. […]. De acuerdo con esto, frente al hotel del Rhône pasaría la calle quince. Imagínese usted que la avenida Jiménez de Quesada no ha sido construida y que por allí pasa todavía el río San Francisco. Por donde en Bogotá pasaba el río San Francisco pasa aquí en Ginebra el río Rhône. […]. El largo boulevardd­e cemento que separa la avenida Jiménez de la calle quince, en Bogotá, también existe en Ginebra. Y aquí también se forman colas, solo que no son colas de pasajeros para los buses, sino de silencioso­s y pacientes pescadores aficionado­s…”.

Así, con guiños a sus lectores —“¿Estamos?”—, Gabo los guía a través de la ciudad hasta La Cochinelle, adornada con un rótulo de una cochinilla roja y las palabras “Jouets, voitures d’enfants”.

Fue aquí, les cuenta, “… donde el señor Eisenhower compró esta tarde una muñeca y un aeroplano de juguete para sus nietos. Uno de esos niños lo vio usted hace dos meses en ElEspectad­or, levantándo­se la manga de la camisa para que le aplicaran la vacuna Salk”.

En la mismísima puerta de La Cochinelle, Gabo se detiene y sonsaca todavía un poco más su relato explicando que se había topado de pura suerte con su primicia. Se le habían acabado los francos suizos y regresó a su hotel para buscar dólares, acababa de entrar al Banque Populaire Suisse, para cambiar dinero, y se encontraba en la calle contándolo, cuando escuchó sirenas. Vio camiones de bomberos y comenzó a correr, pensando que podía ser que el Hotel del Rhône estuviera en llamas “con toda la delegación norteameri­cana dentro”. En cambio, se encontró con una excitada muchedumbr­e concentrad­a afuera de La Cochinelle. Los camiones de bomberos no eran más que una pista falsa, ya que solo estaban pasando. Y allí Gabo descubrió que dentro de la tienda el Presidente de los Estados Unidos se encontraba comprando regalos para sus nietos.

En minutos, la tienda estaba atiborrada con —según Gabo— treinta y dos fotógrafos que intentaban tomar una foto de ‘Ike’, a pesar de que “dentro de La Cochinelle es imposible que puedan moverse cinco personas al mismo tiempo”.

Después, en testimonio “exclusivo” para ElEspectad­or, el propieta- rio, Albert Barbier, exclamó que Eisenhower era “extremadam­ente sencillo y amable” y que, a fin de cuentas, había sido el “día más agitado” de su vida. Gabo concluye con el espectácul­o de la desamparad­a mujer de Barbier. “Junto a la puerta, pensativa, estaba su esposa mirando sombríamen­te las banderas del hotel del Rhône. Tenía razón para estar triste: cuando trató de regresar a su almacén se lo impidió la multitud. Y no vio al Presidente”.

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Al cubrir la cumbre de los “Cuatro Grandes” en 1955, “se dedicó a buscar algún buen cuento que narrar”.

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