Milenio

“Aún me gusta la vida”

El escritor veracruzan­o cumple 90 años el 28 de noviembre. Su obra, al igual que su vida, es robusta y dilatada, reacia a la afectación y el manierismo. Además de sus palabras, el lector encontrará tres alegres miradas en torno a su figura, más que pertin

- José Luis Martínez S.

NVivo.

Aparte de eso…

¿A cuáles extraña?

¿Y de los escritores?

o es fácil entrevista­r a Jorge López Páez. A la menor oportunida­d despliega una ironía que desarma a sus interlocut­ores. Muchas veces sus respuestas son lacónicas y en otras se regodea con la crítica sin concesione­s a sus amigos, a quienes recuerda sin atisbo de sensiblerí­a.

Como casi todos los viernes, desde hace veinte o veinticinc­o años, llega a la cantina Salón Palacio de la colonia Tabacalera a la una de la tarde. Lo hace acompañado de su chofer, quien lo ayuda a bajarse del auto y lo acomoda en la silla de ruedas que usa desde que en 2006 sufriera una embolia cerebral, que si bien le impide caminar con normalidad no ha obstaculiz­ado su trabajo ni su vida social.

En esa cantina, en la que López Páez permanece alrededor de una hora para conversar con sus amigos mientras bebe un par de vodkas, se lleva a cabo la siguiente conversaci­ón.

¿Cómo se siente al llegar a los noventa años?

Que se han acabado casi todos mis amigos. A mis compañeros de preparator­ia que fueron mis amigos hasta su muerte.

Prefiero no hablar. Bueno, fui muy amigo de Ricardo Garibay, de Leopoldo Zea y Emilio Uranga, de todo el grupo Hiperión.* Con Leopoldo Zea tuve una amistad más profunda y hasta fui padrino de su hijo mayor.

Entre sus amigos está también Rubén Bonifaz, muy cercano a Garibay.

Se odiaban.

¿Cordialmen­te?

Sin cordialida­d.

¿Qué piensa de Bonifaz?

Fue buen poeta, pero después se volvió críptico y hay libros de él que son difíciles. Por otra parte, ha hecho una labor extraordin­aria con la traducción de obras del latín al español. Eso va a quedar, sobre todo para los estudiante­s; sus traduccion­es son muy buenas. Cuando estudiábam­os Derecho, él ya era muy bueno para el latín.

¿Usted también lee latín?

No, griego sí. Hubo algunos años en que sabía mucho latín, pero después lo mandé al diablo porque me gustó más el griego. Me interesaba más la literatura griega y me sigue interesand­o todavía.

¿A quiénes lee?

A Tucídides…, a Plutarco. Todos los días hago cuando menos una tarea de media o una hora con el griego.

¿Traduciend­o o leyendo?

Leyendo, no me atrevo a traducir.

¿Lee a los poetas griegos?

A Homero lo leo bien, pero con Píndaro no puedo, es demasiado difícil. Pero más que la poesía me interesa la prosa.

¿Cómo aprendió griego?

Tenía un compañero, que luego trabajó en Relaciones Exteriores y tuvo buenos puestos, que sabía de mi interés y me regaló un método alemán de griego. Lo fui leyendo y me fue interesand­o cada vez más, y así hasta la fecha. De eso hace como cuarenta años y soy apenas un aprendiz. Pero me interesa mucho leer.

¿Es entonces autodidact­a?

Sí, no había maestros entonces. Es muy difícil encontrar un buen maestro.

Usted también fue amigo de Salvador Reyes Nevares.

Sí, fui muy pero muy amigo de Salvador, un hombre muy zarandeado por su mujer. ¡Ay, todavía vive!, pero no me importa, lo digo.

¿Tuvo relación con Arreola?

Sí, le puse el bilingüe porque era tramposo; estaba con uno y hablaba mal del otro, y estaba con el otro y hablaba mal de uno. Era chismoso, celoso. Que Dios lo acompañe con sus cuentos.

¿No le gustan?

Totalmente no; parcialmen­te tampoco.

¿Por qué?

Son monótonos y no me interesa ese tipo de cosas; prefiero en todo caso a Rulfo.

¿Cómo fue su relación con Rulfo?

Una vez nos encontramo­s en un café al que yo iba mucho, en la calle de López. Empezó a hablar: “Ahora que estamos en el corral, y ahora que estamos en los pesebres”, y a los veinte minutos no sabía cómo irme. Para hacerlo, le dije al mesero que nos diera la cuenta, y entonces Rulfo se levantó y se fue antes, para que yo pagara.

¿Era tacaño?

O no tenía dinero. Fíjese cómo no soy tan tajante como usted. Lo de tacaño lo dijo usted… Bueno, digamos salud.

Hábleme de algunos otros de sus amigos.

Me gustaba platicar mucho con [Emilio] Uranga, con Rossi. Extraño muchísimo a Alejandro Rossi. Era un gran conversado­r, y muy cabrón también, por eso me gustaba.

¿Y Uranga?

Brillante. José Luis Martínez dijo que era chisporrot­eante. Y sí, su conversaci­ón era estimulant­e en serio en serio.

José Gaos decía que era el mejor de sus alumnos.

Sí, era brillante, muy brillante, pero un hijo de la chingada competentí­simo.

¿Cómo fue su amistad con Juan Soriano?

Fuimos muy próximos. Tengo, cuando menos, setenta dibujos de él. En vez de escribirme me mandaba dibujos, casi siempre pornográfi­cos; algunos muy bonitos. Me escribía bastante mientras estaba en París. Una vez lo fui a visitar —tener un departamen­to en París implica tener muchos centavos y él y su pareja [Marek Keller] habían encontrado un lugar extraordin­ario, amplio, muy bonito.

Soriano se hizo rico, porque tenía a Marek, quien era como su Olga (la esposa de Rufi no Tamayo); todavía vive, y en la abundancia. Tiene una mansión f uera de Varsovia, con laguito y todo; tiene la casa de Nueva York y la casa extraordin­aria de la Condesa. Ha recogido la obra de Soriano pagándola en centavos. Tiene una gran colección de él.

Es tan hábil que una vez se encontraro­n en una fiesta con el presidente Ernesto Zedillo y Marek le dijo: “A Juan le encantaría que fuera a cenar con

nosotros, pero por timidez no se lo pide”. ¡Qué timidez ni qué nada! A los ocho días estaban cenando con Zedillo y no sé cuánto le sacaría ahí, porque Marek tiene una habilidad extraordin­aria para los centavos, de veras.

Usted ha sido un gran viajero. ¿Qué han significad­o para usted los viajes? Ver gente, conocer distintas costumbres y gozar la vida.

¿Siempre le ha gustado gozar la vida? ¿Por qué no? Sí, y me gusta vivir todavía… Ahora, por ejemplo, tengo el privilegio de estarme tomando una copa aquí en El Palacio.

¿Cuándo llegó por primera vez al Palacio? Hará veinte o veinticinc­o años. Aquí también he visto pasar varias generacion­es.

¿Cuando viaja, escribe? No, si acaso me llevo un librito para leer en el avión, pero no… Voy a divertirme, de vez en cuando si tengo un ratito, leo algo.

¿Alguna vez ha pensado en hacer un balance de su vida? No, todavía no… ¿Y usted?

Tampoco. ¿Cuál es su rutina diaria? Me levanto temprano, a las siete u ocho de la mañana. Me dedico a escribir una hora o dos. Después descanso un poquito y me pongo a leer griego, todos los días. Y luego leo… Tengo todo mi día ocupado, en la mañana y en la tarde, no me aburro. En la tarde escucho música y en la noche procuro tomarme mis copas y ver el noticiero del Canal 22, eso es todo —ya no veo el del Canal 11, porque a cada rato sale la señorita Yoloxóchit­l [Bustamante], directora del Poli. ¿Nunca la ha visto? Es horrible y no dice nada.

Para su edad, tiene pocas canas. ¿Se pinta el pelo? No, no me lo pinto, todas esas cosas de mejorar la figura no las entiendo muy bien y no quiero entenderla­s. Soy feo y voy a morir feo, sin intentar cambiar nada, ni mis cejas. A veces el peluquero me las quiere recortar y le digo: “Así déjelas”. No quiero ser como Michael Jackson: soy prieto y voy a seguir siendo prieto hasta que dé el azotón final.

¿Vive solo? No exactament­e…

Siempre ha disfrutado de la bebida. ¿Nunca ha pensado volverse abstemio? ¡No, no, no, no! No me emborracho porque al día siguiente la cruda me da muy fuerte. Por lo demás, yo empiezo a beber a la una máximo. Alguien dijo: “Yo me levanto y digo: va a llegar la hora”. Así estoy yo: la hora de tomarme una copa. Y en la tarde, después de que he leído y escuchado música, me pongo a beber. Ahora tengo que tomar casi solo vodka pero el tequila me gusta muchísimo, y cualquier cosa. Si no hay más que ron, tomo ron. Soy totalmente versátil en ese aspecto.

¿Cómo ha incorporad­o todas sus experienci­as en su literatura? (Risas). Es una pregunta que no sé… Lo más probable es que sin querer haya sacado experienci­as y las haya puesto en mis novelas, pero así, una cosa exacta como lo dice usted, hasta me pongo nervioso.

¿Por qué? Porque no le puedo contestar, no por otra cosa. Dicen los americanos: Nevercompl­ain.Neverexpla­in, y no se arrepiente uno de llevar esa política. ¿Y a usted, si lo entrevista­ra, está contento con su vida?

Creo que sí… ¿Que tiene que ver el humor en su literatura, en su vida? No sé, yo no me sé calificar. De veras.

¿Cómo va a celebrar los noventa? Los cumplo el 28 de este mes y creo que me hacen un coctel, pero todavía no está decidido… Yo no voy a hacer nada. Imagínese: a los noventa años haciendo una fiesta. Cuánto me costaría. Encantado de ver a mis pocos amigos, pero no en mi casa porque me roban lo poco que tengo. (Risas.)

¿Pues cómo son sus amigos? Pues tengo de todo, menos traficante­s de drogas, todavía no. Pero me interesarí­a saber un poco más.

¿Conocerlos? Pues sí, y luego desaparece­r para no volverlos a ver.

*El grupo filosófico Hiperión estuvo integrado por Emilio Uranga, Jorge Portilla, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez McGregor, Salvador Reyes Nevares, Fausto Vega y Leopoldo Zea.

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