Milenio

El mejor de los amigos

- Juan José Reyes

No conocí a Jorge López Páez sino que él me conoció a mí. El más claro de mis primeros recuerdos con él es de cuando me l levaba en brazos, descendien­do por un terreno escarpado por el rumbo del Olivar de los Padres, dio un mal paso y se fue de sentón hacia abajo. Poco después dio su espalda contra el tronco de un árbol. Luego del traspié, muy explicable dado lo intrincado del terreno, no quedó más que reconocer su fuerza y su habilidad, que evitaron que me soltara y me diera yo un severo catorrazo. Me parece que fue aquella vez cuando de vuelta a la zona central donde vivíamos mi madre detuvo el coche en un afamado lugar donde —aún— venden carnitas establecid­o en la avenida Universida­d, muy cerca de los amplios predios de los que con los años se apropiaría Miguel de la Madrid. Aquella vez comimos todos en mi casa —es decir en un departamen­to que rentaban mis padres en la colonia Roma—. Recuerdo que cuando estábamos ya sentados a la mesa comencé a sentir unas terribles náuseas, que no manifesté por vergüenza o porque creí que se me pasarían rápidament­e. Mi hermano mayor, que bien que me conoce desde entonces, comenzó a decir “Pepe va a gomitar, Pepe va a gomitar” y no tardó en concluir: “Pepe ya gomitó”. Es tiempo todavía en que Jorge rememora la escena soltando carcajadas, haciendo, como siempre, un poco el cuerpo hacia delante, bajando la cabeza y levantando desde ahí los ojos, agazapados, en busca de complicida­d en la risa.

Solía aparecer Jorge en aquel departamen­to de la colonia Roma una o dos veces por semana. Ahora pienso que se quedaría a merendar, porque su llegada era al comenzar el anochecer. Siempre llevaba a Pablo mi hermano mayor y a mí regalos que nos ponían muy contentos. Además de por aquella alegría nos quedábamos los niños un rato con Jorge y con mi padre en la sala, mientras ellos platicaban, o impidiendo que lo hicieran buena parte del tiempo, porque nuestra madre nos llamaba para que hiciéramos cualquier cosa. Una vez Jorge llevó un solo regalo para los dos: el elepé de Pedroyel lobo, que durante años no dejamos de escuchar durante largas temporadas. Luego de muchas de aquellas noches le pregunté a mi padre que por qué él nunca decía una grosería (y nunca se la oí en la vida). Se extrañó y me miró sin disimular su intriga. Respondí raudamente: “Es que Jorge sí las dice, y no suenan mal”. Ya pasado el tiempo llegué a saber que en efecto nunca se le oyen mal las malas palabras a Jorge López Páez, que mi padre tenía razón aquella vez al decirme “Jorge sabe decirlas. Por eso se le oyen bien”. He oído de los labios de Jorge muchísimos “es una vieja cabrona” al referirse, con toda justicia, a una vieja cabrona. Nunca le he escuchado en cambio —y no puede ser más que a causa de su indeclinab­le buen gusto— insultos. Alguna expresión soez que le sirviera para mostrar superiorid­ad a otro.

Disciplina­do, en ocasiones hasta grados de auténtico estoicismo, Jorge López Páez escribe todos los días. Se levanta muy temprano, realiza unos ejercicios de yoga que le recomendó hace décadas Alejandro Rossi, sale a caminar, hace la compra. Luego “trabaja”, como llama a sus horas de escritura. Suele tocar un rato el piano que tiene en su recámara y se entrega a sus afanes cocineros, preparando él mismo los manjares (sin hipérbole) y dando instruccio­nes a “secretaria­s”, como las llama, que invariable­mente más temprano que tarde llegan a ser muy buenas en aquel oficio. Ha recibido en comidas espléndida­s a numerosos amigos, de años o de repentina y próxima aparición. Las comidas suelen cursar al ritmo de un relato central, dicho por uno de los comensales. De ahí surgen las preguntas, las bromas, los cruces de miradas, las intuicione­s acerca de lo que no se está contando. Brotan también y casi sin falta las carcajadas. No pocas veces de aquellos relatos nacerán historias que los invitados verán impresas, felizmente.

Jorge López Páez es irremplaza­ble, amigo bueno, inteligent­e, juguetón, solidario, e impaciente, apresurado, a veces tan lejano a la prudencia. El mejor de los amigos.

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