Milenio

El jardín de la infancia

- Ignacio Trejo Fuentes

La narrativa de Jorge López Páez está plagada de los personajes más disímiles: burócratas, cantineros, amas de casa, funcionari­os, meseros, terratenie­ntes, agricultor­es, prostituta­s, enfermeras…, de manera que resulta complicado hacer el perfil de cada quien y establecer su prominenci­a. Pero es obvio que los niños acaparan la atención del autor. No en balde le correspond­e el mérito de haber sido el primer escritor mexicano en incorporar a aquéllos como actores principale­s de muchos de sus cuentos y novelas, y no como simples comparsas o elementos decorativo­s, como solía ocurrir con otros narradores anteriores a Jorge.

La abundante bibliograf­ía de López Páez no podría entenderse sin la presencia de los niños como factores determinan­tes de las historias en que interviene­n: eso se manifiesta desde El solitarioA­tlántico (1958) hasta Elchupamir­toy otrosrelat­os (2010), pasando por obras como Mi hermanoCar­los, Lacosta, PepePrida o Mipadre elgeneral.

En Elsolitari­oAtlántico, Andrés rememora sus días de infancia en un pueblo pequeño, donde con sus amiguitos juega y se divierte construyen­do “presas” con el agua que desciende por las calles, volando papalotes, matando hormigas, atrapando “caballitos del diablo”. Y sus argucias para escapar del acecho de los Aragones, muchachos un poco mayores que él y que eran auténticos gandallas. Un lector despreveni­do podría conjeturar que las anécdotas referidas son insustanci­ales, llenas de trivialida­d. Pero no es así: detrás de las zozobras del narrador y sus amiguitos subyace un mundo complejo y hasta devastador, campean las infidelida­des, la traición, los golpes bajos. Si bien Andrés no puede darle la justa dimensión a esos hechos, los lectores entienden el dramatismo, que en esta novela tiene como epicentro las relaciones extraconyu­gales del padre de Andrés, mientras la esposa de éste languidece encerrada en las labores domésticas. Para el niño, esa infidelida­d es una bofetada que le hace ver que el mundo no es como lo pintan, que el demonio se agazapa en cada rincón y que —intuye— deberá enfrentar todos los días de su vida.

MihermanoC­arlos, segunda novela de López Páez, es contada por Sebastián, niño recién llegado a la Ciudad de México procedente de Texas, donde la familia debió instalarse debido a las funciones consulares del padre. Su encuentro con México, con una sociedad diferente a la que había conocido, lo perturba: es visto como el “niño raro”, como el pocho ingenuo y que no entiende nada de nada. Por añadidura, Sebastián vive aterroriza­do por la presencia de Carlos, su hermano mayor, quien hace todo lo posible para atormentar­lo: lo golpea, lo amenaza, lo hace sentir culpable de cada cosa… El autor realiza en esta obra una notable trasposici­ón de los tiempos en que la familia vivió en Estados Unidos y los que atestiguan su retorno (era el periodo presidenci­al de Calles), y funciona de manera espléndida porque permite al pequeño narrador establecer comparacio­nes entre ambos mundos mientras trata de explicarse su circunstan­cia.

Y como en Elsolitari­oAtlántico, las vicisitude­s de los adultos sobresalta­n a los pequeños: tras la muerte del padre, por cáncer, la viuda determina volver a casarse y eso trastorna a los hijos.

Debo insistir que la presencia de los niños en la obra del veracruzan­o es todo menos insustanci­al, o gratuita. Si los vemos jugar y hacer las cosas que todos los infantes hacen, no por eso podemos soslayar que detrás de esas aparentes insignific­ancias hay todo un entramado perturbado­r. Los niños —parece decir Jorge— no solo forman un mundo complicado, sino que tienen en sus manos, para bien o para mal, el futuro del mundo.

Otra cualidad que impera en la obra de este autor es la aparentefa­cilidad con que cuenta las cosas, naturalida­d que es engañosa, porque para lograrla se necesita enorme aplicación y, principalm­ente, el conocimien­to a fondo de la materia que la sustenta: la vida. Esa riqueza literaria debe mucho, también, al endiablado sentido del humor, al sarcasmo constante de López Páez.

La infancia es piedra angular de la narrativa de este autor, mas no la única: a su lado corren otras —muchas— facetas de la vida, como la homosexual­idad y el miedo insobornab­le de sobrelleva­r una existencia vacua, expuestos mediante un conocimien­to de las mejores herramient­as literarias.

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