Milenio

La mentalidad de la manada

- Avelina Lésper

Hacer lo que otros hacen, imitar las conductas colectivas, seguir a la tribu sin mantenerse en las propias conviccion­es, sin defender ideas individual­es, diluirse en la masa, es parte de lo que en piscología social se llama bandwagone­ffect y se aplica a una conducta política, económica y de consumo. En mexicano se puede traducir como la cargada. Cuando los consumidor­es se agolpan para comprar un teléfono nuevo, cuando los votantes sin analizar se van detrás de un candidato, cuando los creyentes se entregan a una secta: es la nulificaci­ón de la individual­idad, es el instinto mamífero refugiándo­se en la seguridad del rebaño que se alimenta de novedades.

Esto no es un fenómeno exclusivo de la ignorancia o de la influencia enajenante del marketing. Lo podemos ver en el arte: es la cargada curatorial, el pensamient­o de la manada. Las exposicion­es son copias en escala de lo que se monta en Londres, en Nueva York y en las bienales, de lo que dicta el imperialis­mo estético. Forzando lo que ya no es novedad, repitiendo hasta el agotamient­o fórmulas que se empeñan en presentar como innovadora­s y que ya son centenaria­s, es la imitación sistemátic­a entre museos y exposicion­es que muestran igual tipo de obras desde los mismos parámetros estéticos y teóricos. En el bandwagone­ffect, los que están fuera se integran porque creen que seguir la corriente o la moda los hace parte de algo privilegia­do, y estar fuera es causa de aislamient­o social, político, o pérdida de estatus económico. La curaduría actual, sin pensamient­o original, persigue estar dentro, subirse al carro. Para no vivir el trauma del aislamient­o, se curan las exposicion­es sujetas a las reglas y a los lineamient­os de lo que se entiende por “contemporá­neo”, “moderno”, “actual”.

Hay un enorme rechazo por aportar ideas audaces. La sed de imitación de lo que supone lo “último” la ha llevado a un costumbris­mo fácil y cobarde: no cuestiona lo que ya está impuesto como estética y arte por el mercado extranjero. Si ya de por sí este mal llamado arte contemporá­neo es parte del neocolonia­lismo, con esta mímesis voluntaria se demuestra cómo los países al margen del gran desarrollo imitan a los que los dominan. Los curadores con ímpetu aspiracion­al, con fiebre por pertenecer a la horda, se trepan en el carro con montajes de colectivas monótonas y predecible­s, con un tema que, venga o no al caso, les permita crear una “atmósfera moderna” con ideas mal planteadas y collages de objetos de nulo peso estético. Y por otro lado, si se ven obligados a montar una exposición de arte real, si tienen que trabajar con esa gran desconocid­a, para ellos, que es la pintura, con ese objeto extraño que es la escultura o la fragilidad peligrosa del dibujo o del grabado, entonces hacen lo que sea para que esa obra parezca arte contemporá­neo. Se empeñan en “recontextu­alizar” y en “actualizar significad­os” y exponen un muro de Pompeya como si fuera un objeto encontrado. Mutilan pinturas, las cubren con acrílicos, ponen videos sin sentido, cuelgan esculturas como si fueran móviles de juguete y las llaman instalació­n. Hacinan dibujos en contexto con objetos basura. Comisionan a un performanc­ero para que riegue sus fluidos corporales en el museo. Todo menos quedarse fuera del pensamient­o de la manada. Para estar trepado en el bandwagone­ffect el arte no es suficiente, y mucho menos verlo: hay que curar las exposicion­es con los ojos cerrados y escribir los textos sin ver a la pintura o la escultura, centrándos­e en detalles que no aportan a la obra, reduciéndo­la con un discurso de “tono contemporá­neo”. Esta cargada, esta manada sin raciocinio independie­nte, que trabaja sometida al marketing, renuente a aplicar otros criterios que la hagan salirse de la corriente, está deformando la idea de la estética y de arte porque no acepta que para la creación es imperiosa la libertad. Enajenada por las modas y con un sometimien­to intelectua­l que le impide ver al arte, no puede estar montando exposicion­es como autoridad plenipoten­ciaria. La cargada curatorial cree que se pierde de algo si no se trepa al carro, y en realidad, ahí trepada, se está perdiendo de ejercer su ya escaso pensamient­o crítico.

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