Milenio

El mundo se acaba

- MARCO PROVENCIO mp@proa.structura.com.mx

Si está usted leyendo estas líneas, lo más probable es que sea indicio de que el mundo no se ha acabado y sigue girando como siempre. La llegada del solsticio de invierno a las 5:11 de la mañana, y con ello el término de la unidad de medida del calendario maya conocida como “baktún 12”, no habrán tenido gran impacto en el tictac cotidiano de la aldea global.

De nuevo, los profetas del desastre y la destrucció­n se habrán quedado con las ganas de poder gritar un “¡te lo dije!”, así fuera, en su caso, un absurdo: ¿cómo y a quién presumiría­n su acierto si por defi nición el mundo habría terminado y con él todo lo demás?

Erraron, como en el año 365 erró el obispo francés Hilario de Poitiers, quien argumentó que el mundo estaba por terminar pues el Emperador Constancio II, quien le había expulsado de Frigia, era en realidad el anticristo. También erró Elba Esther Gordillo, quien al haber sido expulsada del PRI en julio de 2006 anticipó que éste nunca regresaría al poder.

Erraron quienes creyeron que la llegada del año 1000 significab­a el fi n del mundo y, por lo tanto, poco antes decidieron abandonar su modo de vida y todo a su paso para peregrinar a Jerusalén y esperar ahí al mesías. Por lo que dicen los medios, también han de haber errado los cientos de miles de turistas que peregrinar­on en estos días a la península de Yucatán para esperar ahí el desenlace. Por lo visto, aquél antiguo dictum popular, “cuando el mundo se acabe nos vamos a Mérida”, ha resonado por todo el orbe antes de esta anotación del calendario.

Erraron quienes se dejaron llevar en el año 1260 por el monje italiano Joaquín de Fiore, quien aseguraba para entonces el fin del mundo, pues un oscuro pasaje de la Biblia hablaba de 30 generacion­es antes del fi n de la era. Dado que 42 años era la edad promedio, 30 por 42 daba 1260. Erraron también quienes creyeron que podrían multiplica­r unas cifras por otras para convencer a todos de la supuesta compra masiva de votos en esta elección presidenci­al, multiplica­ción que terminó como otras supuestas pruebas del más supuesto fraude electoral: en una reprobable y desmedida chunga, con chivos y cubetas y mandiles y demás.

Y qué decir del Papa Inocencio III, que de inocente no ha de haber tenido mucho pues en 1284 se dedicó a espantar a quien se dejara sobre el supuesto fi n del mundo, pues esa misma cifra resultaba de sumar “el número de la bestia”, 666, al año de fundación del Islam, 618 (desde entonces, éste necesita una buena campaña de relaciones públicas en Occidente). Ahora habría una gran competenci­a por la versión moderna del “número de la bestia” con el que más de uno ha intentado engañar a los creyentes, desde los “15 minutos” para resolver el problema de Chiapas o el 7% de crecimient­o promedio o los supuestos “10 puntos de ventaja” en las encuestas.

También erraron los mormones al creer que el mundo terminaría con la segunda llegada del Mesías hacia 1861, o los Testigos de Jehová, quienes en 1914 argumentar­on que el mundo acabaría ese año como resultado de la interpreta­ción correcta de lo contenido en el libro bíblico de Daniel. Como ese año concluyó sin que el mundo terminara, aunque Europa y otras partes del mundo estuvieran inmersas en terribles guerras, la profecía se postergó para 1915 y luego para 1918 y luego 1920 y así hasta que fue quedando en el olvido, como le irá sucediendo igual a las promesas de 12 años en los que el PRI no estuvo en Los Pinos pero buena parte de los problemas del país, más que aminorar, explotaron.

En las últimas décadas, quienes se han dedicado a pronostica­r el fi n del mundo han hecho referencia al Cometa Halley o a la conjunción de los planetas; a una devastació­n nuclear o a la inversión de los polos en función de la acumulació­n de hielo en la Antártida; al armageddon ocasionado por el efecto del Y2K o a la visita de seres extraterre­stres que solo dejarían destrucció­n tras su paso. Total que el mundo sigue y sigue caminando, sin que nuestros propios extraterre­stres como Antorcha Campesina o los APPOs o Panchos Villas o el SME puedan hacer algo para impedirlo. Tampoco pueden hacerlo los normalista­s que se oponen a aprender inglés y computació­n, los empresario­s que se oponen a competir, los estudiante­s que no quieren estudiar. Tampoco los burócratas que no viven la mística del servicio público, ni los sacerdotes que no viven las enseñanzas de su iglesia.

Total que el mundo no se ha acabado y es de temer que tampoco lo hagan nuestras malas costumbres y peores hábitos.

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