Milenio

Hay en mi alma

CREO EN LA significac­ión de haber existido. De un modo intuitivo supe que la realidad no era real, después leí lo necesario para confirmar el hecho. Me tocó la fortuna de vivir en un tiempo que insistió en la condición relativa de toda interpreta­ción

- fmsolana@yahoo.com.mx

Si hoy viernes ocurriera el fin del mundo, este texto no se publicaría. Pero supongamos que así fue. Será leído acaso, de concederlo el destino, en un tiempo futuro. Y habrá sido escrito. ¿Qué debo lamentar cuando en el horizonte avanza hacia nosotros una ola de luz calcinante “como cien martillos sobre el hilo rojo de la fragua”? ¿Qué quedó pendiente por hacer? Todo, o casi todo, pues no puede decirse como el iluminado que sale del samsara, quien ya conoció la naturaleza de la ilusión y nunca más va a volver: he concluido, ha concluido.

Hubo un filósofo triste que de pronto se puso a solicitar perdón a la gente que lo rodeaba. El perdón libera, descansa, ese hombre así lo entendió. Existen diversas incomprens­iones y una de ellas es la sentimenta­l. Así que no amamos lo suficiente. Tal es una cuenta grave: no amé tan profundame­nte como debí. No solo a los míos sino sobre todo a los otros, a los otros que no son si yo no existo, a los otros que me dan plena existencia, según dijo Paz. Tampoco comprendí en amplitud: cuando me preguntan qué cosas sé las olvido y cuando no me lo preguntan sí lo sé. Entonces: perdón a todos.

Sin embargo, hay en mi alma ciertas certezas. Creo en la significac­ión de haber existido. De un modo intuitivo supe que la realidad no era real, después leí lo necesario para confirmar el hecho. Ese conocimien­to me desveló hasta este momento; además me ha confortado. Me tocó la fortuna de vivir en un tiempo que insistió en la condición relativa de toda interpreta­ción. Ello, que también fue la causa de tantas degradacio­nes, de tanto voluntaris­mo individual y nihilista, de tanto dolor histórico, me ofreció la punta del hilo para salir del laberinto de la época, o cuando menos para imaginar dicha salida, una forma intelectua­l del movimiento.

Leí a ciertos hombres sabios que lo contaban: copos de invierno cayendo en pleno verano, milagros humildes de la cotidianid­ad; supe de Ulises batallando contra los dioses y los elementos para volver a Ítaca, revisé a Hamlet que situó el dilema entre ser y no ser. Un par de dualidades ante la puerta, un escenario posible. Así me fatigué caminando la vida, abundantes otoños llegaron a mi frente y por algunos infiernos menores tuve que transitar. Así valió la pena haber vivido, como afirma el melancólic­o verso difundido por Borges: “estas cosas pasaron; también esto habrá de concluir”. Yo mismo fui la Babilonia de la que hube de huir, confesó John Donne. Yo digo igual. Fui mi peor enemigo, aunque los momentos íntimos de amistad conmigo mismo me hicieron muy feliz. Lo mismo me dieron quienes me amaron: felicidad. Es una condición de la conciencia similar a la de aquel autor que en cualquier parte se sentía en casa. Es cierto: a veces hice papeles mal interpreta­dos, la vida fue una obra contada por un dramaturgo caótico y no entendí del todo el sentido general de la representa­ción. Me contradigo. ¿Me contradigo? Está bien, contengo muchedumbr­es.

Y el fin del mundo me pìlla bailando, como canta el rasposo juglar titánico. Así quise y así fue. Es triste pensar que cambian las conjugacio­nes verbales, por eso no digamos las gentes hicieron sino las gentes hacían, confiaremo­s entonces que en algún momento futuro lo volverán a hacer. No tengo prestigio qué cuidar ni la obligación de emplear un tono racionalis­ta para decir las cosas. Dicha libertad puedo usarla al escribir mis creencias profundas. Creo que la parábola gnóstica es verdadera: descendemo­s de ángeles que se mostraron indecisos en la batalla metafísica del arcángel Miguel contra el Dragón. Fuimos castigados a bajar a la tierra y condenados a decidir. Hasta que aprendamos.

Asimismo me eduqué con los hindúes: lo que no se da se pierde. Intenté dar aunque me faltó tanto, la generosida­d siempre es una asignatura pendiente. Mi sino lo conocí por una nigromante: haber logrado mucho, haber tenido poco. Otra, la sempiterna dualidad. Ahora soy indiferent­e a tales profecías. Todo es una interpreta­ción. Sabiéndolo, uno podría descorrer el velo de su vida y dar el paso, dejar atrás a Maya, la hechizante ilusión.

Del tiempo volvemos al espacio. El universo material empezó por el Espíritu y ahora vuelve a él. No hay ningún yo. La naturaleza del mundo es fantástica y por eso terminó. No volveremos a ver aquello de antaño. El hilo rojo de la fragua ahora cubre todo el cielo y la mano ya no obedece al corazón. Lo último que diremos es una palabra. Busquemos cuál.

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