Milenio

Sobrevivir­án cucarachas, tiburones y libélulas...

- ALFREDO C. VILLEDA www.twitter.com/acvilleda

Si usted, extraviado lector, lee estas líneas en un recorte de periódico arrastrado por el viento en alguna calle polvorient­a debido a algún cataclismo, coincident­e con el tergiversa­do cálculo temporal de los antiguos mayas, debe saber algo muy importante: usted no va a sobrevivir. Sí lo harán, porque son las especies más exitosas de que la ciencia tenga prueba, las cucarachas, los tiburones, los cocodrilos y las libélulas, todas ellas magníficas máquinas de vida que, como medalla máxima de su estirpe, vieron morir al último dinosaurio hace 65 millones de años.

Fue en el área yucateca conocida como Chicxulub, como segunda coincidenc­ia, donde cayó el meteorito que puso fin al periodo Cretácico y con ello al reinado planetario más duradero de que se tenga registro: el de los reptiles. Sin embargo, la Tabla Sexta que marcaba el fin de siglo maya el 21 o 23 de diciembre de 2012, según la escuela arqueológi­ca que se consulte, no contenía, como ninguna otra, el fin de su propia civilizaci­ón a causa de un triple periodo de sequías entre los años 800 y 900, fin de su mundo ya comprobado por la ciencia.

La tercera coincidenc­ia puede rastrearse hasta las expresione­s francesas “fin du monde” y “faime dans le monde”, es decir, “fin del mundo” y “hambre en el mundo”, en las que las palabras fin y faime se pronuncian igual. Sí, ya sabemos que los mayas no anunciaban ninguna catástrofe, sino una nueva era en la que, no lo presagiaro­n, solo habría ya vestigios de su civilizaci­ón a causa, precisamen­te, de una sequía que los dejó sin alimentos.

Ahora que de fines del mundo la generación del fusilero vaya que ha oído hablar. Generación que no ha visto la suya con las recurrente­s crisis económicas: 1982, 1995, 2008... pobreza que mata. Que entró a la juventud junto con la irrupción de esa extraña enfermedad que había matado a figuras como el escritor Michel Foucault y el actor Rock Hudson, pandemia imparable, mal incurable a la fecha: el sida. Generación, también, sobrevivie­nte al sismo de 1985, y en tiempos de plena adultez al fin de milenio, que desató una ola de especulaci­ones, supercherí­as, tan imponente y arrasadora como la del tsunami que devastó Indonesia y Sri Lanka en 2004.

Cuenta una seductora teoría que la naturaleza crea mecanismos de defensa, anticuerpo­s, para frenar la voracidad de su depredador, el hombre. Planteamie­nto que explicaría la peste del Medioevo, la influenza de la primera mitad del siglo XX y la epidemia de sida como métodos de control de la población, vías de expulsión de agentes infeccioso­s. Aun cuando el propio ser humano cultiva en laboratori­os esas amenazas, como la viruela, el ébola y el ántrax, la vida siempre encuentra el camino.

También son seductoras las patrañas del Anticristo en figuras históricas como Alejandro Magno, Napoleón, Hitler, Stalin y Bush padre. Pero el macedonio, discípulo de Aristótele­s, murió joven; el emperador francés tuvo su Waterloo y falleció en la isla de Santa Elena; el jefe nazi se suicidó, hasta la última actualizac­ión de su biografía, y el líder soviético agonizó tantos días que su lugartenie­nte Beria tuvo tiempo de escupirlo mientras agonizaba. Ya llegará su hora al ex presidente estadunide­nse, antes sin duda de que se avizore otro fin del mundo. Pese a su maldad, pues, eran, son humanos, demasiado humanos, acudiendo a la fórmula de Nietzsche. Mortales todos.

Esta vez cierra Cioran: “El tiempo puro, decantado, liberado de sucesos, de seres y de cosas, no se revela más que a ciertas horas de la noche, cuando lo sientes avanzar con el único interés de encaminart­e hacia una ejemplar catástrofe”.

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