De Mesones a Tacubaya
Yo soy quien sin amparo cruzó la vida /En su nublada aurora, niño doliente, /con mi alma herida /El luto y la miseria sobre la frente; […] /Hoy merezco recuerdo de ese pasado /de luz y de tinieblas, de llanto y gloria; /soy un despojo, un resto casi borrado /de la memoria”. Ocho años antes de su muerte, un hombre se mira romántico en su poema “Cantares” (septiembre, 1889) tras una lista de quehaceres por cumplir antes de partir.
Fue un luchador social y político que a los 71 años miraba los distintos tonos de sus pasiones como miles de reproducciones formadas en una línea de tiempo. Este hombre, que nació el 10 de febrero de 1818 en la calle Portal de Tejada, ahora conocida como Mesones, y murió en Tacubaya en 1897, era Guillermo Prieto, quien más allá de ser el poeta popular por excelencia, fue abrazado —como los decimonónicos— por las corrientes románticas, y, por supuesto, del liberalismo, del costumbrismo mexicano y su folclore. Dejó toda la ideología social no solo en sus versos, también en su prosa, en sus crónicas y en su teatro: Elalférez, Alonso de Ávila, Amipadre, entre otras.
Prieto fue de esos autores a quienes le agradecemos haya dejado en su literatura la vida cotidiana, porque esa vida, esos colores, para él eran los verdaderos escenarios dramáticos y literarios. El pueblo era la literatura misma.
¿Qué sería de los historiadores, de los investigadores sin estos registros? Y ¿qué sería de los teatreros sin Fidel (el seudónimo más conocido y que utilizaba para las críticas y crónicas teatrales en el periódico SigloXIX)?
Es importante recordar que en la vida escénica del XIX Prieto jugó un papel importante con sus traducciones. Tradujo, por ejemplo, zarzuelas francesas. Una de ellas fue El laurel de oro, que se estrenó en el Gran Teatro Nacional en 1876; un año por demás clave para la actividad escénica, ya que se registraba un número inaudito de estrenos para el movimiento teatral de entonces: ¡43 en tan solo 12 meses!
Ignacio Manuel Altamirano, quien lo declaró “El poeta mexicano por excelencia” en una de sus crónicas publicadas en ElMonitor Republicano, describe: “Guillermo Prieto, quien, ante los anteojos subidos hasta la frente y sacudiendo de cuando en cuando su cabeza agitada por ardientes pensamientos y coronada por sendos mechones de plata mezclados a sus cabellos castaños, le responde con su voz vibrante y magnífica [a Pepe Castillo]”. Ése era el escritor para quien la palabra y los versos estaban a merced de sus ideales.
De este intelectual se editó recientemente La patria como oficio, un mural de su tiempo; una lectura placentera en donde confluyen una serie de propuestas sobre política cultural que no nos caería mal revisitar.
La puerta estrecha se ha cerrado.