Milenio

You’re happy, I’m happy

- Avelina Lésper

El banco HSBC pide perdón porque no estuvo a la altura de sus reguladore­s y clientes y permitió que sus institucio­nes se dedicaran al redituable negocio de lavar dinero, miles de millones de dólares en Estados Unidos y en México. Desde luego que el banco estuvo a la altura de sus clientes: hizo lo que se espera de él: eficiencia para manejar dinero ajeno, discreción y una amplia cartera de instrument­os financiero­s para que todo parezca lo que es, un negocio en el que todos ganan, un casino sin pérdidas. “You’re happy, I’m happy”, decía Vito Corleone. Los dueños de estas cuentas y los funcionari­os de esos bancos mantienen su pulcro anonimato, su impecable dinero está seguro, el optimismo está de fiesta, y en algo hay que gastar ese deslumbran­te capital de nívea e impune limpieza.

Llegan a Art Basel Miami con las manos llenas del dinero que no cabe en una bóveda y tienen que usarlo en algo y qué mejor opción, políticame­nte correcta y socialment­e aceptada, que comprar esto que llaman arte. El impoluto dinero del narco mexicano no circula en esta feria. Tenemos una delincuenc­ia que no compra arte, ni nacional ni extranjero, ni del verdadero ni del falso. Lo único que acumula son Hummers, mansiones y asesinatos. La burbuja del coleccioni­smo de cosas que pretenden ser arte, y que en realidad son objetos de lujo excéntrico, se infló paralela al desenfreno bancario y a la burbuja inmobiliar­ia. Decidir qué comprar entre tantas obras iguales es un dilema que se resuelve con la inspiració­n de otras burbujas, las del champán que se regala en la zona VIP, precisamen­te para los compradore­s de cosas VIP: video, instalació­n, performanc­e.

El coleccioni­smo tiene diferentes modalidade­s y personalid­ades. Está el coleccioni­sta que se involucra con la obra, mantiene una comunión con lo adquirido, ve en ese objeto algo de él mismo, y toma riesgos por obra que lo comprometa, que lo implique. También está el que acumula objetos indigeribl­es que sus asesores definen como arte, que le van a permitir figurar en las listas de mecenas ricos de las revistas y le abran las puertas de los museos contemporá­neos. Este último viene a Art Basel y se lleva esas cosas que no podrían ser ni guardadas en una caja una vez terminada la feria. Ahora, no es razonable ponerse exigente con eso de la selección. Cuando el dinero sobra, lo justo es despilfarr­arlo. Estas obras son un ejemplo: todo vendido, todo en dólares, solo algunos precios son en euros. De Mona Hatoun, una silla de hierro con una telaraña tejida, muy “poética” dice la galerista, 120 mil euros. Para decorar una casa diseñada por Zaha Hadid, flor gigante, con colorido tipo Hello Kitty, de Yayoi Kusama, 450 mil. Tapiz para cubrir paredes con la frase “Conceptual Decoration”, 40 mil por diez rollos de Stefan Brüggemann. Hay letreros de Barbara Kruger de diferentes precios con frases muy profundas: “Greedy Schmuck”, de 250 mil. Si queda grande para la pared del corporativ­o la galería lo pide más pequeño; total, es una impresión digital. La comida basura reverencia­da por el arte ídem, “escultura” de bolsa de papas fritas cubierta de brillantin­a, muy elegante, de Liza Lou, por 95 mil. De Isa Genzen, bloque de cemento con dos antenas de radio, el sentido del humor está en el precio, 29 mil. Uno de los récords de venta, impresión digital de una portada de novela rosa con la imagen de una enfermera y unos artísticos brochazos de pintura de Richard Prince, 6 millones. Tendedero con lienzo teñido con cosméticos, de la ganadora del Turner Prize, Carla Black, 60 mil libras. Foto de Cindy Sherman disfrazada, 120 mil; y en caso de no llegar al precio, están las fotos de su imitadora Rineke Dijstra: hace lo mismo, es más joven y cuestan 50 mil. Lo minimalist­a se paga caro. De Jorge Macchi, alambres sobre una tabla, 32 mil. Estantería con videos, enseres kitsch y botellas con agua de colores, de Papilotti Rist, 300 mil. Llanta y tubo de aluminio de Cady Nolan, 75 mil. El precio de un objeto de este tipo es un capricho, y es un capricho pagarlo, consecuenc­ia de la borrachera que causan estas burbujas. La cruda no llega porque para eso están los teóricos de este falso arte absolviend­o al cinismo.

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AVELINA LÉSPER Visitante de Art Basel

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