Baudelaire en movimiento
Hasta antes de los 16 años, ese muchacho decía no creer en Dios, después creyó en Baudelaire. El primer poema que retuvo fue “El albatros”, del que hizo una lectura insólita: esas estrofas, que se duelen ante la imagen de una gigantesca ave atormentada y humillada por marineros, no le descubrieron al artífice de la lengua francesa o al subversivo precursor del gusto moderno, sino al poeta de la compasión más amplia y elemental hacia los seres vivos. El muchacho creyó entonces en la frase baudeleriana: “Si la religión desapareciera del mundo, la volveríamos a encontrar en el corazón de un ateo”. Lo cierto es que, pese a la fuerza de los clichés críticos, Baudelaire, como sucede con los clásicos, depara siempre una recepción llena de sorpresas y posibilidades. Dibujosy fragmentos
póstumos (Sexto piso, 2012, edición de Ernesto Kavi) es un libro que recoge todos los dibujos y apuntes de Baudelaire y que permite descubrir nuevas facetas del inagotable escritor. El libro parte de una labor de rastreo y organización editorial que ofrece una nueva vista del armario del poeta, pues si bien la mayoría de este material ya era conocido, estaba repartido en distintas publicaciones, bibliotecas o colecciones. Esta edición permite asomarse, al menos, a tres rasgos de Baudelaire: el rostro íntimo, el credo estético y el temperamento filosófico. Por un lado, los dibujos, los fragmentos, los proyectos de trabajo, los prólogos truncos, los índices de títulos y tramas, los apuntes angustiosos sobre sus finanzas y los conmovedores propósitos de enmienda son un diario del escritor que sucumbe ante la tentación y la enfermedad. Por otro lado, las consideraciones sobre el acto y el quehacer creativo permiten asomarse al laboratorio de un creador con un profundo rigor, lucidez y confianza en el trabajo que contrasta con el lugar común del maldito que escribe entre el sopor del hachís. Pero quizá la perspectiva más fascinante sea el temperamento filosófico de Baudelaire que se acoge con toda naturalidad al género fragmentario característico de la modernidad. Cierto, acaso muchos de estos pensamientos e imágenes aspiraban a una forma consolidada; sin embargo, la mayoría de ellos son deliberadamente fugitivos, ambiguos, polivalentes, reacios a la prisión de lo coherente. Este bazar de imágenes, pensamientos y confidencias de formas y contenidos generalmente contradictorios, que van de la ironía hiriente a la ternura, constituyen un breviario filosófico. En efecto, los temas registrados dibujan un autor de intereses y formación amplios que rebasan las esferas de la poesía y el arte; pero que utilizan al máximo los potenciales cognoscitivos de estas disciplinas. La poesía se redime aquí como una forma de reflexión con dos atributos: la imagen, capaz de superar la lógica y el concepto unívoco, y la introspección, que genera un conocimiento visceral, imposible de alcanzar por otro medio que el de la dolencia.