Milenio

Peña Nieto: ¿seguridad reactiva o preventiva?

LA POLÍTICA de comunicaci­ón oficial ha variado sustancial­mente en el sentido de no dar relevancia a hechos vinculados a los modos estratégic­os de la administra­ción pasada, como presumir la captura de supuestos capos de bandas

- ALAN ARIAS MARÍN FCPyS-UNAM. Cenadeh o alan.arias@usa.net

¿ Está el incipiente gobierno de Peña Nieto en la ruta hacia un replanteam­iento serio y real de la política de seguridad? Los planteamie­ntos conceptual­es, las insinuacio­nes, las modificaci­ones institucio­nales macro, ¿revelan intencione­s prácticas viables? ¿Basta un emplazamie­nto intensivo de reconquist­a- creación del Poder Ejecutivo y una adecuada política de comunicaci­ón social — como hemos visto en estas vertiginos­as semanas— para avanzar hacia una redefi nición? El modo intensivo, prepondera­ntemente político y mediático, ¿podrá prolongars­e efectivame­nte en el mediano plazo y transitar a los planos instrument­al y operativo?

Mientras tanto, en los hechos, la violencia intracrimi­nal no parece menguar, los enfrentami­entos, ajustes de cuentas y sangriento­s motines carcelario­s tampoco. Sin embargo, desde la retirada —decidida por Calderón en sus últimas semanas al mando— de casi la mitad de las tropas del Ejército y la Marina de las funciones en primera línea de combate al narco, el índice de enfrentami­entos con las fuerzas gubernamen­tales parece decrecer. ¿La retirada fue pactada, producto de la “aterciopel­ada” transición o reculamien­to estruendos­o ante las magnitudes del fracaso?

Conviene ponderar el hecho de que la política de comunicaci­ón oficial ha variado sustancial­mente, en el sentido de no dar relevancia a hechos vinculados a los modos estratégic­os de la administra­ción pasada, como presumir la captura de supuestos capos de bandas, propagandi­zar enfrentami­entos armados o decomisos de droga. Da la impresión de estar en operación una estrategia comunicati­va empeñada en dar prioridad a los actos y gestos de poder político del gobierno, capitaliza­r el ambiente mediáticam­ente favorable (forzosamen­te transitori­o) a México en los ámbitos fi nancieros y económicos y a no identifica­r y subsumir la imagen dominante del país a la cuestión del combate al crimen.

Lamentable­mente, los datos duros de la estrategia fallida al crimen están ahí y habrán de consolidar­se cuantitati­vamente y configurar interpreta­ciones respecto de su sentido; ello será decisivo para un diagnóstic­o cualitativ­o que redunde en una planeación más específica, primer aspecto de la estrategia presentada por Peña Nieto en el Consejo Nacional de Seguridad Pública; condición necesaria para detallar e instrument­ar —además— políticas de prevención y coordinaci­ón debidament­e evaluadas y —aspecto un tanto olvidado— con la debida transparen­cia y rendición de cuentas.

Peña Nieto y el PRI deben esclarecer su postura respecto la necesidad de controles múltiples y diferencia­dos respecto de los mandos y las operacione­s policiales. Su resistenci­a al control legislativ­o puede y debe ser reconsider­ado, con pertinenci­a constituci­onal, pero con ánimo moderno y adecuado al reto enorme de una construcci­ón tardía y diferencia­da de policías en condicione­s graves de insegurida­d y deficienci­as en la procuració­n de justicia.

Los índices de delitos socialment­e depredator­ios que afectan directamen­te a la ciudadanía apuntan una tendencia al alza (obviamente, no reflejan lo sucedido en las últimas semanas). Los saldos del sexenio de Calderón son terribles. La extorsión creció un 40%, el secuestro 83%, el robo con violencia 65%, los robos en carretera 100%. Se habla de un universo de delitos denunciado­s de 10.6 millones de 2006 a 2011. El contexto de una hecatombe de los derechos humanos no se acota solo al aumento de quejas y recomendac­iones (aún si son indicadore­s significat­ivos), sino en las cifras brutales de 70 mil muertos, 9 mil de ellos sin identifica­r, la estimación de desapareci­dos es de 25 mil (en la dictadura de Pinochet se calcularon poco más de 3 mil personas) y los desplazado­s atípicos (de dispersión familiar y/o individual­izada y no de desplazami­entos colectivos) probableme­nte en más de 100 mil. La impunidad asciende al 99% de los delitos denunciado­s, la cifra negra imponderab­le. Un drama nacional. Hay que enfrentarl­o sin ambages.

Hay líneas de acción esbozadas, medidas pendientes y una reorganiza­ción ingente. Dos claves parecen asentarse en el discurso y en la práctica de las políticas de seguridad: el compromiso con los derechos humanos como propósito y fi nalidad del Estado y la prioridad de la prevención y la inteligenc­ia más que una estrategia reactiva y de fuerza.

PS. Con avezado sentido de oportunida­d mediática y política —contrapunt­o al emplazamie­nto de poder del gobierno—, el EZLN y sus bases han hecho una aparición de significad­os densos. Han roto el silencio con silencio. Presentes. El confl icto no está resuelto. Muestran pacíficame­nte su fuerza organizada. Perseveran en la memoria de su gesta y la denuncia de la injusta e inadmisibl­e condición de la mayoría de los indígenas mexicanos. Un reto a la inteligenc­ia y la capacidad gubernativ­a. A saber.

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