La permanencia
Elba Esther Gordillo elabora toda una defensa de los derechos de sus agremiados. La hace extensiva, como en las condolencias de los periódicos, a los demás familiares, a todos los trabajadores del Estado. Cuando uno la oye, pensaría que, en realidad, tras la reforma educativa, sus maestros quedarán a expensas de arbitrariedades, que cualquier jefecillo en turno los querrá y podrá despedir, que su seguridad laboral se borrará de un plumazo. En fin, que el maestro mexicano es una víctima que ahora, resistente, pacífica y civilizada, anda en pos de su dignidad perdida.
Eso es un lado. Pero cuando uno escucha la otra parte, se convence de que tampoco pasa de elaborar una caricatura del problema: al eliminar el carácter vitalicio a la plaza magisterial, se va a acabar resolviendo todo, dicen. Además está la personalización que han acabado por comprar muchos analistas: ven a Elba Esther Gordillo como el fundamento y la clave de la desgracia de la escuela mexicana. Personalizar así lleva un fuerte componente de ilusión: acabándose La Maestra se acaba el problema. La ilusión se desvanece pronto, en cuanto hay un cambio, porque si el problema es la persona, la solución es otra persona igual.
Y lo más grave es que para ellos, entonces, el tema de la educación se reduce a un asunto de fuerza, de cojones: ¿quién se atreve a enfrentar al lobo feroz? Como si no tuviéramos suficientes indicadores de que gobernar con el bajo vientre es gobernar solo para el día de mañana o, en todo caso, para la semana que viene.
Hasta ahora el hecho es que en un día el Senado aprobó la reforma constitucional en materia educativa y la envió de vuelta a la Cámara de Diputados para que pasara enseguida. Y ya está. Qué bueno: porque dejar el asunto de la permanencia de los docentes en manos de un Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, que sea autónomo, no necesariamente implica juzgar sin reglas. Al contrario, significa solamente que hay una serie de opciones, muchas de ellas por determinar, para contratar y mantener a un docente. En todo caso, es un primer pasito que puede desatorar otros y que, sobre todo, supone muchos más para los cuales habrá que contar con los maestros.
Seguramente un maestro no gozará de una plaza definitiva hasta que no cumpla con determinadas evaluaciones, o hasta que no llegue a determinado resultado. Vaya, es algo que tendrá que discutirse y decidirse. Por lo pronto está claro que quienes tienen plazas y no obtengan el puntaje necesario tendrán derecho a una capacitación específica para optar por una segunda oportunidad. Si no llegan al puntaje, entonces serán indemnizados conforme a la ley.
El hecho de que la permanencia sea decida por un Instituto autónomo de evaluación, más bien le garantiza a un maestro que no llegue un jefe arbitrario y lo despida. O que lo guarde en la congeladora, como sucede ahora. Se trata, precisamente, de evitar que todo esto sea un tema de cojones.