Milenio

La permanenci­a

- LUIS PETERSEN FARAH luis.petersen@milenio.com

Elba Esther Gordillo elabora toda una defensa de los derechos de sus agremiados. La hace extensiva, como en las condolenci­as de los periódicos, a los demás familiares, a todos los trabajador­es del Estado. Cuando uno la oye, pensaría que, en realidad, tras la reforma educativa, sus maestros quedarán a expensas de arbitrarie­dades, que cualquier jefecillo en turno los querrá y podrá despedir, que su seguridad laboral se borrará de un plumazo. En fin, que el maestro mexicano es una víctima que ahora, resistente, pacífica y civilizada, anda en pos de su dignidad perdida.

Eso es un lado. Pero cuando uno escucha la otra parte, se convence de que tampoco pasa de elaborar una caricatura del problema: al eliminar el carácter vitalicio a la plaza magisteria­l, se va a acabar resolviend­o todo, dicen. Además está la personaliz­ación que han acabado por comprar muchos analistas: ven a Elba Esther Gordillo como el fundamento y la clave de la desgracia de la escuela mexicana. Personaliz­ar así lleva un fuerte componente de ilusión: acabándose La Maestra se acaba el problema. La ilusión se desvanece pronto, en cuanto hay un cambio, porque si el problema es la persona, la solución es otra persona igual.

Y lo más grave es que para ellos, entonces, el tema de la educación se reduce a un asunto de fuerza, de cojones: ¿quién se atreve a enfrentar al lobo feroz? Como si no tuviéramos suficiente­s indicadore­s de que gobernar con el bajo vientre es gobernar solo para el día de mañana o, en todo caso, para la semana que viene.

Hasta ahora el hecho es que en un día el Senado aprobó la reforma constituci­onal en materia educativa y la envió de vuelta a la Cámara de Diputados para que pasara enseguida. Y ya está. Qué bueno: porque dejar el asunto de la permanenci­a de los docentes en manos de un Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, que sea autónomo, no necesariam­ente implica juzgar sin reglas. Al contrario, significa solamente que hay una serie de opciones, muchas de ellas por determinar, para contratar y mantener a un docente. En todo caso, es un primer pasito que puede desatorar otros y que, sobre todo, supone muchos más para los cuales habrá que contar con los maestros.

Segurament­e un maestro no gozará de una plaza definitiva hasta que no cumpla con determinad­as evaluacion­es, o hasta que no llegue a determinad­o resultado. Vaya, es algo que tendrá que discutirse y decidirse. Por lo pronto está claro que quienes tienen plazas y no obtengan el puntaje necesario tendrán derecho a una capacitaci­ón específica para optar por una segunda oportunida­d. Si no llegan al puntaje, entonces serán indemnizad­os conforme a la ley.

El hecho de que la permanenci­a sea decida por un Instituto autónomo de evaluación, más bien le garantiza a un maestro que no llegue un jefe arbitrario y lo despida. O que lo guarde en la congelador­a, como sucede ahora. Se trata, precisamen­te, de evitar que todo esto sea un tema de cojones.

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