Cosas de la época navideña
No se acabó el mundo y por lo tanto tendremos que festejar la Navidad y el Año Nuevo. Por estas fechas siempre escribo algo similar porque las sensaciones y eventos se repiten con rigurosa puntualidad. La Navidad, esa época tan bonita en la que todo es amistad, gestos cariñosos, abrazos y regalos, también trae consigo el círculo perverso de la desilusión que se demuestra claramente en la Teoríadel Fruit Cake, que consiste en que nada más se hace un fruitcake y como a nadie le gusta, todo el mundo lo regala.
Es extraño pero a pesar del amplísimo repudio que genera el asqueroso panqué —que ni nombre en español tiene—, mi madre disfruta enormemente de comerlo, ante el horror generalizado de la familia. El fruitcake es una forma de manifestar desprecio por alguien, desearle el mal, y expresarle alguna suerte de rencor. Pero comerse el fruitcake, no sé bien que significa. No es un acto de valentía, quizá se acerque más a un acto suicida o una manera radical de llamar la atención. ¿Por qué hace eso mi madre enfrente de todos? Lo ignoro y no creo poder descubrirlo porque tampoco entendería que caminara sobre vidrios rotos o que durmiera en cama de clavos. Para mí, el misterio de la Navidad queda encerrado en eso, el acto materno de comerse el maldito fruitcake como si se tratara de tomarse una botella de salsa Tabasco de un solo trago ante la mirada atónita de los demás.
Otro de los eventos que pueden resultar devastadores es lo que se conoce como “el puto intercambio”. De niño uno espera con ilusión el día de los regalos —¡que lo abra, que lo abra!— y en especial el intercambio. ¿Quién me dará, qué me dará? Ojalá me toque el primo rico, y no la prima amargada. De la pelota que hacía la vida feliz de niño, a la prenda de vestir, de joven y el libro o disco de adulto. Todo puede pasar en el intercambio. La angustia de ir a comprar los regalos (hay intercambios en las familias, en los trabajos y hasta en grupos de amigos) que se completa con la angustia de quién le va a obsequiar a uno.
Ya he comentado en este espacio el pavor que en la familia nos causaba que nos fuera a dar regalo uno de mis hermanos en particular —él sabe quién es y no pongo su nombre para no hacerle pasar un mal rato, que se dedique a desmentir o, peor aún, tenerle que explicar a sus hijos por qué hacía lo que hacía en Navidad—. Un paquetito de galletas, un par de chocoroles, tres mamuts, mal envueltos en un papel reciclado de regalo, podían echarle a perder a uno la temporada navideña y llenarlo de desilusión. Reunidos en la sala esperábamos aterrorizados las palabras “a mi me tocó darle a…”, mientras se acercaba con su pequeño envoltorio al desgraciado o desgraciada en turno. Los demás nos movíamos con alivio y tratábamos de contener las carcajadas, mientras el regalado contenía las ganas de atascarle todos los mamuts en la boca al sádico de mi hermano. Por cierto que él mantiene la costumbre de causar pánico y desazón con sus presentes. Hace unos pocos años, en el intercambio de los niños pequeños a uno de los sobrinos, que no se quitaba la camisa y los zapatos de futbol ni para dormir, decidió que lo mejor era regalarle un espantoso libro titulado Los animalitos del bosque, que, por supuesto, quedó arrumbado bajo el árbol navideño.
Total que ya se acerca el fi n de esta época en que la comida queda reducida al pavo y el bacalao. Pero esto no debe ser obstáculo para desearle a quienes leen una feliz Navidad junto con todos los suyos y suerte en el intercambio.