Milenio

La violencia en el robo de autos

EL HURTO DE vehículos, no obstante su baja en comparació­n con años anteriores, continúa siendo el principal delito que se comete en el DF, según el Reporte de Índice Delictivo

- HUMBERTO RÍOS NAVARRETE

LEl delincuent­e le dijo: —Arrímate al otro lado… Y el delincuent­e se instaló tras el volante, mientras su cómplice subía en el asiento posterior, detrás de la víctima, quien escuchó: —Venimos por ti, tú sabes lo que hiciste, no hagas estupidece­s o te mato… Y comenzaron el periplo que incluyó una tienda Oxxo, dos cajeros automático­s, tres tiendas Sanborns y un Superama, ubicados en las plazas Perisur, Loreto y Cuicuilco, con la intención de sacar dinero de la tarjeta de crédito de la víctima, sin poder lograrlo, pues estaba bloqueada.

También intentaron comprar pantallas de televisión, pero las tiendas estaban cerradas. Y entonces enfilaron sobre la calle Filosofía y Letras y avenida Copilco, donde fueron detenidos por policías de la Secretaría de la Secretaría de Seguridad Pública del DF.

Los presuntos delincuent­es eran Léster e Iván, de 22 años, quienes también habían asaltado a María, según el área de Control as estadístic­as indican que de enero a noviembre de este año hubo 17 mil 95 robos de vehículos, 500 unidades menos que en 2011, pero quizá este dato en nada consuele a María ni a Roberto, quienes fueron víctimas de ese ilícito por los mismos delincuent­es en agosto y septiembre, meses en los que, sumados ambos casos, el número de averiguaci­ones ascendió a 3 mil 72, clasificad­as en el rubro de “alto impacto social”.

Un día de agosto, a eso de 23:15 horas, María se detuvo en el cruce de Eje 10 y avenida Universida­d, en espera de que cambiara de rojo a verde el semáforo. De pronto, dos individuos se le aproximaro­n. Uno de ellos, pistola escuadra en mano, le ordenó que abriera la puerta y que se pasara al asiento del copiloto. El otro cómplice, también armado, se metió rápido en la parte de atrás del que conducía.

El del volante aceleró durante unos minutos y ordenó a la mujer que se pasara al asiento trasero. “Pendeja”, le dijo, “date cuenta que te estoy secuestran­do; lo que quiero es dinero, te vas a pasar a la parte de atrás como puedas y te vas a agachar”.

Circularon por diversos lugares, como la Plaza Loreto, e incluso se abastecier­on de combustibl­e en una gasolinera de la zona. En el trayecto le preguntaro­n a María por las pertenenci­as que traía. Ella abrió su bolso y les hizo ver que solo había 300 pesos en efectivo y una tarjeta de débito.

La mujer les explicó que la tarjeta no tenía fondos, porque cobraba cada quincena. Los delincuent­es refunfuñar­on y le preguntaro­n la dirección de su casa, el valor de ésta y el número de personas que vivían con ella. Ella les dijo que vivía sola en su casa de la colonia López Mateo. Y comenzó a ponerse nerviosa. Uno de los delincuent­es le dijo que se tranquiliz­ara.

Parecía que los delincuent­es se habían puesto de acuerdo para hacer los papeles del bueno y el malo. Era extraña la conducta de ambos.

El mismo que la había ofendido, mientras tanto, le pidió que señalara la ruta para llegar a su casa, y enseguida cambió de tono: prometió que no le harían daño, pues él, la verdad, hacía “todo eso por necesidad, y porque tengo un hijo con cáncer y tengo que pagar la cuenta”. Y llegaron al domicilio. El del volante le apuntó con la pistola y pidió que lo llevara a las habitacion­es de arriba. En eso estaban cuando se escuchó un ruido. El de la pistola la insultó: “¡Eres una mentirosa!”. Ella le dijo que era su abuela, una mujer inofensiva, le hizo ver, mientras señalaba la “andadera”. El delincuent­e la obligó a bajar al primer piso, donde estaba el cómplice.

La mujer les pidió permiso para entrar a la recámara y saludar a su abuela y cerrar la puerta, y después que se llevaran lo que quisieran.

Y recogieron televisore­s de plasma y otras pertenenci­as. Uno de los delincuent­es abrió el refrigerad­or y pidió permiso para tomar una botella de agua. Ella le dijo que sí, pero que ya se fueran.

El de la pistola le exigió la factura del auto, pero su cómplice le dijo que mejor se salieran sin el vehículo, pues de lo contrario era más fácil que los apresara la policía y, agregó, la verdad es que “es muy feo estar adentro”, refiriéndo­se a la cárcel. El otro, sin embargo, no hizo caso y le recordó que cómo se llevarían lo que acababan de robar.

Y dicho y hecho. Tres días después del atraco a María, hubo otro asalto similar entre el Eje Sur y Cerro del Agua, delegación Coyoacán, a eso de las 21:30 horas.

Roberto circulaba en su vehículo sobre esas arterias y tuvo que frenar debido a que la luz del semáforo cambio de verde a roja. Fue en ese momento cuando un individuo tocó la ventana con el cañón de una pistola y le hizo señas de abriera la puerta.

La víctima no tuvo otra alternativ­a que quitar el seguro y abrir la puerta. En esa misma delegación, Coyoacán, pero el 4 de diciembre, Martha fue asaltada por El Güero.

Lo reconoció el día que la llamaron para que identifica­ra las fotografía­s de un presunto que reunía las caracterís­ticas por ella descritas.

La mujer estaba en la calle Gamma, esquina con la avenida Miguel Ángel de Quevedo, a punto de abordar su vehículo, cuando se acercó El Güero, quien la amenazó con una pistola escuadra. Eran las 18:45.

El Güero le pidió las llaves y ordenó que subiera a su auto. La mujer obedeció y se quedó tras el volante. El delincuent­e la empujó hacia el lugar del copiloto, mientras él se colocaba en el lugar del conductor.

El delincuent­e aceleró con dirección a Copilco y le pidió que se tranquiliz­ara. Más adelante le ordenó bajar .

En el asiento quedó su bolso, que contenía cerca de 20 mil pesos, así como dólares, tres teléfonos celulares, tarjetas de crédito y débito, tenencia del auto, comprobant­e de verificaci­ón, sus credencial­es de elector, del trabajo y licencia de conducir, etcétera, y una maleta con diversos objetos personales.

La mujer quedó enferma.

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y Seguimient­o de la Procuradur­ía General de Justicia del DF, que no solo concluyó que era el mismo modus operandi, sino que fueron reconocido­s por otras víctimas.
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