LA FIESTA DE LAS LETRAS
DCuando en muchas latitudes se presagia la desaparición del libro y se cancela la era de la imprenta (que empezó con Gutenberg en el siglo XV) resulta que una Feria Internacional del Libro como la de Guadalajara triunfa como un himno a la lectura y una fe absoluta en la palabra escrita.
Como espectador uno se hace su feria; escoge las presentaciones y conferencias que le interesan porque aún no puede estar en dos lugares al mismo tiempo. El que escribe esta nota eligió asistir a las del Encuentro Internacional de Periodistas que organizó la Universidad de Guadalajara del 28 de noviembre al 2 de diciembre.
Me interesó mucho la charla que compartieron tres escritores estadunidenses en perfecto español: Francisco Goldman, William Finnegan y Jon Lee Anderson. Goldman es autor de El arte del asesinato político, sobre el homicidio de un obispo en Guatemala, mientras que Finnegan y Anderson han pubicado sus ensayos reportajes en la revista The New Yorker. De pronto esa mañana teníamos ante nosotros a tres periodistas gringos hablándonos no sólo en español sino en el código mexicano del español, con una gran pasión por México, y analizando lo que significa hacer una crónica en zonas de guerra, como la de Apatzingán que recorrió Finnegan, en las que el Estado mexicano ya no está y rige en cambio, la ley del narco.
En otros salones Diego Enrique Osorno ( Los Zetas) y Anabel Hernández ( México en llamas) hablaron de sus recientes libros antes una multitud de entusiastas lectores, mientras que el periodista de Culiacán, Javier Valdez Cárdenas, habló de las historias que le han contado muchas de las víctimas de la violencia en Sinaloa a quienes les da voz en Levantones, un libro en el que elegante y generosamente desaparece el autor.
No menos interesante fue la conversación de Edgardo Buscaglia —especialista en asuntos como el lavado de dinero y la fragmentación del Estado por el acoso del crimen— sobre lo que el llama la “seguridad humana” en la presentación de la revista Variopinto que dirige Ricardo Ravelo.
Sin embargo, la experiencia más interesante que pudo uno tener como espectador, la charla más conmovedora y brillante, fue la que corrió a cargo de Francisco Goldman en la presentación de su novela Dí su nombre publicada por la editorial Sexto Piso.
Goldman contó cómo, luego de la muerte accidental de su esposa Aura Estrada en una playa de Mazunte,Oaxaca, en 2007, se pasó seis meses “fuera de este mundo”, borracho, porque el duelo supone una especie de locura, una alucinación. Y no fue hasta cuando su amiga Cloe Aridjis le prestó su departamento de Berlín, en pleno final de año, oscuro e invernal, que se puso a escribir su novela. Y sobre ese proceso de creación literaria versó su conferencia.
El escritor, nacido en Boston y muy relacionado desde niño con Guatemala, y quien por lo demás vive entre la colonia Condesa del D.F. y Brooklyn, fue contando cómo pudo concentrarse para revivir su tragedia personal a través de la escritura, como si durante ese proceso recuperara la vida perdida.
Fueron las suyas las observaciones de un gran escritor —sobre el paso del tiempo y el duelo, sobre el segundo, el tercer, el cuarto año del duelo, por ejemplo—, de una sensibilidad que entiende el arte de escribir como una experiencia nunca desligada de la vida verdaderamente vivida.
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