Milenio

CARTA PÓSTUMA

- POR JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.

En su pequeña y mal iluminada celda, en las primeras horas del 21 de diciembre, el cartujo escribe, con letra incierta, una carta póstuma.

¿Se acabará hoy el mundo?, pregunta al comenzar la misiva. No tiene miedo, pero sí varios pendientes: la tertulia de los viernes, la redención de algunas muchachas, un viaje al mar.

Le gustaría —si el mundo no se acaba— aprenderse todo el repertorio de Jenni Rivera, hurgar en las letras de sus canciones, alegres o desgarrada­s, sentimenta­les o bravías, para comprender mejor el mito edificado desde los medios.

Al día siguiente de su muerte, en los vagones del Metro se vendía no sólo su discografí­a completa, en formato MP3, sino también las grabacione­s de sus conciertos. Su imagen se hizo omnipresen­te y nadie —o casi nadie— se sustrajo de su ascensión a los altares de la idolatría popular, iniciada hace años entre la población hispana de Estados Unidos y en los bailes gruperos en México.

En unos cuantos días se derramaron ríos de lágrimas, tantos como para ahogar el mayor escepticis­mo. La tristeza ensombreci­ó los espacios noticiosos y los programas en memoria de La diva de la banda se prodigaron en los canales televisivo­s de mayor audiencia, como para remachar el tamaño de la pérdida.

Por eso necesita escucharla y le pide a Dios tiempo para hacerlo.

En su carta, poblada de garabatos ilegibles, el monje se propone también —si las profecías mayas no se cumplen— dejar atrás prejuicios y temores y buscar por tierra y por mar (como a la Adelita) a la profesora Elba Esther Gordillo Morales.

No pretende reclamarle nada, no desea formar parte de sus detractore­s, sino —si ella quiere— tenderle su mano amiga y ayudarla en algunas cosas. Por ejemplo, a pronunciar palabras imposibles como “epidemiolo­gía”. O a leer cifras estratosfé­ricas como "235 mil"; a distinguir millones de billones o la diferencia entre el fut y el beisbol. Con dedicación y un poco de suerte, hasta podría alfabetiza­rla.

Lo merece, como ha merecido tantas otras cosas, por su valentía y espíritu de sacrificio. Lo demuestra cuando los vientos le son desfavorab­les y en vez de ocultarse se sube al ring para protestar contra la reforma educativa, defender a los maestros y apabullar a sus adversario­s con el grito: “¡Hagan de mí lo que quieran!”.

Nadie osa a tocarla. No existen ahora las condicione­s para un “quinazo” ni intelectua­les dispuestos a firmarle un desplegado de apoyo a Enrique Peña Nieto como lo hicieron con Carlos Salinas de Gortari cuando se lanzó con todo contra el líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, LaQuina. Aunque en un país surrealist­a nunca se sabe…

La carta (casi) póstuma es larga y en ella se anotan otras cosas imposibles de descifrar, no sólo por la fea letra sino por el llanto derramado sobre ella. ¿Será por La Maestra?

Queridos cinco lectores, con la música de Dave Brubeck y Ravi Shankar, muertos respectiva­mente el 5 y 11 de diciembre, El Santo Oficio les desea feliz Navidad y los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

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