Aventuras de un aeronauta mexicano
Una divertida novela en torno a un personaje singular, con el trasfondo histórico de México entre 1833 y 1914. La curiosa historia de Joaquín de la Cantolla y Rico (1829-1914), el célebre aeronauta mexicano y uno de los primeros telegrafistas, “un hombre obsesionado con el vuelo, las mujeres y la patria”, y un resumen de la historia de los globos aerostáticos desde el siglo XVIII en Europa hasta los comienzos de la aviación a principios del siglo XX.
Para encontrar el lenguaje literario de los hechos narrados, Aguirre demuestra un conocimiento de las novelas de la época (de El periquillo sarniento a Payno, de Juan A. Mateos a Riva Palacio y Altamirano, esto es, de las novelas de aventuras a las históricas y folletinescas del siglo XIX) y adopta un tono satírico y humorístico donde la acción y el lenguaje popular son protagonistas centrales.
En 17 capítulos (con títulos muy sugerentes: “Ícaro de la modernidad”, “Hijo del viento”, “Robertson: el gavilán pollero”, “Retrato de un aeronauta adolescente”, “Vuelo al centro de la Tierra”, “Un pegaso en el fragor de la guerra”, “El telegrafista”, “Un pequeño thriller o una buena cogida en el aire”, “La virgen del aire y el sexo nasal”, “El baño del emperador”, “El ojo regañado”, “A bordo del Moctezuma II: ¡Pura rechingada modernidad!”, “Redada de 41 maricones que no supieron volar”, “Vuelos entre las esferas de la locura”, “Último vuelo al corazón de las nubes”) se alterna la narración ficticia en primera persona que hace Cantolla (de los pormenores de su escatológico nacimiento a su reflexión final: “lo mejor fue esa sensación de libertad y poderío sobre mi propio destino que había saturado mi corazón durante tantos años”) con la narración en tercera persona que a manera de una novela folletinesca cuenta las peripecias del intrépido aeronauta, sus logros, riesgos y fracasos, la búsqueda de patrocinios privados y públicos que permitieran el ascenso de sus globos y la admiración de los espectadores mexicanos, las pintorescas crónicas periodísticas que sirven de contrapunto, los lances amorosos, los personajes históricos (intelectuales, políticos, aventureros extranjeros...), todo esto entreverado en el contexto de los turbulentos años de la historia mexicana, a caballo de dos siglos: la lucha entre federalistas y centralistas en la naciente República, las guiñolescas presidencias de Santa Anna, la oprobiosa invasión gringa y la consiguiente mutilación del territorio nacional en 1848, la Constitución liberal de 1857, el fin de los fueros de la Iglesia y los militares (que estrangulaban al país), la Guerra de Reforma y la intervención francesa de las tropas de Napoleón “el pequeño”, la farsa del “segundo imperio” y la caricatura trágica de Maximiliano y sus comparsas conservadoras, la figura ejemplar del Benemérito, la prolongada dictadura porfirista y el estallido revolucionario de 1910, Madero y la Decena Trágica, la lucha de los caudillos revolucionarios contra Huerta.
Cantolla fue un personaje melancólico y sus amores (desde la amante de su padre que lo inicia hasta su amante permanente compartida con un torero y sus escarceos eróticos en la canastilla de sus globos) revelan sus virtudes y debilidades humanas. Crónica humorística de usos y costumbres (entre “léperos, pelados y decentes”), conspiraciones, tertulias, negocios y borracheras, con la capital del país como escenario principal, resulta un verdadero retablo de la picaresca nacional. Aguirre cumple con creces lo señalado por José Emilio Pacheco: la descripción satírica de “nuestros vicios, debilidades y ridiculeces que nacen en la colonia y se perpetúan en un México en donde todo cambia día tras día”.