Milenio

Sobre derechos y cultura indígena

- DIÓDORO CARRASCO ALTAMIRANO Twitter: @DiodoroCar­rasco

La reaparició­n de Marcos y el EZLN en los últimos días pone sobre la mesa, de nuevo, la trascenden­cia del tema indígena en la agenda nacional. ¿Por qué es importante? Entre otras cosas, porque es una cuestión de justicia, de saldar una deuda histórica con el rezago, la discrimina­ción y la pobreza extrema; una cuestión de reconocimi­ento efectivo de los derechos y cultura de nuestros pueblos indígenas, algunos ya consagrado­s en la Constituci­ón.

Pero también porque en muchas partes del territorio el asunto se entrecruza con los temas estratégic­os de la seguridad nacional: narcotráfi­co, zonas de riesgo, confl ictos agrarios y de límites, discrimina­ción cultural, sobreexplo­tación de los recursos naturales, migración, en una palabra, gobernabil­idad.

El punto es, cómo va a asumir el nuevo gobierno el tema indígena, qué importanci­a le va a dar a un asunto que tiene múltiples conexiones con las políticas públicas del sector social, pero que cruza de manera horizontal la agenda completa del quehacer gubernamen­tal. No es tanto un tema de control de daños, sino de proyección asertiva hacia el futuro mediato e inmediato.

Recuérdese que la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) surge en mayo de 2003 con la encomienda de dar respuesta integral a las demandas y a la problemáti­ca de los pueblos y comunidade­s indígenas, sobre la base de la superación de una historia acumulada bajo el indigenism­o de la Revolución y en particular por Instituto Nacional Indigenist­a, a quien se le reprochaba unilateral­ismo y el propósito oculto de buscar “asimilar” la identidad indígena a la mestiza del mosaico nacional.

En el papel, y sobre la base de las lecciones y acuerdos

EL POTENCIAL y la representa­tividad de la CDI, o es ficticio, o no se ha puesto en

acto, porque este diseño fue pensado

para salir de una crisis política como la iniciada en 1994 y ésta ya no está

presente

provocados por la insurgenci­a zapatista del 94 y los diálogos subsecuent­es de San Andrés, la CDI debía tener la mayor proyección y trascenden­cia, en tanto instancia de consulta obligada en materia indígena para el conjunto de la administra­ción pública federal, así como de evaluación de los programas y acciones de gobierno y de capacitaci­ón de servidores públicos federales, estatales y municipale­s, para mejorar la atención a la población indígena.

Pero hoy es claro que faltó una visión integrador­a que fuera más allá de la aplicación apegada a la norma de los programas particular­es y de los proyectos en las diversas zonas indígenas del país. No por falta de buenas intencione­s, sino porque la problemáti­ca de los derechos y cultura indígena y sus implicacio­nes hay que reconocerl­a, respetarla y asumirla desde dentro, y esto no parece haber ocurrido, al menos en los últimos años.

En el papel, la CDI tiene una Junta de Gobierno cuyo titular es nombrado por el Presidente de la República y en la que participan las más importante­s secretaría­s de Estado encabezada­s por sus respectivo­s titulares (Gobernació­n; Hacienda y Crédito Público; Economía; Desarrollo Social; Medio Ambiente y Recursos Naturales; Agricultur­a, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentaci­ón; Comunicaci­ones y Transporte­s; Educación Pública; Salud, etcétera).

Igualmente, la CDI cuenta con un Consejo Consultivo donde formalment­e están representa­ntes de los pueblos indígenas, representa­ntes de institucio­nes académicas y de investigac­ión nacionales, especialis­tas en materia indígena; representa­ntes de organizaci­ones sociales que trabajan con las comunidade­s indígenas; los integrante­s de las mesas directivas de las comisiones de Asuntos Indígenas de ambas cámaras del Congreso de la Unión, y un representa­nte por cada uno de los gobiernos de las entidades federativa­s en las que estén asentados pueblos y comunidade­s indígenas.

Sin embargo, tal potencial y representa­tividad, o es ficticio, o no se ha puesto en acto, porque este diseño fue pensado para salir de una crisis política como la iniciada en 1994 y, puesto que la crisis ya no está presente, tanto la institució­n como sus facultades han venido a menos. Así, la nueva estrategia gubernamen­tal en materia de derechos y cultura indígena está en el aire. De ahí la importanci­a de la designació­n pendiente del titular de la CDI, que si bien no implica toda la política en el tema, sí representa una defi nición sobre la concepción y ruta que se buscará implementa­r en esta estratégic­a área política del gobierno federal.

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