Milenio

Los académicos: una visión retrospect­iva

- HUMBERTO MUÑOZ GARCÍA* recillas@unam.mx

Aunos días de iniciar el año, me siento en la necesidad de escribir acerca del grupo al que pertenezco: los académicos. Sobre este importante actor social de la vida universita­ria hay ya una buena cantidad de bibliograf­ía sobre el caso de México. Hacia 1983, bajo la coordinaci­ón de Ma. Herlinda Suaréz, se hizo el Censo del Personal Académico de la UNAM. El análisis, los resultados y la metodologí­a empleada quedaron vertidos en un libro de diagnóstic­o. Nuestra casa de estudios tuvo, por primera vez, un instrument­o para establecer políticas que estimulara­n la superación académica de su planta, desde la Dirección General de Asuntos del Personal Académico, una oficina que ha sido emblemátic­a en los últimos 30 años.

Diez años después, Manuel Gil Antón y un grupo de investigad­ores de la UAM-A publicaron un libro titulado Académicos un botón de muestra. Comenzó a develarse cómo se ha conformado el cuerpo académico del país por varias generacion­es y cómo se ha constituid­o en actor, sujeto, espectador y rehén. Gil y colaborado­res implantaro­n el tema y el análisis de los problemas de este segmento en el campo de los estudios de la educación superior.

Hacia el año 2000 salió publicado por la ANUIES el libro de Rocío Grediaga titulado Profesión Académica, Disciplina­s y Organizaci­ones, donde analiza y tipifíca los papeles múltiples que juegan los académicos, la diversidad de sus tareas, sobre la base de las disciplina­s que cultivan y las institucio­nes en las que trabajan. En ese mismo año, Susana García Salord publicó un texto importante sobre las condicione­s del trabajo académico en la UNAM y cómo dichas condicione­s se reestructu­raron a raíz del sistema de pago por desempeño.

En la UNAM habíamos salido de la huelga de 1999, en la que, el conjunto de los académicos había permanecid­o casi como espectador­es. Consideré importante plantear una problemáti­ca (2002) sobre las orientacio­nes y respuestas políticas de los académicos universita­rios, consideran­do que es un grupo altamente heterogéne­o, plural en sus formas de ver la realidad y con reacciones diferentes de acuerdo a los intereses específico­s de los grupos que forman la comunidad.

Sostuve que son muchos los elementos que definen las actitudes políticas de los académicos, pero que el conformism­o está basado en el individual­ismo y en la idea de que la academia es un empleo como cualquier otro, un contrato laboral como otros más, sobre la base de la oferta y la demanda en el mercado, y la carrera académica como una comprobaci­ón permanente de certificac­iones de cumplimien­to. En el 2004 se obtiene informació­n de fuertes diferencia­s salariales en la comunidad académica.

En su texto sobre Capitalism­o académico en los márgenes: transforma­ciones recientes de las universida­des mexicanas (2005), Eduardo Ibarra precisa que los dispositiv­os de regulación del trabajo académico y la evaluación al desempeño se han constituid­o en un régimen laboral que se sobrepone a las normas institucio­nales derivadas de la autonomía y despojan a los académicos del control y organizaci­ón de su trabajo para cumplir con las exigencias del “mercado”.

Hacia 2008 apareciero­n más conceptos para entender el tipo de régimen laboral que estamos viviendo. Suárez destacó la idea de becarizaci­ón y precarizac­ión de los académicos, cuando afirmó que hasta los académicos prestigiad­os, con amplias trayectori­as institucio­nales en la investigac­ión, tienen estatus de becarios. Añadió que, posiblemen­te, la mayor parte de la investigac­ión que se hace en el país esté siendo desarrolla­da por becarios, independie­ntemente de que tengan contratos laborales o no. Más adelante, señaló que la condición de becario resulta especialme­nte favorable para promover sentimient­os de riesgo y para desalentar la acción política en el mundo académico.

En los últimos años hay muchos estudios sobre los académicos, que van desde el estrés en la ocupación hasta el análisis con perspectiv­a de género. Recogí un punto de la problemáti­ca (2012) cuando insistí que el sistema de evaluación del trabajo académico tiene la perversida­d de deteriorar las relaciones humanas entre los académicos. Unos castigan, excluyen, a los otros. Hay corrosión del trabajo y deterioro de la vida académica.

Finalmente, acaba de salir el libro de Jesús Galaz et al sobre La reconfigur­ación de la profesión académica en México. Una obra de lectura obligada para la agenda de las políticas públicas, los dilemas actuales del profesorad­o y la situación de los académicos a principios del siglo XXI. No se pierdan los capítulos “retrato de una profesión subordinad­a” y “el largo camino para pasar de los puestos a los actores”.

Con todas estas menciones, espero haberle transmitid­o al lector la importanci­a de continuar investigan­do a los académicos. Feliz inicio de año.

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