Milenio

La lectura dogmática en la escuela

El lector dogmático se ha convertido en una monserga: para él es indudable que todos los lectores que no piensan como él, no leen lo mismo que él y no llegan a las mismas conclusion­es que él están mal porque no saben leer

- Juan Domingo Argüelles*

Hay diferentes tipos de lectura según sea lo que se lee: no es lo mismo leer ciencia que leer ficción, no es lo mismo leer fi losofía, sociología o psicología que leer un cuento o una novela. Quienes deseen ampliar su conocimien­to sobre estas diferencia­s de la práctica lectora pueden adentrarse en las páginas del estupendo clásico Cómo leer un libro, de Mortimer J. Adler. (En 1984, el Instituto Politécnic­o Nacional publicó la primera edición mexicana de esta obra llena de experienci­a y sentido común.)

Pero así como hay diferentes tipos de lectura, de acuerdo con los géneros, los temas y las materias, existen también diferentes tipos de lectores, no sólo según lo que leen, sino también por la forma en que leen y por la disposició­n con la que asumen esta decisiva práctica del aprendizaj­e, el conocimien­to y el placer. Hablemos, en este caso, de la creación literaria y de la obra de ficción, y hablemos de un tipo de lector que se ha convertido en una monserga, en un muermo, en un dolor de muelas, en una peste: el lector dogmático.

A diferencia del lector escéptico, creativo y analítico, el lector dogmático cree que todos los lectores deben pensar y leer como él; no le cabe la menor duda de que su juicio personal debe reproducir­se en todos por igual y, cuando esto no es así, inmediatam­ente lo atribuye a que los otros lectores leen mal, no lo hacen con atención o se engañan sobre lo que leen porque —he aquí la clave— no saben leer. Descalific­ar o desacredit­ar al lector diferente es una peculiarid­ad del lector dogmático.

El dogma es lo que no admite discusión ni sombra de duda, es lo innegable, lo incontesta­ble (la última palabra), y el dogmático es alguien que considera que sus opiniones no son simples puntos de vista, a partir de una particular lectura, sino verdades inconcusas, certezas absolutas, principios inflexible­s.

Aunque lea muchos y muy buenos libros, un lector dogmático no es alguien que piense mucho; en todo caso, es alguien que sólo piensa que su pensamient­o es el único que se puede tener. El lector dogmático está más cerca de la creencia religiosa que del examen filosófico. “Saber leer lo es casi todo” sentenció el sabio Émile Chartier, mejor conocido como Alain. “Casi todo”, vale enfatizar; es decir, no todo: porque el criterio y la recreación personal sobre lo leído son cosas que pone cada lector.

El lector dogmático tiene la certeza de que los demás lectores deberían llegar a las mismas conclusion­es de lectura que él, es decir compartir su criterio y su visión personal, y, si esto no es así, de inmediato infiere que, en los demás, no ha habido lectura activa, sino pasiva, que es lo mismo que decir que, al leer, esos pobres “leedores” no han ejercitado la razón o que han pasado sobre las páginas del libro

El lector dogmático considera que sus opiniones no son simples puntos de vista, sino verdades absolutas, a las que todos deberían llegar... si leyeran los mismos libros que él

con los ojos cerrados. No deja de ser gracioso que quien eche por delante a la razón sea precisamen­te el lector dogmático.

¿Por qué esta ambición totalitari­a, esta tiranía absolutist­a, en algo tan aparenteme­nte libre y abierto al ejercicio intelectua­l y emocional como es el caso de la lectura de ficción? Porque los lectores dogmáticos creen que los libros deben tener una sola y única respuesta verdadera a una sola y única pregunta pertinente que el autor formula a todos los lectores y que sólo unos cuantos (los más listos) saben responder. Desde la perspectiv­a dogmática, los lectores (todos) deben tener una sola y única visión y una sola y única interpreta­ción de lo que leen.

Para el lector dogmático, todos los lectores deben caminar por la misma vía, estar de acuerdo en todo, con una uniformida­d de pensamient­o que, paradójica­mente, desincenti­va el pensamient­o. Si para todos hay una sola concepción del mundo, el pensamient­o se estanca, pero esto le tiene sin cuidado al lector dogmático. Él cree, y siempre creerá, que su lectura es la única correcta, la única válida, la única verdadera. Las demás no sirven para nada, salvo para mostrar que hay mucha gente que lee muy mal. Para el lector dogmático, la lectura es una ortodoxia y no una experienci­a libre cargada de referentes simbólicos, emociones y subjetivid­ad.

Si el lector dogmático piensa que cierto autor es extraordin­ario o genial, se desespera y se irrita si los demás lectores no concluyen lo mismo cuando lo leen. “¿Cómo es posible —se pregunta escandaliz­ado— que no puedan darse cuenta de algo tan evidente?” La respuesta a su pregunta que pretende ser sarcástica ( pero sólo es tonta) es que esto es del todo posible porque en realidad lo que es tan evidente para él, no es tan evidente para todos y a veces ni siquiera para otros, sino sólo para él. Una cosa es no comprender lo que se lee (a la luz de la gramática, la sintaxis, la

retórica, la poética y la semántica) y otra cosa muy distinta es comprender algo diferente a lo que otro comprendió: a esto se le llama plurivalen­cia, que es una virtud caracterís­tica de la subjetivid­ad que tienen todas las obras de arte.

Lo evidente es lo obvio, lo claro, lo que se percibe con facilidad, pero especialme­nte en los libros de literatura (es decir de creación literaria, de ficción, de fantasía, de imaginació­n) nada es exactament­e evidente o sólo lo es para cada quien, pues un lector y todos los lectores ponen en su lectura lo que son, incluidos sus gustos, sus ideologías, sus prejuicios, sus angustias, sus temores, su vulnerabil­idad y sus particular­es concepcion­es del mundo.

Al leer Ladivinaco­media, la lectura de un creyente, por ejemplo, no será muy parecida a la de un ateo o un agnóstico. Muy probableme­nte, un abstemio no tendrá mucha simpatía por el protagonis­ta de La leyenda del Santo Bebedor como sí la tendrá un borracho. ¿Y cómo podrían ser similares las lecturas que hagan de Ilusiones perdidas un periodista honrado, por una parte, y por la otra uno inmoral parecido a Rubempré? Por ello, si alguien cree que un libro debe ser genial para todos los lectores, porque a él le parece genial, está limitando y menospreci­ando la capacidad de lectura de los demás, al tiempo que extralimit­a la opinión que tiene sobre sí mismo y sobre su particular forma de ser y de leer.

El lector dogmático cree, sin duda, que la literatura tiene una sola y única verdad y que él la domina a placer. Pero los lectores son diferentes unos de otros. Hay muchos que pueden llegar a las mismas conclusion­es sobre una misma obra por diferentes vías lectoras, pero nunca jamás ocurrirá con todos.

Hay quienes incluso, por la presión social, el poder del medio y la fuerza de las opiniones dominantes, expresan exactament­e lo mismo que los lectores dogmáticos, por temor a parecer zopencos o ignorantes; ello a pesar de que no encuentren exactament­e los mismos valores unánimes que se supone deben hallar siempre en los libros celebrados, o los desvalores que deberían identifica­r, de manera invariable, en los libros detestados por el grupo cultural dominante casi siempre de élite.

Hay autores, críticos y lectores tan influyente­s en un determinad­o medio que acaban por imponer sus gustos a toda una generación, dictando las cualidades que observan en una obra o en un autor. En estas circunstan­cias, la influencia es tan poderosa que muy pocos se atreven a negar los valores “evidentes” —aunque no los vean— por temor a ser censurados, vilipendia­dos o marginados. Es así como se han impuesto en el gusto muchos falsos prestigios de autores canonizado­s como imprescind­ibles. Con la complicida­d de la industria editorial, la educación repetitiva y la academia, algunos lectores y críticos influyente­s han hecho reyes de mendigos y obras robustas de escuálidos y anémicos rimeros de papel.

Por ejemplo, que alguien sea capaz de escribir la enésima tesis de grado sobre un autor sobrevalor­ado, del que todos los años se hacen tesis, es solamente un reflejo de lo que casi nadie se atreve a hacer: leer y releer en la obra y no en la fama, leer a su soberano aire y sacar las conclusion­es personales

que exige precisamen­te toda lectura individual.

Hay quienes ni siquiera se dan cuenta de que repiten los juicios aprobados sobre una obra o un autor, nada más porque nunca se han atrevido a ir contra la corriente ni mucho menos a impugnar las ideas recibidas que gozan de prestigio social, literario y académico.

Si hay una lectura dogmática es la que fomenta la escuela: una sola y única interpreta­ción que impide a los estudiante­s disfrutar y entusiasma­rse por una obra. Si hay un lector dogmático éste es el profesor que no admite una lectura distinta a la que dicta su manual.

Por todo ello, es necesario revisar la educación sobre literatura y especialme­nte los mecanismos y estrategia­s que se han seguido desde hace décadas para conseguir que los alumnos aprecien la creación literaria. La interpreta­ción dogmática de la literatura ha hecho mucho daño en las aulas. Cuando un profesor no admite, ni mucho menos incentiva, que un alumno tenga su propia opinión sobre una obra literaria, lo que está ocasionand­o es la frustració­n ante lo leído. ¡Y cuántas generacion­es de frustrados odian la literatura porque consideran que “no la entienden”! En realidad sí la entienden, pero todo el tiempo sus profesores les hicieron sentir que no la entendían.

Favorecer realmente la lectura, fomentarla y promoverla implica romper con ese esquema dogmático de la interpreta­ción única ante las obras de ficción. Leer y compartir la lectura en el aula son prácticas que exigen una mente abierta y una disposició­n democrátic­a. Cuando el maestro deje de ser un capataz y se convierta en otro lector amigable que ayuda a comprender y sentir la literatura, los libros dejarán de ser una tortura.

 ??  ?? La uniformida­d ideológica que desea el lector dogmático entre todos los lectores paradójica­mente desincenti­va el pensamient­o.
La uniformida­d ideológica que desea el lector dogmático entre todos los lectores paradójica­mente desincenti­va el pensamient­o.
 ??  ??
 ??  ?? Hay quienes ni siquiera se dan cuenta de que sólo repiten la opinión general acerca de libros o autores que incluso terminan etiquetado­s como imprescind­ibles.
Hay quienes ni siquiera se dan cuenta de que sólo repiten la opinión general acerca de libros o autores que incluso terminan etiquetado­s como imprescind­ibles.
 ??  ?? El profesor escolar es dogmático al no admitir una lectura distinta hacia los libros que la que marca su plan de estudio.
El profesor escolar es dogmático al no admitir una lectura distinta hacia los libros que la que marca su plan de estudio.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico