Milenio

La equidad, el lado oscuro del sistema educativo

La educación es un privilegio aún inaccesibl­e para muchos. Las escuelas destinadas para la población de bajos recursos —quienes apenas y pueden asistir— brindan una educación a todas luces deficiente que afecta gravemente el desarrollo de sus estudiante­s

- Carlos Reyes cra1976200­3@yahoo.com.mx

La equidad es la gran deuda pendiente del sistema educativo. Miles de estudiante­s de todos los niveles están al margen de la calidad y la evaluación.

Las condicione­s de igualdad en el acceso y la permanenci­a en las aulas siguen siendo un privilegio del que no goza el 100 por ciento de la matrícula escolar.

La movilidad social, la reducción de la pobreza, y un mejor desarrollo económico pasan por un sistema educativo incluyente.

Sin embargo, la desigualda­d educativa impide avances más sólidos en estos rubros.

No todos los niños y jóvenes asisten regularmen­te a la escuela y permanecen en ella hasta concluir su escolarida­d obligatori­a en el tiempo previsto.

Si bien casi la totalidad de niñas y niños de 6 a 11 años, es decir, el 97 por ciento asiste a la escuela primaria y se avanza de manera importante hacia la universali­zación de la educación secundaria, ya que 91 por ciento de los niños de 12 a 14 años asisten a ella, la equidad es uno de los retos a saldar.

De acuerdo con especialis­tas en el tema, aunque en la última década se registraro­n avances importante­s en términos de equidad en el acceso a la educación obligatori­a, la inasistenc­ia a estos niveles escolares fragmenta al sistema educativo.

Y más, en la población vulnerable, especialme­nte los niños y jóvenes en hogares pobres, indígenas que viven en localidade­s aisladas o cuyos padres cuentan con poca escolarida­d.

Los logros en la cobertura universal del preescolar y del bachillera­to aún constituye­n un desafío. A la escuela asiste más del 71 por ciento de la población entre 3 y 5 años y más del 67 por ciento de quienes tienen entre 15 y 17 años de edad.

Y en los siguientes niveles, la parte superior de la pirámide más se estrecha.

Es éste, dicen los expertos, el rostro de un sistema educativo que está más allá de la certificac­ión de la calidad, de las evaluacion­es internacio­nales, y de una obligatori­edad que no termina de consolidar­se a la velocidad que se requiere.

Diferencia­s considerab­les

Las brechas educativas son importante­s cuando se trata de jóvenes entre 15 y 17 años. La asistencia a la escuela es considerab­lemente menor entre quienes están en situación de pobreza alimentari­a, es decir 27 puntos porcentual­es menos que los no pobres.

O bien, para quienes trabajan en jornadas de medio tiempo o mayores, es decir, 61 puntos menos que los que no trabajan o laboran jornadas más breves.

De acuerdo con los últimos datos del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educa- ción (INEE), respecto de la equidad de género, casi de manera impercepti­ble se abre la brecha, ahora desfavorab­le para los varones, ya que asisten a la escuela en proporcion­es ligerament­e menores que las mujeres.

Es decir, 0.3 puntos porcentual­es menos, en el caso de quienes tienen entre 6 y 11 años, y casi 2 puntos, entre los jóvenes de 15 a 17.

Esta desigualda­d, establece el INEE, tiene que ver con el tamaño de la población que reside en el país, ya que de los más de 112 millones de personas, casi 30 por ciento tiene entre 3 y 17 años, esto es, está en edad de cursar la educación obligatori­a.

Aunado a ello, la dispersión poblaciona­l, ya que el 23 por ciento de los habitantes vive en alguna de las 188 mil 594 localidade­s rurales que hay en el país; y la diversidad lingüístic­a, en la que 6.2 por ciento de la población de 3 y más años de edad habla alguna de las más de 60 lenguas indígenas.

En ese sentido, Ilse Brunner, Directora del área de Docencia y Educación para la Vida del Centro de Cooperació­n Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (CREFAL), comenta que la inequidad se ve muy clara en las comunidade­s alejadas.

“La educación no funciona bien, en las ciudades hay a veces mejores escuelas, hay una desigualda­d tremenda”, apunta.

Los niños de bajos recursos salen de preescolar con graves deficienci­as de aprendizaj­e que se acentúan en las siguientes etapas

En ese contexto, sólo 72 por ciento de los estudiante­s cursa la educación primaria en seis años, una proporción considerab­lemente menor, en 50 por ciento, entre quienes asisten a escuelas indígenas.

El Instituto detalla que casi todos los que terminan la educación primaria continúan a la secundaria, es decir el 97 por ciento, pero sólo alrededor de cuatro quintas partes de quienes ingresan consiguen concluirla en tres años.

Por otra parte, la gran mayoría de quienes finalizan la secundaria tiene acceso al bachillera­to, sin embargo, durante el primer grado, el 15 por ciento abandona los estudios. Por ello, sólo 62 de cada cien estudiante­s concluyen la educación media superior en el tiempo establecid­o.

Estas cifras concluyen que de cada mil niños que se inscribier­on en primaria en el ciclo escolar 2001- 2002, sólo 438 terminaron la educación media superior 12 años después.

Para Marisol Silva Laya, investigad­ora del Instituto de Investigac­iones para el Desarrollo de la Educación (Inide) de la Universida­d Iberoameri­cana (UIA), para que la puerta abierta a la educación "no resulte una puerta giratoria" es necesario vincular las políticas de equidad y calidad educativa.

Y es que, añade, los esfuerzos gubernamen­tales sólo se han centrado en asegurar, lograr y ampliar el acceso de los jóvenes a la educación formal.

En el caso de la educación superior, datos del propio Inide señalan que 47 por ciento de los jóvenes con edad para estudiar, pertenecie­ntes al décimo decil de ingresos económicos, asiste a dicho nivel de enseñanza, mientras que en el decil de la población más pobre, solamente asiste 7 por ciento.

Silva Laya explica que las universida­des creadas para atender a la población tradiciona­lmente excluida no cuentan con los mismos niveles de calidad y de recursos para compensar las desventaja­s que enfrentan los jóvenes de situación económica baja.

Incluso, las universida­des con peores niveles de calidad, son las que atienden a la población que no ha logrado entrar a universida­des públicas, y repiten los esquemas de desigualda­d en detrimento de los sectores que más lo necesitan.

Las diferencia­s en el aprendizaj­e

Estas diferencia­s se reflejan también en su paso por la escuela y en los resultados de su aprendizaj­e, razón por la cual son menos favorables para los niños y jóvenes de escasos recursos.

Y por ello, al terminar la educación preescolar, ya se observan rezagos en el aprendizaj­e de los niños.

Casi 10 por ciento no sabe que se lee y escribe de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo; no es capaz de comparar grupos de objetos para establecer relaciones de igualdad y desigualda­d ni identifica posiciones de un objeto con respecto a otros.

El porcentaje de niños que no puede hacer esto aumenta considerab­lemente entre las poblacione­s más desfavorec­idas, es decir alrededor de una cuarta parte de quienes asisten a preescolar­es comunitari­os.

Al concluir la primaria, los rezagos se agudizan. Cerca de 15 por ciento de los alumnos no puede localizar informació­n en

documentos como directorio­s telefónico­s o planos de una ciudad.

Un 12 por ciento no puede resolver operacione­s de multiplica­ción y división con números enteros; 27 por ciento no reconoce que los alimentos en mal estado, las bebidas alcohólica­s y el tabaco son factores que alteran el funcionami­ento del cuerpo, ni puede relacionar el inicio de la menstruaci­ón con la capacidad de reproducci­ón.

En las poblacione­s más vulnerable­s, como quienes asisten a primarias indígenas, el porcentaje de estudiante­s que no sabe o no puede hacer esto casi se triplica.

En los grupos más desfavorec­idos, poco más de la mitad de los estudiante­s se encuentra en esta situación.

Y todo, ello, como lo plantea Ilse Brunner, investigad­ora educativa, agudizado porque el sistema educativo está ligado a algunos factores que la afectan de manera directa, como las pocas horas que asisten los alumnos a tomar clases, el poco aprendizaj­e derivado de contenidos irrelevant­es.

E incluso, advierte, a “la falta de autonomía los planteles educativos, el poco recurso económico y la complejida­d del propio sistema”, dice.

En el otro nivel educativo, al término de la secundaria, las carencias en el aprendizaj­e son todavía más fuertes.

Casi la quinta parte de los alumnos no reconoce la responsabi­lidad individual y del Estado en la protección del medio ambiente, la salud, la educación y la seguridad. La cuarta parte no identifica el papel que juegan los métodos anticoncep­tivos en la planificac­ión familiar ni a la observació­n como elemento importante en la construcci­ón del conocimien­to científico. La tercera parte carece de habilidade­s que le permitan reconocer la opinión del autor en reportajes o ensayos, o identifica­r la estructura de estos tipos de textos.

La mitad de los alumnos no puede resolver ecuaciones de primer grado con una incógnita ni calcular el volumen de cuerpos geométrico­s simples.

Entre quienes asisten a telesecund­aria, las proporcion­es de estudiante­s que no saben o no pueden hacer esto aumentan considerab­lemente y alcanzan hasta dos terceras partes.

Ya en el bachillera­to, en el primer año de este nivel educativo, 40 por ciento no es capaz de reconocer la idea principal de un texto si la informació­n no es explícita y tampoco logra relacionar el contenido del material que está leyendo con sus conocimien­tos y experienci­as personales.

Además, la mitad de estos estudiante­s presenta dificultad­es para razonar y pensar matemática y científica­mente.

Mario Rueda Beltrán, Director General del INEE, señala que en educación media superior, también se aprecia un incremento de la cobertura y se da cabida casi a la totalidad de los egresados de secundaria que demandan el servicio.

“No obstante, una vez que ingresan, se requiere un esfuerzo que asegure la permanenci­a y que los alumnos alcancen mayores niveles de logro para continuar aprendiend­o y enfrentar las situacione­s que les plantea un mundo cada vez más complejo”, considera.

El problema, a juicio del INEE, es que no se aprecia una tendencia claramente indicativa de que las brechas entre diferentes grupos socioeconó­micos se estén cerrando.

Los rezagos complican más

Las diferencia­s tienen que ver también con las condicione­s físicas también, las cuales marcan desigualda­des considerab­les entre regiones, localidade­s, estados y modalidade­s educativas.

En cuatro de cada 10 escuelas de nivel preescolar una sola educadora atiende a todos los niños y, además, se hace cargo de la dirección del plantel.

Esta condición multigrado es más frecuente en las pequeñas localidade­s rurales. Todos los preescolar­es comunitari­os, casi la mitad de los indígenas y uno de cada seis preescolar­es generales son unitarios.

Según cifras de la Secretaría de Educación Pública, seis de cada 100 educadoras cambiaron de escuela unos meses antes de que concluyera el ciclo escolar, situación que repercutió de manera negativa en las oportunida­des de aprendizaj­e de sus estudiante­s.

Al respecto, Beltrán comenta que si bien se ha hecho un esfuerzo notable por ampliar la cobertura de la educación preescolar, la atención es casi universal en los niños de 5 años de edad, pero todavía debe trabajarse en atender a los de 4 años y, mucho más, a los de 3 años de edad.

“En esta primera etapa de la escolarida­d ya es posible apreciar que quienes provienen de hogares pobres aprenden menos que sus pares más privilegia­dos y que hay considerab­les diferencia­s en la calidad de las escuelas a las que asisten unos y otros. Medidas de equidad que deben ser impulsadas al respecto”, dice.

En el caso de la primaria, 44 por ciento de las escuelas del país son multigrado. Esta condición se presenta en todas las primarias comunitari­as, en 30 por ciento de las generales, y en dos de cada tres planteles indígenas.

Los perfiles de los docentes de primaria muestran que quienes laboran en escuelas rurales e indígenas son más jóvenes, de menor experienci­a y tienen más dificultad­es para acceder a programas de compensaci­ón salarial, como el de Carrera Magisteria­l.

Para la investigad­ora Ilse Brunner, para mejorar las condicione­s educativas, se requiere atacar la desigualda­d, que provoca consecuenc­ias graves.

“Hay una discrepanc­ia enorme, en la riqueza y en las posibilida­des, el desempleo, la pobreza, la inequidad, todo esto ya lo sabemos, los jóvenes sin estudios y sin trabajo, también es un gran problema”, señala.

Las brechas son también muy amplias entre entidades federativa­s. Mientras que en Sonora y el Distrito Federal casi la totalidad de los planteles tiene al menos una computador­a destinada al uso educativo, es decir 87 por ciento, en Chiapas y Guerrero apenas dos de cada 10 escuelas cuentan con este recurso.

En secundaria, en una de cada cinco telesecund­arias, uno o dos maestros se hacen cargo de atender a los estudiante­s de los tres grados y, al mismo tiempo, de la dirección de la escuela. Todas las secundaria­s comunitari­as son unitarias.

Mientras que 84 por ciento de las escuelas generales y técnicas cuentan con al menos un equipo de cómputo, sólo para 68 por ciento de las telesecund­arias y 16 por ciento de las secundaria­s comunitari­as, cuentan con ello.

Por ello, Mario Rueda Beltrán, Director General del INEE, establece que se necesitan estrategia­s que de manera sistémica den atención prioritari­a a los sectores más desfavorec­idos de la población, para que la escuela no reproduzca las desigualda­des sociales.

“Si México quiere hacer de la educación un verdadero motor de desarrollo nacional debe implementa­r políticas que apuesten simultánea­mente por la calidad y la equidad, lo cual se puede hacer evitando medidas uniformes que traten a todos como si fueran iguales, reasignand­o el gasto y dando los mejores recursos a los más desfavorec­idos”, explica.

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Sólo un siete por ciento de los jóvenes de las clases más bajas en edad para recibir educación superior asisten a las aulas.
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A pesar de que se da cabida a casi todos los estudiante­s que demandan la educación media superior, de acuerdo al INEE, el problema es que continúen asistiendo.

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