La equidad, el lado oscuro del sistema educativo
La educación es un privilegio aún inaccesible para muchos. Las escuelas destinadas para la población de bajos recursos —quienes apenas y pueden asistir— brindan una educación a todas luces deficiente que afecta gravemente el desarrollo de sus estudiantes
La equidad es la gran deuda pendiente del sistema educativo. Miles de estudiantes de todos los niveles están al margen de la calidad y la evaluación.
Las condiciones de igualdad en el acceso y la permanencia en las aulas siguen siendo un privilegio del que no goza el 100 por ciento de la matrícula escolar.
La movilidad social, la reducción de la pobreza, y un mejor desarrollo económico pasan por un sistema educativo incluyente.
Sin embargo, la desigualdad educativa impide avances más sólidos en estos rubros.
No todos los niños y jóvenes asisten regularmente a la escuela y permanecen en ella hasta concluir su escolaridad obligatoria en el tiempo previsto.
Si bien casi la totalidad de niñas y niños de 6 a 11 años, es decir, el 97 por ciento asiste a la escuela primaria y se avanza de manera importante hacia la universalización de la educación secundaria, ya que 91 por ciento de los niños de 12 a 14 años asisten a ella, la equidad es uno de los retos a saldar.
De acuerdo con especialistas en el tema, aunque en la última década se registraron avances importantes en términos de equidad en el acceso a la educación obligatoria, la inasistencia a estos niveles escolares fragmenta al sistema educativo.
Y más, en la población vulnerable, especialmente los niños y jóvenes en hogares pobres, indígenas que viven en localidades aisladas o cuyos padres cuentan con poca escolaridad.
Los logros en la cobertura universal del preescolar y del bachillerato aún constituyen un desafío. A la escuela asiste más del 71 por ciento de la población entre 3 y 5 años y más del 67 por ciento de quienes tienen entre 15 y 17 años de edad.
Y en los siguientes niveles, la parte superior de la pirámide más se estrecha.
Es éste, dicen los expertos, el rostro de un sistema educativo que está más allá de la certificación de la calidad, de las evaluaciones internacionales, y de una obligatoriedad que no termina de consolidarse a la velocidad que se requiere.
Diferencias considerables
Las brechas educativas son importantes cuando se trata de jóvenes entre 15 y 17 años. La asistencia a la escuela es considerablemente menor entre quienes están en situación de pobreza alimentaria, es decir 27 puntos porcentuales menos que los no pobres.
O bien, para quienes trabajan en jornadas de medio tiempo o mayores, es decir, 61 puntos menos que los que no trabajan o laboran jornadas más breves.
De acuerdo con los últimos datos del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educa- ción (INEE), respecto de la equidad de género, casi de manera imperceptible se abre la brecha, ahora desfavorable para los varones, ya que asisten a la escuela en proporciones ligeramente menores que las mujeres.
Es decir, 0.3 puntos porcentuales menos, en el caso de quienes tienen entre 6 y 11 años, y casi 2 puntos, entre los jóvenes de 15 a 17.
Esta desigualdad, establece el INEE, tiene que ver con el tamaño de la población que reside en el país, ya que de los más de 112 millones de personas, casi 30 por ciento tiene entre 3 y 17 años, esto es, está en edad de cursar la educación obligatoria.
Aunado a ello, la dispersión poblacional, ya que el 23 por ciento de los habitantes vive en alguna de las 188 mil 594 localidades rurales que hay en el país; y la diversidad lingüística, en la que 6.2 por ciento de la población de 3 y más años de edad habla alguna de las más de 60 lenguas indígenas.
En ese sentido, Ilse Brunner, Directora del área de Docencia y Educación para la Vida del Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (CREFAL), comenta que la inequidad se ve muy clara en las comunidades alejadas.
“La educación no funciona bien, en las ciudades hay a veces mejores escuelas, hay una desigualdad tremenda”, apunta.
Los niños de bajos recursos salen de preescolar con graves deficiencias de aprendizaje que se acentúan en las siguientes etapas
En ese contexto, sólo 72 por ciento de los estudiantes cursa la educación primaria en seis años, una proporción considerablemente menor, en 50 por ciento, entre quienes asisten a escuelas indígenas.
El Instituto detalla que casi todos los que terminan la educación primaria continúan a la secundaria, es decir el 97 por ciento, pero sólo alrededor de cuatro quintas partes de quienes ingresan consiguen concluirla en tres años.
Por otra parte, la gran mayoría de quienes finalizan la secundaria tiene acceso al bachillerato, sin embargo, durante el primer grado, el 15 por ciento abandona los estudios. Por ello, sólo 62 de cada cien estudiantes concluyen la educación media superior en el tiempo establecido.
Estas cifras concluyen que de cada mil niños que se inscribieron en primaria en el ciclo escolar 2001- 2002, sólo 438 terminaron la educación media superior 12 años después.
Para Marisol Silva Laya, investigadora del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (Inide) de la Universidad Iberoamericana (UIA), para que la puerta abierta a la educación "no resulte una puerta giratoria" es necesario vincular las políticas de equidad y calidad educativa.
Y es que, añade, los esfuerzos gubernamentales sólo se han centrado en asegurar, lograr y ampliar el acceso de los jóvenes a la educación formal.
En el caso de la educación superior, datos del propio Inide señalan que 47 por ciento de los jóvenes con edad para estudiar, pertenecientes al décimo decil de ingresos económicos, asiste a dicho nivel de enseñanza, mientras que en el decil de la población más pobre, solamente asiste 7 por ciento.
Silva Laya explica que las universidades creadas para atender a la población tradicionalmente excluida no cuentan con los mismos niveles de calidad y de recursos para compensar las desventajas que enfrentan los jóvenes de situación económica baja.
Incluso, las universidades con peores niveles de calidad, son las que atienden a la población que no ha logrado entrar a universidades públicas, y repiten los esquemas de desigualdad en detrimento de los sectores que más lo necesitan.
Las diferencias en el aprendizaje
Estas diferencias se reflejan también en su paso por la escuela y en los resultados de su aprendizaje, razón por la cual son menos favorables para los niños y jóvenes de escasos recursos.
Y por ello, al terminar la educación preescolar, ya se observan rezagos en el aprendizaje de los niños.
Casi 10 por ciento no sabe que se lee y escribe de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo; no es capaz de comparar grupos de objetos para establecer relaciones de igualdad y desigualdad ni identifica posiciones de un objeto con respecto a otros.
El porcentaje de niños que no puede hacer esto aumenta considerablemente entre las poblaciones más desfavorecidas, es decir alrededor de una cuarta parte de quienes asisten a preescolares comunitarios.
Al concluir la primaria, los rezagos se agudizan. Cerca de 15 por ciento de los alumnos no puede localizar información en
documentos como directorios telefónicos o planos de una ciudad.
Un 12 por ciento no puede resolver operaciones de multiplicación y división con números enteros; 27 por ciento no reconoce que los alimentos en mal estado, las bebidas alcohólicas y el tabaco son factores que alteran el funcionamiento del cuerpo, ni puede relacionar el inicio de la menstruación con la capacidad de reproducción.
En las poblaciones más vulnerables, como quienes asisten a primarias indígenas, el porcentaje de estudiantes que no sabe o no puede hacer esto casi se triplica.
En los grupos más desfavorecidos, poco más de la mitad de los estudiantes se encuentra en esta situación.
Y todo, ello, como lo plantea Ilse Brunner, investigadora educativa, agudizado porque el sistema educativo está ligado a algunos factores que la afectan de manera directa, como las pocas horas que asisten los alumnos a tomar clases, el poco aprendizaje derivado de contenidos irrelevantes.
E incluso, advierte, a “la falta de autonomía los planteles educativos, el poco recurso económico y la complejidad del propio sistema”, dice.
En el otro nivel educativo, al término de la secundaria, las carencias en el aprendizaje son todavía más fuertes.
Casi la quinta parte de los alumnos no reconoce la responsabilidad individual y del Estado en la protección del medio ambiente, la salud, la educación y la seguridad. La cuarta parte no identifica el papel que juegan los métodos anticonceptivos en la planificación familiar ni a la observación como elemento importante en la construcción del conocimiento científico. La tercera parte carece de habilidades que le permitan reconocer la opinión del autor en reportajes o ensayos, o identificar la estructura de estos tipos de textos.
La mitad de los alumnos no puede resolver ecuaciones de primer grado con una incógnita ni calcular el volumen de cuerpos geométricos simples.
Entre quienes asisten a telesecundaria, las proporciones de estudiantes que no saben o no pueden hacer esto aumentan considerablemente y alcanzan hasta dos terceras partes.
Ya en el bachillerato, en el primer año de este nivel educativo, 40 por ciento no es capaz de reconocer la idea principal de un texto si la información no es explícita y tampoco logra relacionar el contenido del material que está leyendo con sus conocimientos y experiencias personales.
Además, la mitad de estos estudiantes presenta dificultades para razonar y pensar matemática y científicamente.
Mario Rueda Beltrán, Director General del INEE, señala que en educación media superior, también se aprecia un incremento de la cobertura y se da cabida casi a la totalidad de los egresados de secundaria que demandan el servicio.
“No obstante, una vez que ingresan, se requiere un esfuerzo que asegure la permanencia y que los alumnos alcancen mayores niveles de logro para continuar aprendiendo y enfrentar las situaciones que les plantea un mundo cada vez más complejo”, considera.
El problema, a juicio del INEE, es que no se aprecia una tendencia claramente indicativa de que las brechas entre diferentes grupos socioeconómicos se estén cerrando.
Los rezagos complican más
Las diferencias tienen que ver también con las condiciones físicas también, las cuales marcan desigualdades considerables entre regiones, localidades, estados y modalidades educativas.
En cuatro de cada 10 escuelas de nivel preescolar una sola educadora atiende a todos los niños y, además, se hace cargo de la dirección del plantel.
Esta condición multigrado es más frecuente en las pequeñas localidades rurales. Todos los preescolares comunitarios, casi la mitad de los indígenas y uno de cada seis preescolares generales son unitarios.
Según cifras de la Secretaría de Educación Pública, seis de cada 100 educadoras cambiaron de escuela unos meses antes de que concluyera el ciclo escolar, situación que repercutió de manera negativa en las oportunidades de aprendizaje de sus estudiantes.
Al respecto, Beltrán comenta que si bien se ha hecho un esfuerzo notable por ampliar la cobertura de la educación preescolar, la atención es casi universal en los niños de 5 años de edad, pero todavía debe trabajarse en atender a los de 4 años y, mucho más, a los de 3 años de edad.
“En esta primera etapa de la escolaridad ya es posible apreciar que quienes provienen de hogares pobres aprenden menos que sus pares más privilegiados y que hay considerables diferencias en la calidad de las escuelas a las que asisten unos y otros. Medidas de equidad que deben ser impulsadas al respecto”, dice.
En el caso de la primaria, 44 por ciento de las escuelas del país son multigrado. Esta condición se presenta en todas las primarias comunitarias, en 30 por ciento de las generales, y en dos de cada tres planteles indígenas.
Los perfiles de los docentes de primaria muestran que quienes laboran en escuelas rurales e indígenas son más jóvenes, de menor experiencia y tienen más dificultades para acceder a programas de compensación salarial, como el de Carrera Magisterial.
Para la investigadora Ilse Brunner, para mejorar las condiciones educativas, se requiere atacar la desigualdad, que provoca consecuencias graves.
“Hay una discrepancia enorme, en la riqueza y en las posibilidades, el desempleo, la pobreza, la inequidad, todo esto ya lo sabemos, los jóvenes sin estudios y sin trabajo, también es un gran problema”, señala.
Las brechas son también muy amplias entre entidades federativas. Mientras que en Sonora y el Distrito Federal casi la totalidad de los planteles tiene al menos una computadora destinada al uso educativo, es decir 87 por ciento, en Chiapas y Guerrero apenas dos de cada 10 escuelas cuentan con este recurso.
En secundaria, en una de cada cinco telesecundarias, uno o dos maestros se hacen cargo de atender a los estudiantes de los tres grados y, al mismo tiempo, de la dirección de la escuela. Todas las secundarias comunitarias son unitarias.
Mientras que 84 por ciento de las escuelas generales y técnicas cuentan con al menos un equipo de cómputo, sólo para 68 por ciento de las telesecundarias y 16 por ciento de las secundarias comunitarias, cuentan con ello.
Por ello, Mario Rueda Beltrán, Director General del INEE, establece que se necesitan estrategias que de manera sistémica den atención prioritaria a los sectores más desfavorecidos de la población, para que la escuela no reproduzca las desigualdades sociales.
“Si México quiere hacer de la educación un verdadero motor de desarrollo nacional debe implementar políticas que apuesten simultáneamente por la calidad y la equidad, lo cual se puede hacer evitando medidas uniformes que traten a todos como si fueran iguales, reasignando el gasto y dando los mejores recursos a los más desfavorecidos”, explica.