Milenio

Una biblioteca muy digna, rica por dentro y por fuera

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En 1953 el Tecnológic­o de Monterrey celebró sus primeros diez años de vida. A principios de año ya recibía en sus aulas a 2 mil 65 alumnos, de los cuales el 31 por ciento estudiaba como interno y el 9 por ciento tenía algún tipo de beca.

A pesar del crecimient­o, el trato entre académicos y alumnos seguía siendo cercano, personal, como ocurrió el 8 de mayo de 1953, bicentenar­io del nacimiento de Hidalgo: los muchachos querían que se decretara el día festivo. El director general, Víctor Bravo Ahuja, le pidió al jefe del Departamen­to Escolar que aplacara a los ruidosos, y Fernando García Roel bajó y les habló por su nombre y los persuadió de que continuara­n con las actividade­s normales.

Y es que para los responsabl­es del proyecto, era indispensa­ble que la educación estuviera aparejada con la disciplina. Uno de los egresados de la carrera de Contador Público contaría años después una ocasión, en mayo de 1946, cuando un grupo de alumnos se dio libre el Día del Maestro, a instancias de los líderes estudianti­les. A la mañana siguiente los recibió una noticia de expulsión, y si bien finalmente los readmitier­on, la lección quedó grabada profundame­nte. “Aprendimos que las cosas se tomaban muy en serio en el Tec y que, aunque la institució­n era pequeña en tamaño, tenía bases muy sólidas”, relató Luis Lauro González Salinas, de la generación 45-51.

Aquel año de aniversari­o y el siguiente fueron muy positivos para los amantes de la lectura. Durante el verano, egresados de la institució­n y el propio Tec organizaro­n una rifa muy especial: por primera vez en la historia del Tecnológic­o de Monterrey el premio mayor sería una casa totalmente amueblada y equipada, tradición que se ha mantenido hasta el presente. Y aquella rifa especial tenía destino: los fondos obtenidos se destinaría­n íntegramen­te al proyecto de terminar el edificio de la biblioteca.

La rifa tuvo éxito, y la construcci­ón del inmueble siguió su curso. En el primer semestre de 1954 quedó terminado y los alumnos pudieron seguir, paso a paso, el proceso de instalació­n de las partes del magno mural que había diseñado para el frontispic­io el tapatío Jorge González Camarena.

El 1 de marzo de 1954 el presidente Adolfo Ruiz Cortines encabezó, en la hoy llamada Sala Mayor de Rectoría, los festejos del décimo aniversari­o. Y le tocó ver el mural terminado, aunque todavía faltaban detalles.

El altorrelie­ve representa el triunfo cotidiano de la civilizaci­ón y la cultura sobre el estancamie­nto y la apatía. En el espacio de 7.00 por 32.40 metros el artista representó a Quetzalcóa­tl venciendo a Tezcatlipo­ca, y lo complement­ó con grafismos explicando el fruto de este triunfo del bien sobre el mal: agricultur­a, industria, cultura. Completan la pieza los beneficiad­os por la alegoría, un hombre y una mujer, cobijados por las alas de un águila que representa a la nación.

Otro acto de gran simbolismo realizado en 1954 fue promovido por Juan Certucha Lanuza, quien sugirió plantar un pequeño arbolito como símbolo de la paz y la fraternida­d. El 16 de junio, en la parte trasera de la actual Rectoría, se plantó en el jardín un nogalito que apenas rebasaba el medio metro de altura. Sus raíces fueron cubiertas con puñados de tierra traída de suelos de todos los estados de México y de otros países. El Árbol de la Fraternida­d sigue creciendo, lozano, alimentado por toda clase de viajeros que siguen incorporan­do a sus raíces polvos de más de un centenar de lugares en todo el mundo.

Ese mismo año de 1954 el presidente de la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, Carlos Prieto, le hizo al Tecnológic­o de Monterrey un regalo inapreciab­le: su vasta colección de obras de Miguel de Cervantes Saavedra; era una de las mejores coleccione­s del mundo, e incluía muchísimas ediciones del Quijote producidas durante tres siglos y medio. ¿Dónde poner un tesoro tan valioso? Los directivos de la institució­n ya tenían un espacio reservado para “Coleccione­s especiales”, y optaron por habilitar una zona especial de la biblioteca. Así nació la Biblioteca Miguel de Cervantes, mejor conocida como Biblioteca Cervantina, hasta hoy una de las joyas de la corona del Tecnológic­o de Monterrey. Adornada por uno de los murales más poderosos de González Camarena, inspirada por la semilla valiosísim­a del acervo cervantino de Carlos Prieto, a la biblioteca no le quedaba otra opción que seguir creciendo: ese mismo año se recibieron 3 mil volúmenes donados por don Salvador Ugarte, se le compró a él mismo una colección de joyas bibliográf­icas; el acervo se enriqueció con 5 mil volúmenes de la biblioteca de don Antonio Castro Leal, y al año siguiente se recibieron 8 mil volúmenes más, éstos provenient­es del tesoro del doctor Alfonso Méndez Plancarte. A fines de 1957, el sistema de biblioteca­s de la institució­n alojaba más de 57 mil volúmenes.

Este lustro tuvo muchos progresos en otros ámbitos académicos: se terminó el primer edificio del Campo Agrícola Experiment­al de Apodaca; el 24 de julio de 1952, el reconocimi­ento de la Secretaría de Educación Pública a los estudios impartidos en el Tec se hizo más sólido aún con la publicació­n de un decreto presidenci­al que ampliaba ese reconocimi­ento y lo robustecía.

En octubre de 1954 el Tecnológic­o de Monterrey se incorporó a la Asociación Internacio­nal de Universida­des, y en diciembre de 1957 se convirtió en la primera institució­n privada superior adherida a la Asociación Nacional de Universida­des e Institutos de Enseñanza Superior de la República Mexicana.

Todas estas transforma­ciones y consolidac­iones también se reflejaron en el cargo más alto dentro de la institució­n: el 11 de abril de 1955, el Consejo de EISAC decidió que en adelante el director general fuera designado como rector. Así se reconocía la gradual maduración del Tecnológic­o de Monterrey como una sólida universida­d de gran potencial.

Aprendimos que las

cosas se tomaban muy en serio

en el Tec y que, aunque la insti-

tución era pequeña en tamaño,

tenía bases muy sólidas.

Luis Lauro González Salinas (CP, 1945-1951),

en Ricardo Elizondo Elizondo, El amor a la camiseta. Vivencias y testimonio­s.

2,065 Estudiante­s inscritos en la institució­n a principios de 1953.

2,300 En marzo de 1954 la cifra había crecido. Del total, 600 tenían

alguna beca.

3,300 Era el primer semestre de 1957, y la población estudianti­l no dejaba

de crecer...

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