Dos preguntas
Dos preguntas siguen recorriendo el laberinto del pensamiento económico en México. Que se sepa, aún no encuentran la salida, o cuando menos una respuesta clara. ¿Por qué crecemos tan poco? es la primera. En materia económica, el país lleva años “haciendo su tarea”, y si bien los resultados en términos de estabilidad y certeza no son pocos ni despreciables, en términos de crecimiento y de generación de empleos son insatisfactorios y también inexplicables. Tanta disciplina y tantas reformas para crecer a tasas que serán la envidia en Europa, pero que palidecen ante lo logrado por otros países en desarrollo como el nuestro y son claramente insuficientes ante nuestras propias necesidades.
La segunda pregunta es ¿por qué la banca presta tan poco? Como ambas interrogantes están relacionadas, acaso el poder responder esta segunda y encontrar mecanismos para aumentar la profundidad del sistema fi nanciero mexicano (ojo, concepto más amplio que el de la pregunta misma) sirva para que la primera pregunta vaya siendo menos relevante.
A diciembre último, el informe trimestral más reciente del Banco de México acerca de la evolución del financiamiento a las empresas dice que la principal fuente de financiamiento para los generadores de empleo siguen siendo, por mucho, los de siempre, sus proveedores (83%), seguidos de la banca comercial (36%), de otras empresas del grupo empresarial (27%) y de la banca de desarrollo (5%). El mismo estudio nos indica que la banca comercial fi nancia a 43% de las empresas de más de 100 empleados pero solo al 25% de aquellas más chicas, las que normalmente son atendidas de un tiempo acá por entidades financieras especializadas no bancarias, que son las que se han concentrado en atender con crédito a las micros, pequeñas y medianas empresas.
¿La banca presta tan poco por un problema de demanda o de oferta? Depende. Depende desde dónde se le vea. Es claro que la demanda de crédito resiente el alto nivel de las tasas activas de muchos de los intermediarios, algunos de los cuales se defienden bajo el argumento de que no hay dinero más caro que el que no hay. Por ello, hacer accesible el crédito aun a costos altos debe ser visto como algo mucho mejor que su alternativa (la ausencia de crédito). Puede ser, pero de que limita la demanda de crédito la limita.
Hay otras posibles explicaciones del bajo nivel del crédito en México por el lado de la demanda, como la aversión de ciertas empresas a tomar crédito o la abundancia de opciones externas que tienen no solo las empresas multinacionales, sino también los grandes corporativos mexicanos. Añádase la creciente práctica de endeudarse con la banca por parte de estados y municipios, lo que desplaza la demanda real o potencial de otros demandantes.
Pero el lado de la oferta también ha tenido sus limitaciones por varios años, mismas que son el objeto central de la reforma fi nanciera recién presentada, la que afortunadamente sobrevivió las vicisitudes del Pacto por México. A reserva de ver la letra chiquita, que es donde Dios o el diablo se resguardan, los objetivos de la reforma no podrían ser más relevantes: fomentar la competencia en el sistema fi nanciero; apoyar a la banca de desarrollo para que retome el papel que no debió perder en los últimos sexenios, sin que retome el papel que tampoco debió asumir en la década de los 70 e inicios de los 80; proporcionar mayor certidumbre y rapidez en la ejecución de contratos e incentivar el otorgamiento de crédito productivo, todo ello sin poner en riesgo la solidez del sistema financiero.
El crédito que provee el sector bancario en México equivale a 45% del PIB, con una distribución 58/42 entre sector privado y público. En Chile equivale a 71% del PIB, 100% dirigido al sector privado. En Brasil equivale a 98% del PIB, con una distribución 62/38 entre privado y público. Simplemente con estos ejemplos se ve qué tanto tiene que avanzar el sector para que el servicio público de la banca sea eso, un servicio público, al que, sin embargo, no es conveniente forzar, pero sí incentivar a que preste (y no al que tiene, sino al que le falta).
DEL OTRO LADO
Además de vándalos, terminaron siendo unos raterillos y mequetrefes cualesquiera. No solo tomaron el corazón institucional de la UNAM sino que además lo saquearon, como indican las crónicas posteriores al asalto. Entre éstas está la del rector Narro, quien señala que su oficina fue dañada junto con otros bienes “sustraídos” (robados). Pidieron diálogo pero, como era de esperarse, encuentran excusas para despreciarlo (¿alguien encontrará, por cierto, las órdenes de aprehensión en algún cajón? No, no se trata de ningún “griterío represivo”, sino de recuperar la verdadera autonomía de la UNAM). m