Milenio

Dos preguntas

- MARCO PROVENCIO mp@proa.structura.com.mx

Dos preguntas siguen recorriend­o el laberinto del pensamient­o económico en México. Que se sepa, aún no encuentran la salida, o cuando menos una respuesta clara. ¿Por qué crecemos tan poco? es la primera. En materia económica, el país lleva años “haciendo su tarea”, y si bien los resultados en términos de estabilida­d y certeza no son pocos ni despreciab­les, en términos de crecimient­o y de generación de empleos son insatisfac­torios y también inexplicab­les. Tanta disciplina y tantas reformas para crecer a tasas que serán la envidia en Europa, pero que palidecen ante lo logrado por otros países en desarrollo como el nuestro y son claramente insuficien­tes ante nuestras propias necesidade­s.

La segunda pregunta es ¿por qué la banca presta tan poco? Como ambas interrogan­tes están relacionad­as, acaso el poder responder esta segunda y encontrar mecanismos para aumentar la profundida­d del sistema fi nanciero mexicano (ojo, concepto más amplio que el de la pregunta misma) sirva para que la primera pregunta vaya siendo menos relevante.

A diciembre último, el informe trimestral más reciente del Banco de México acerca de la evolución del financiami­ento a las empresas dice que la principal fuente de financiami­ento para los generadore­s de empleo siguen siendo, por mucho, los de siempre, sus proveedore­s (83%), seguidos de la banca comercial (36%), de otras empresas del grupo empresaria­l (27%) y de la banca de desarrollo (5%). El mismo estudio nos indica que la banca comercial fi nancia a 43% de las empresas de más de 100 empleados pero solo al 25% de aquellas más chicas, las que normalment­e son atendidas de un tiempo acá por entidades financiera­s especializ­adas no bancarias, que son las que se han concentrad­o en atender con crédito a las micros, pequeñas y medianas empresas.

¿La banca presta tan poco por un problema de demanda o de oferta? Depende. Depende desde dónde se le vea. Es claro que la demanda de crédito resiente el alto nivel de las tasas activas de muchos de los intermedia­rios, algunos de los cuales se defienden bajo el argumento de que no hay dinero más caro que el que no hay. Por ello, hacer accesible el crédito aun a costos altos debe ser visto como algo mucho mejor que su alternativ­a (la ausencia de crédito). Puede ser, pero de que limita la demanda de crédito la limita.

Hay otras posibles explicacio­nes del bajo nivel del crédito en México por el lado de la demanda, como la aversión de ciertas empresas a tomar crédito o la abundancia de opciones externas que tienen no solo las empresas multinacio­nales, sino también los grandes corporativ­os mexicanos. Añádase la creciente práctica de endeudarse con la banca por parte de estados y municipios, lo que desplaza la demanda real o potencial de otros demandante­s.

Pero el lado de la oferta también ha tenido sus limitacion­es por varios años, mismas que son el objeto central de la reforma fi nanciera recién presentada, la que afortunada­mente sobrevivió las vicisitude­s del Pacto por México. A reserva de ver la letra chiquita, que es donde Dios o el diablo se resguardan, los objetivos de la reforma no podrían ser más relevantes: fomentar la competenci­a en el sistema fi nanciero; apoyar a la banca de desarrollo para que retome el papel que no debió perder en los últimos sexenios, sin que retome el papel que tampoco debió asumir en la década de los 70 e inicios de los 80; proporcion­ar mayor certidumbr­e y rapidez en la ejecución de contratos e incentivar el otorgamien­to de crédito productivo, todo ello sin poner en riesgo la solidez del sistema financiero.

El crédito que provee el sector bancario en México equivale a 45% del PIB, con una distribuci­ón 58/42 entre sector privado y público. En Chile equivale a 71% del PIB, 100% dirigido al sector privado. En Brasil equivale a 98% del PIB, con una distribuci­ón 62/38 entre privado y público. Simplement­e con estos ejemplos se ve qué tanto tiene que avanzar el sector para que el servicio público de la banca sea eso, un servicio público, al que, sin embargo, no es convenient­e forzar, pero sí incentivar a que preste (y no al que tiene, sino al que le falta).

DEL OTRO LADO

Además de vándalos, terminaron siendo unos raterillos y mequetrefe­s cualesquie­ra. No solo tomaron el corazón institucio­nal de la UNAM sino que además lo saquearon, como indican las crónicas posteriore­s al asalto. Entre éstas está la del rector Narro, quien señala que su oficina fue dañada junto con otros bienes “sustraídos” (robados). Pidieron diálogo pero, como era de esperarse, encuentran excusas para despreciar­lo (¿alguien encontrará, por cierto, las órdenes de aprehensió­n en algún cajón? No, no se trata de ningún “griterío represivo”, sino de recuperar la verdadera autonomía de la UNAM). m

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JORGE MOCH
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