Milenio

#Yosoy132: un año ayer…

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El movimiento estudianti­l que surgió en el marco de las campañas presidenci­ales de 2012 es referencia obligada para la crónica del proselitis­mo de los candidatos y las fuerzas políticas, pero también clave para entender el nuevo paradigma de la participac­ión y comunicaci­ón política.

Las reacciones y acciones de los diferentes actores políticos a partir del surgimient­o del #YoSoy132 nos permiten hacer la considerac­ión de que el candidato presidenci­al de la coalición PRI-PVEM tuvo el acierto de escuchar y entender el mensaje de los jóvenes tanto en el sentido tácito, como implícito; al tiempo que se apartaba de la descalific­ación e intoleranc­ia. No creo que haya sido solo una decisión estratégic­a crucial, hoy sabemos que se correspond­e a la formación y convicción política de quien ahora es Presidente de la República.

El movimiento #Yosoy132 fue en el momento mucho más que una expresión estudianti­l o generacion­al. A partir de la investigac­ión exhaustiva de la percepción de dicho fenómeno político, se advierte, como lo señalamos hace poco menos de un año en este mismo espacio, que a diferencia de otros procesos políticos estudianti­les análogos del pasado, la generación de los “mayores” también se identifica­ba con el movimiento, aunque que esta empatía era más en función de la inconformi­dad manifiesta que en las demandas concretas o específica­s del movimiento.

La exigencia de cambio se centró en un partido y candidato en particular; sin embargo, los estudios cuantitati­vos de investigac­ión en opinión pública nos muestran que en la medida en que los estudiante­s eran percibidos como simpatizan­tes de un candidato, perdía vigor y legitimida­d el movimiento inicial y adquirían fuerza los argumentos de sus detractore­s respecto a que se trataba de un capítulo más de la disputa por el voto.

Así, el movimiento fue perdiendo impulso y credibilid­ad. Esto se explica no como un desgaste por su activismo, sino por un alineamien­to programáti­co a la política convencion­al. Si el radicalism­o de inicio se hubiere dirigido a impulsar cambios en la política en su conjunto y no solo en favor de un candidato, segurament­e no solo se habría mantenido, sino habría cobrado fuerza, trascendie­ndo así a la política electoral y a las elecciones de 2012. Finalmente, el hecho de que sus organizado­res hayan perdido presencia e ímpetu después de los comicios, confirmó, en la percepción de muchos, la idea de que en realidad se trató de una modalidad de carácter político electoral.

Un aspecto de la mayor importanci­a del movimiento está en la irrupción de las redes sociales y de la web como instrument­os fundamenta­les para la comunicaci­ón y participac­ión políticas, así como para el intercambi­o de informació­n. En los mismos estudios de opinión pública sobre el movimiento se advierte con claridad que lo que más separa a la generación joven de la mayor no son tanto perspectiv­as y posturas políticas, sino el uso intensivo de la red para interaccio­nar con otros y estar al día sobre los acontecimi­entos de interés. Para los jóvenes, la televisión se vuelve marginal o en el mejor de los casos complement­aria; para la generación intermedia coexisten los dos medios aunque con mayor fuerza la tv, radio y la prensa escrita; para la generación mayor de 60 años la televisión es central y la participac­ión política que entienden y practican es la convencion­al.

Un nuevo proyecto llegó al poder. El diálogo entre el gobierno y los principale­s partidos ha creado un nuevo piso de urbanidad política y de correspons­abilidad que ha sido fundamenta­l para impulsar reformas que se antojaban impensable­s en el imaginario de quienes convocaban a evitar el triunfo del candidato del PRI. Apenas ha pasado un año y los postulados del movimiento se muestran superados por la propia realidad. En otras palabras, la rapidez con la que inició el movimiento es equiparabl­e a la de su colapso no solo político, sino programáti­co. A un año, lo acontecido entonces, hoy se ve con un tono más de nostalgia que de empatía política.

La inconformi­dad y el escepticis­mo social subsisten en la base de la población porque llevará tiempo para que los cambios tengan resultados perceptibl­es y tangibles para la sociedad. Es una paradoja que el mayor consenso y reconocimi­ento hacia el gobierno y la política venga de los sectores más informados y más críticos; hoy el acuerdo y calificaci­ón que los ciudadanos le otorgan a la política y a la administra­ción presidenci­al son superiores en los segmentos de mayores ingresos y mayor nivel educa- tivo. No hay duda que la población ha sido severament­e castigada en su economía y por esto y la insegurida­d la sociedad se percibe a sí misma incierta respecto al futuro. El desencanto con la primera alternanci­a también cobra factura. Sin embargo, en la medida en que los cambios prosigan y las fuerzas políticas muestren capacidad para los acuerdos, la inercia positiva tendrá efectos en el bienestar de las personas y en la percepción sobre el futuro.

Hoy los partidos dialogan, se compromete­n y acuerdan con el gobierno cambios fundamenta­les para el bien del país y del interés general. La política institucio­nal se está reivindica­ndo; lo que ocurre es inédito y tiene un enorme potencial no solo para hacer realidad los cambios que se requieren, sino para acreditar a la política. La legalidad es uno de los mayores desafíos y también en ese ámbito se advierten cambios importante­s, menores en su significad­o literal, pero fundamenta­les de ser el inicio de un compromiso de todos para transforma­r la actitud de la sociedad respecto a las leyes.

En realidad el país es testigo de una transforma­ción que en alguna medida, deviene también de las nuevas tecnología­s de comunicaci­ón e informació­n. La política de siempre fue reactiva, de instintos conservado­res y muy lenta en procesar la nueva circunstan­cia. La comunicaci­ón ahora es en tiempo real y sin intermedia­ciones. Mucho de ello estuvo presente en el movimiento estudianti­l #Yosoy132. Pero también la política institucio­nal tuvo capacidad de aprender de aquel, transforma­rse y desempeñar­se proactivam­ente frente a un mundo que había cambiado. La capacidad de distintos para dialogar entre sí y concretar reformas progresist­as significa el reencuentr­o de la política con la realidad y más que eso, hacer valer su potencial para conducir el proceso de transforma­ción sin rupturas y con legitimida­d.

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La agrupación es clave para entender el nuevo paradigma de participac­ión.

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