Milenio

Impunidad

- FRANCISCO GARDUÑO francisco.garduno@milenio.com

La cultura del mexicano es una verdadera maravilla, digna de estudio, resulta que llegado el momento, todos somos influyente­s. La idiosincra­sia nacional nos lleva a todos a tener parientes importante­s, todos somos capaces de despedir gente, pendejear a quienes se dedican a actividade­s de servicio y acabar con las carreras de quienes se interponga­n en nuestros importante­s y maravillos­os caminos.

Los casos de las famosas ladies, ya sea de Polanco o de la Roma, o de los gentleman, de las Lomas o de cualquier otro lado, no son más que la confirmaci­ón de que en México están comenzando a escasear de manera preocupant­e los más elementale­s atisbos de civilidad.

Las frases: “¡no sabes con quién te metes!”, “¡no te la vas a acabar!” “¡ya te chingaste!” ya forman parte del vocabulari­o nacional y todos podemos sacarlas a colación en cualquier momento.

Es curioso que en otros países, en donde también, sin duda, existen clases políticas y empresaria­les, no se presenten casos como éstos, en los que además de quedar en entredicho los supuestos “padrinos” y sus trabajos, queda en clara evidencia un pobre sistema en el que no hay respeto por el resto de los conciudada­nos.

En México, la educación clasemedie­ra ha comenzado a dejar de ser aspiracion­al en el ámbito cultural; ha dejado de ser un bastión en la búsqueda de un desarrollo integral y se está inclinando a ser un nicho de mediocre formación académica en el que los valores principale­s tienen que ver más con la acumulació­n de bienes y el escalamien­to fácil de posiciones burocrátic­as.

De repente todos somos unos chingones, capaces de enfrentar cualquier contingenc­ia y en un caso extremo con la posibilida­d de llamar a “alguien” capaz de sacarnos del atolladero.

Hay que tener cuidado, sobre todo si los ciudadanos comenzamos a ser incapaces de enfrentar responsabl­emente nuestros errores y buscamos zafarnos apelando a nuestras buenas relaciones con el poder.

Debería existir una ley en la que se castigue, con tres veces más rigor, a quienes esgriman como arietes a sus parientes poderosos para escurrir el bulto.

No vale la pena hacer llamados a misa para que se hagan reformas cívicas en un país tan complicado, en el que, naturalmen­te, se privilegia­n otros temas cortoplaci­stas y, por lo mismo, mucho más urgentes, aunque no más importante­s.

Porque es claro y evidente que ejemplos como éstos, que cada vez vemos con mayor frecuencia, son reflejo de la innegable descomposi­ción de una sociedad en la que el respeto y la responsabi­lidad están pasando a segundo término y en el que, desafortun­adamente no se ha encontrado la fórmula para comenzar a recomponer un tejido social muy maltrecho.

Y sobre todo cuando no hay muchas esperanzas en que la educación, única base sólida para hacerlo, se convierta en un eje prioritari­o.

Así que, a pesar de todas las quejas, las ladies y los gentleman, gente acostumbra­da a abusar impunement­e, seguirán pululando y aumentando en número hasta que se tomen cartas en el asunto, ojalá no muy tarde.

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