Impunidad
La cultura del mexicano es una verdadera maravilla, digna de estudio, resulta que llegado el momento, todos somos influyentes. La idiosincrasia nacional nos lleva a todos a tener parientes importantes, todos somos capaces de despedir gente, pendejear a quienes se dedican a actividades de servicio y acabar con las carreras de quienes se interpongan en nuestros importantes y maravillosos caminos.
Los casos de las famosas ladies, ya sea de Polanco o de la Roma, o de los gentleman, de las Lomas o de cualquier otro lado, no son más que la confirmación de que en México están comenzando a escasear de manera preocupante los más elementales atisbos de civilidad.
Las frases: “¡no sabes con quién te metes!”, “¡no te la vas a acabar!” “¡ya te chingaste!” ya forman parte del vocabulario nacional y todos podemos sacarlas a colación en cualquier momento.
Es curioso que en otros países, en donde también, sin duda, existen clases políticas y empresariales, no se presenten casos como éstos, en los que además de quedar en entredicho los supuestos “padrinos” y sus trabajos, queda en clara evidencia un pobre sistema en el que no hay respeto por el resto de los conciudadanos.
En México, la educación clasemediera ha comenzado a dejar de ser aspiracional en el ámbito cultural; ha dejado de ser un bastión en la búsqueda de un desarrollo integral y se está inclinando a ser un nicho de mediocre formación académica en el que los valores principales tienen que ver más con la acumulación de bienes y el escalamiento fácil de posiciones burocráticas.
De repente todos somos unos chingones, capaces de enfrentar cualquier contingencia y en un caso extremo con la posibilidad de llamar a “alguien” capaz de sacarnos del atolladero.
Hay que tener cuidado, sobre todo si los ciudadanos comenzamos a ser incapaces de enfrentar responsablemente nuestros errores y buscamos zafarnos apelando a nuestras buenas relaciones con el poder.
Debería existir una ley en la que se castigue, con tres veces más rigor, a quienes esgriman como arietes a sus parientes poderosos para escurrir el bulto.
No vale la pena hacer llamados a misa para que se hagan reformas cívicas en un país tan complicado, en el que, naturalmente, se privilegian otros temas cortoplacistas y, por lo mismo, mucho más urgentes, aunque no más importantes.
Porque es claro y evidente que ejemplos como éstos, que cada vez vemos con mayor frecuencia, son reflejo de la innegable descomposición de una sociedad en la que el respeto y la responsabilidad están pasando a segundo término y en el que, desafortunadamente no se ha encontrado la fórmula para comenzar a recomponer un tejido social muy maltrecho.
Y sobre todo cuando no hay muchas esperanzas en que la educación, única base sólida para hacerlo, se convierta en un eje prioritario.
Así que, a pesar de todas las quejas, las ladies y los gentleman, gente acostumbrada a abusar impunemente, seguirán pululando y aumentando en número hasta que se tomen cartas en el asunto, ojalá no muy tarde.