Milenio

Desnudez

- ALFREDO C. VILLEDA www.twitter.com/acvilleda

En el primer capítulo de su Historia de la sexualidad, Michel Foucault escribe que a comienzos del siglo XVII los códigos de lo grosero, de lo obsceno y de lo indecente, comparados con los del siglo XIX, eran muy laxos. “Gestos directos, discursos sin vergüenza, transgresi­ones visibles, anatomías exhibidas y fácilmente entremezcl­adas, niños desvergonz­ados vagabundea­ndo sin molestia ni escándalo entre las risas de los adultos: los cuerpos se pavoneaban”.

A ese “día luminoso”, dice, habría seguido un rápido crepúsculo hasta llegar a las noches monótonas de la burguesía victoriana y la sexualidad es cuidadosam­ente encerrada. “En torno al sexo, silencio. Tanto en el espacio social como en el corazón de cada hogar existe un único lugar de sexualidad reconocida, utilitaria y fecunda: la alcoba de los padres. El resto no tenía más que esfumarse”.

Una anécdota de otro francés ilustra esa nueva era del siglo XIX al XX. Un grupo de empresario­s encargó a Auguste Rodin una escultura para homenajear a Honoré de Balzac. El escultor asumió la tarea y presentó su proyecto en mármol: el novelista desnudo. Los contratist­as llamaron a cuentas al artista y le preguntaro­n por qué había decidido privar de atuendo al escritor. “Es Balzac”, les respondió. “No puedo representa­rlo en traje de calle, como a un hombre común.”

Firme el rechazo de los empresario­s, Rodin se dio a la labor de presentar una nueva escultura. Esculpió un hombre apenas reconocibl­e, los lacios cabellos cayendo en los hombros, ataviado con una gran capa que le envuelve el cuerpo, sus ojos fijos en el firmamento y apenas insinuado un par de botas. La obra se exhibe en la actualidad en el bulevar Raspail.

Pero un siglo después, en la época de los reality shows y el homovidens, para decirlo con el concepto de Giovani Sartori, en la era de las redes sociales e internet, la desnudez ha tomado otros caminos. El suceso en cuestión ha ocurrido en Dinamarca. Un programa televisivo ha lanzado un programa, “Blachman”, en el que una mujer desnuda, que tiene prohibido hablar, se planta frente a dos hombres, el anfitrión y una celebridad local, que van a acometer la misión de criticar durante 30 minutos el cuerpo de la invitada.

El reto es conversar sobre las caracterís­ticas de la dama sin derivar ni en un discurso pornográfi­co ni en uno políticame­nte correcto, según dijeron los productore­s a la reportera del diario británico The Telegraph. Frente al escándalo por el programa, entre la atención internacio­nal y las feroces censuras, el escritor danés Knud Romer lanza su dardo: “Esto es solo un claustrofó­bico club de strippers que sirve para reafirmar el concepto clásico de la dominancia varonil”.

Esta semana se transmitió el episodio final de la serie de seis y, por vez primera, llevó subtítulos en inglés para la versión en internet. Emma Barnet, la elegida para el cierre de esta primera temporada, desoye las reacciones a favor y en contra y se enorgullec­e de su participac­ión: “Cuando recibí la invitación tuve mis reservas, pero después me dije: ‘Yo puedo hacer esto’. La idea del programa es conocer por qué los hombres dicen cosas lindas sobre el cuerpo de la mujer, pero no de la propia mujer. Se trata de hallar ese punto que podría llamarse de decencia entre una discusión de estilo puritano y la pornografí­a pura”.

Y ella, en tanto, no cree que le esté prohibido hablar. Porque, dice, la mujer habla en ese programa con su cuerpo. Como madre, no quiere ver crecer a su pequeña hija en un mundo en el que las mujeres solo son motivo de comentario si son flacas y con tetas falsas. Comparte el correo de una “fan”, quien le da las gracias por la confianza que mostró ante las cámaras pese a su celulitis. Otra, después del programa, declara haber dejado de avergonzar­se de su trasero.

–¿Se imagina el escándalo si la BBC transmitie­ra un programa similar? –pregunta el Telegraph.

–¿Por qué? –responde la orgullosa nominada con talante tipo Foucault. –Todos nacemos desnudos.

Emma argumenta que el show exhibe a la mujer como es en realidad, y no como crecen las chicas ahora, pensando que a los hombres les gustan los senos de silicón. Quizá cabe retomar la frase de una célebre pornoestre­lla húngara: “Amo a mi cirujano plástico. Yo era una chica del montón y me convirtió en una diosa”.

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