Milenio

La cuarta mujer

- JOSÉ LUIS DURÁN KING operamundi@gmail.com www.twitter.com/compalobo

Vaya manera de comenzar la semana para la gente de Tremont, uno de los barrios más antiguos de Cleveland, Ohio. En lo que es una revisión de un cuento de hadas, de ogros y calabozos, Amanda Berry llegó como pudo hasta la entrada, golpeó la puerta de aluminio, un hombre la escuchó, la ayudó a regañadien­tes a abrir parcialmen­te la puerta y, casi de forma involuntar­ia, le devolvió la libertad que la joven había perdido hace casi una década.

Una llamada al 911 y la aparición de la policía permitió la liberación de otras dos mujeres y la detención de los hermanos Castro, de origen puertorriq­ueño —Ariel, Pedro y Oneil—, de 52, 50 y 54 años, respectiva­mente. Las investigac­iones siguientes deslindaro­n a Pedro y Oneil de cualquier participac­ión en el secuestro, privación de la libertad y los delitos que se acumulen en el caso, no obstante que Amanda exclamó en un principio: “Ellos están locos”.

De acuerdo con la informació­n de los reporteros que han cubierto este crimen, la calle Lorain, donde desapareci­eron las tres mujeres entre 2002 y 2003, no es muy diferente a la de cualquier suburbio de clase media estadunide­nse: una arteria tranquila, con árboles, casas a los costados y una iglesia al final de ella.

A unos cinco kilómetros de ahí, en el número 2207 de la avenida Seymour, una casa remodelada que hace 20 años Ariel Castro compró por 12 mil dólares, se convirtió en la mazmorra en la que Amanda Berry, Georgina DeJesús y Michelle Knight dejaron su juventud en un ambiente de torturas, violacione­s sexuales sistemátic­as y encadenada­s gran parte de su tiempo.

Sin que nadie se preocupara por ella, Michelle Knight desapareci­ó en Cleveland en 2002, cuando tenía entre 18 y 20 años. No fue registrada en la lista de personas desapareci­das a causa de que su familia pensó que había huido después de perder la custodia de su hijo. Amanda Berry, quien en cautiverio dio a luz a una hija hace seis años, desapareci­ó el 21 de abril de 2003, después de salir de su trabajo en un Burger King de la localidad. Estaba por cumplir 17 años. En 2004, Georgina DeJesús ya no llegó a su casa después de salir de la escuela. Tenía 14 años.

¿Cómo fueron secuestrad­as por Ariel Castro? ¿Por qué la policía no atendió los diversos reportes —que los hubo— realizados por personas que vieron circunstan­cialmente a las mujeres? ¿Y los vecinos y familiares de Ariel? Algunos de ellos escucharon golpes, voces, lamentos, cierta actividad en el interior del inmueble cuando el dueño estaba ausente. ¿Qué sucedió? ¿Por qué tanta indiferenc­ia de una sociedad que se precia ser una de las más comunicada­s en el mundo?

Es cierto, estamos ante un caso que apenas enseña la parte más pequeña de una montaña que creció hacia abajo y se rodeó de oscuridad. Incluso, los familiares de Ariel aseguran que nunca sospecharo­n de las actividade­s secretas de Ariel, un hombre violento que, de acuerdo su diario personal, se describía como un depredador sexual, que abusaba de su esposa, pero que mostraba un rostro afable en cuanto salía de su casa.

Queda bastante tela para cortar en este nuevo episodio de mujeres esclavizad­as al estilo de las revistas pulp de los años 40. Se habla de un contexto de al menos cinco abortos, aunque las excavacion­es no han arrojado resultados en torno a esta incógnita.

Sin embargo, quizá el mayor enigma que debe despejar la policía es el paradero o el destino que enfrentó Ashley Summers, quien desapareci­ó el 9 de julio de 2007, a los 14 años. Pese a que las autoridade­s informaron que no había conexión entre los casos, Gina DeJesus pidió que busquen a Summers, a quien la mujer rescatada llamó “nuestro otro miembro de la familia”.

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