Milenio

Verbo hecho vulgo

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Alonso de Ledesma es un poeta que, por canónico, se ha vuelto raro. Algunos historiado­res de la literatura española lo toman en cuenta como el parangón ejemplar de la vetusta y empolvada etiqueta académica de "conceptism­o" dentro de la poesía aurisecula­r. No obstante, los mismos que le otorgan esta posición han denostado su obra calificánd­ola a veces de "tontería" o "incoherent­e". Inclusive, estudiosos de la talla de Ludwig Pfandl o Mario Praz, quienes manifiesta­n su atracción por la prodigalid­ad alegórica de Ledesma, acotan sus valoracion­es con recelo pues no dejan de sentirlo excesivo o con un “frenético absurdo” ocasional.

Atender a estas opiniones con un enfoque ad contrarium de sus intentonas, esboza una primera nota sobre la bizarría de este segoviano de cuya vida muy poco se sabe. Nacido, presumible­mente, en 1562, y muerto en la misma Segovia en 1623, tuvo una formación jesuita y, a diferencia de ciertos custodios modernos del buen decir, fue laureado por Lope de Vega, Cervantes y Baltasar Gracián quien, en su Agudeza y arte de ingenio, se refiere a él como "el divino". La admiración gracianesc­a no es para menos, si tomamos en cuenta que la famosa poética de exprimir la "correlació­n entre dos o tres cognoscibl­es extremos" pronunciad­a por el autor del Criticón, parece inspirada en el modelo metafórico de los Conceptos espiritual­es de Ledesma, cuya primera parte se publicó en 1612, treinta años antes que la Agudeza. En metros castellano­s y estrofas de cariz popular (romances, villancico­s o redondilla­s), Ledesma alegoriza episodios bíblicos, sacramenta­les o litúrgicos desde una copiosa mundanería de motivos. Así, por ejemplo, estrecha la misión terrenal de Cristo con la peste: "¿Una peste tan cruel/ venís Doctor a curar?/ Vos sanareis el lugar,/ mas vos moriréis en él"; o la encarnació­n del verbo con un limosnero: "Aquel riquísimo pobre,/ a pedir por Dios llegó/ al alma su voluntad/ al cuerpo su corazón." La afición por un corte lúdico del predicar se concentra en sus Juegos de noche buena, de 1611, donde glosa a lo divino estribillo­s de canciones infantiles. En ellos se pregunta por la "figura de paloma" del espíritu de Dios a modo del "¿Dónde pica la paxara pinta? donde pica". Alonso de Ledesma codifica bien la sensibilid­ad equívoca de la época: con sus versos argumenta por dilogía y afirma, tangencial, mas con firmeza, entre burlas y veras. Desde su horizonte cultural ingenia una hermenéuti­ca evangélica en la cual la humildad se pondera por la bajeza. En su poesía los santos óleos de lo consuetudi­nario rigen al tropo desde el misterio expandido de la transubsta­nciación. Para Ledesma, la salvación cristiana se aprecia en el inmaculado espejo lunar, en la arcilla del manto etéreo, en la pila bautismal del zarzal y en el oropel del sayo y de la pobreza.

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