Milenio

Luis Ignacio Helguera (1962–2003)

- Eusebio Ruvalcaba eusebius19­51_2@yahoo.com.mx

Este 10 de mayo, Luis Ignacio Helguera Lizalde cumplió 10 años de muerto. Extraigo los siguientes poemas de su libro Zugzwang (El tucán de Virginia).

2) “Vida y muerte de Borodin”. Cuando, de tarde en tarde,/ la bondad humana/ escucho Bach, escucho a Franck, escucho a Borodin,/ y pienso en la dureza de mi abuelo/ en que sólo Borodin lo ablandaba —hasta las lágrimas—/ y escucho a Borodin./ Su música noble y humilde/ más que buena, es bondad pura/ que apenas le dejaban repartir/ sus otras bondades/ (como asilar pobres en su casa/ curar gente/ tolerar gatos sobre la mesa suplicando: “Esperen caballeros/ entre dos compases de canciones o cuartetos/ trazar analogías entre el arsénico y el fósforo/ o descubrir el odol)/ y pienso en la fatiga enorme y buena y silenciosa del hombre/ en su muerte durante un baile/ en que su caída debe haber sido/ la de un roble añoso/ que después del ruido seco, brutal/ deja en el bosque/ una estela de trinos y cantos.

3) “Afinador de pianos”. Como el albañil que nunca tiene la casa que edifica/ como el jardinero que vive en un cuartucho sin macetas/ como la costurera que nunca tiene el vestido que cose/ llegaba el afinador de pianos sin piano propio/ llegaba con su hija y su maletín de médico/ su oído absoluto atento al corazón viejo del Steinway/ sus manos maestras entregadas a las cuerdas cardiacas/ a su dentadura de marfil cariado/ a sus pedales reumáticos/ dejaba cada sonido en su sitio/ cada acorde perfecto/ y luego para comprobarl­o/ medio que interpreta­ba de memoria un Nocturno de Chopin/ hasta que, afinador de pianos,/ daba notas falsas, un pasaje se le olvidaba/ sonreía y cerraba el piano/ le pagaba el dueño/ y se iba con su maletín de médico y su hija/ que le tomaba la mano en la calle y lo miraba a lo alto/ con una sonrisa.

4) “Revueltas”. Todo revuelto en su vida/ “Ya llegó el torbellino de tu hermano”, le decía su madre a José/ Ha de haber sido uno de esos seres indomables/ “Con vivir diez años más para acabar mi obra, me conformo”, dijo una vez a los cuarenta, llorando; murió a los cuarenta y uno/ “Ahora vamos a llorar todos, muchachas”, rugió su cabeza de león/ en una cantina, entre tragos y leoninas/ Sólo era violento en su música/ Una vez que llegó ebrio, a casa de Hernández Moncada sin un zapato,/ le dijo que el otro se lo habían llevado las estrellas/ Y casi cada página que dejó, a veces en las cantinas, es perfecta/ Catártico empedernid­o, solitario incurable/ En el “Duelo” del Homenaje a García Lorca recorre de noche, borracho, las mismas, siempre las mismas calles el centro de la Ciudad de México como en un laberinto del que quiere y no quiere salir al mismo tiempo/ “Con vivir diez años me conformo”: su sentido del humor es la carcajada de la muerte.

5) “Intermezzo Núm. 2 en Si bemol Op. 117 de Brahms”. Sólo ahora, a los cuarenta años/ comprendo por qué me recostaba en el sofá de la sala cada noche/ cuando estudiabas ese Intermezzo de Brahms/ porque expresaba tu carácter y tu fuerza y tu nobleza, que aprendí mal/ y la caída de las hojas verdes y luego rojas, en los jardines que tuvimos/ el luto otoñal de todo// y recuerdo cómo oyendo la radio estacionas­te el coche/ en una calle/ entre automóvile­s furiosos/ para ponerte a llorar sobre el volante/ disculpánd­ote conmigo con el pañuelo en la cara/ porque era un Nocturno de Chopin que tocaba tu madre// y recuerdo cómo me cargabas semidormid­o hasta mi cama/ al terminar el Intermezzo de Brahms, cada noche/ y tu carácter y tu fuerza y tu nobleza, que aprendí mal.

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