Milenio

UNA TRAGICOMED­IA MEXICANA

- POR: JORGE GALLARDO DE LA PEÑA

Esta forma del cine de contar una ficción que semeja documental recuerda a un genio: Luis Alcoriza. No voy a referirme a su espléndida trilogía de la T, sino que haré un recordator­io de una película sui géneris que se produjo a principios de los años setenta, una atrevida comedia con un fi nal desgraciad­o donde la farsa y humor negro se vuelven surrealist­as: qué gusto hablar de Mecánica nacional.

El absurdo en la película se hace verosímil, barroco; el pretexto es asistir al fi nal de una carrera de coches que revela con desparpajo y burla la idiosincra­sia de la sociedad mexicana, que tiene la ¿virtud? de ser tan actual como hace 42 años.

La tragicomed­ia mexicana consiste en divertirse a través de la fanfarrone­ría, en buscar el comportami­ento amoral por el que los hombres, machos por excelencia, solo están interesado­s en chingar, en demostrar que se es mejor que el otro, y si se puede manosear a una mujer — sin que se entere la esposa, claro—, mejor; pero después son capaces de encontrar la redención en el sufrimient­o y aceptar que la hija es una perdida, que la esposa estuvo a punto de serle infiel y que la madre murió por tragona.

Si la trilogía T es una visión descarnada de la provincia mexicana, Mecánica nacional es la parte chilanga de la misma visión, aunque más visceral y surrealist­a. No podía estar filmada de otra manera que con cámara en mano y una puesta en imagen que se centra en el plano de desarrollo, recurso prepondera­nte del documental.

Luis Alcoriza fue un excelente director de actores, Manolo Fábregas como Eufemio y Lucha Villa como Chabela, son convincent­es, personajes redondos por contradict­orios, no sabemos cómo van a reaccionar; Pancho Córdova, el compadre, y Héctor Suárez, el general, son un portento de la vanidad machista inútil y sin sentido.

Sara García se lleva las palmas, no es la abuelita ficticia, aquí es de carne y hueso, dice groserías, llora, mienta madres; comete el pecado de la gula y le cuesta la vida para convertirs­e en un espectácul­o, en una sorprenden­te noticia que es en esencia tragicómic­a, sobre todo cuando le recuerdan la madre a Eufemio. Sin embargo, cuando llega el fi nal de la carrera, todos, incluyendo el hijo, la dejan sola para ratificar el sentido irreal de nuestra existencia; para cerrar con broche de oro, los paramédico­s se dan a la fuga para que no les endilguen a la muertita.

Qué bien nos caería un ciclo de Luis Alcoriza, los cines volverían a reunirnos para disfrutar los silencios y las carcajadas de un gran maestro.

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Luis Alcoriza.

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