ESTAR AQUÍ, ESTAR ALLÁ
Fue en noviembre de 1949, en el semanario Mañana, cuando Carlos Fuentes publicó su primer cuento, “Pastel rancio”, una estampa en sepia acerca de la distancia que se ha instalado entre una madre marchita y un hijo presuntuoso. Habría que ser un perfecto embaucador para afirmar que ahí se prefiguran algunas de las señas que distinguirían la obra entera de Carlos Fuentes. Si entrega alguna certeza es la de que no puede ocultar la admiración por John dos Passos. “Pantera en jazz”, en cambio, que apareció en la revista IdeasdeMéxico a principios de 1954, anuncia ya muchos de los caminos por los que Fuentes se abrió paso desde Losdías
enmascarados hasta los retratos póstumos de Personas: la irrupción del trasmundo mágico en la realidad cotidiana, el atractivo hipnótico de los espacios cerrados, el encuentro con el otro como reconocimiento y a la vez como extrañeza, la escritura como acto festivo y rebelde.
La llegada de Cuentos completos —prólogo, compilación y notas de Omegar Martínez— invita sobre todo, y por paradójico que suene, a releer al Carlos Fuentes con vocación de maratonista. Quiero decir que los cuentos de Carlos Fuentes —no más de sesenta— valen por sí mismos pero incrementan su atractivo una vez que sentimos la tentación de plantarlos frente al espejo de sus novelas. Son embriones, pasajes nonatos de novela. ¿Qué decir, por ejemplo, de “Niña bien”, publicado en
Méxicoenlacultura el 19 de agosto de 1956, y que por primera vez encuentra refugio entre las páginas de un libro? Es una anticipación del retrato de Norma Larragoiti, la virgen provinciana de Laregiónmástransparente, incapaz de hospedar otro sentimiento que no fuera la compasión por quienes no atinan a participar “en el nuevo mundo mexicano”. Tenemos la misma sensación con “Calavera del quince”, en el cual ya se perfi la el andar mítico de Ixca Cienfuegos.
Prevalecen los cuentos que no son cuentos —podrían serlo, sin la ilusión que producen cuando concurren en un libro— sino apenas eslabones al cual se engarza uno y otro y otro más, hasta conformar una suerte de criatura anfibia, mitad novela, mitad recopilación de historias breves: El naranjo, La frontera de cristal,
CarolinaGrau. Es decir: aun como cuentista, Fuentes no dejó de imaginar como novelista. Si practicó el sprint fue solo para llegar en forma a tantos maratones.
Como escritor de cuerpo entero, nunca ambicionó la pureza de un género. Por momentos, sus cuentos adoptaron la forma de un ensayo, sus novelas acogieron una escena teatral, sus textos periodísticos hablaron el idioma de la tribuna. Su imagen de las dos orillas —la de uno mismo, la del ser ajeno, ambos alejándose o encontrándose a pesar de la fuerza de la corriente— hace que su obra viaje y también permanezca. Están aquí los cuentos, por lo pronto, allá están las novelas. La lección de Fuentes aconseja seguir siempre el camino de vuelta.