Milenio

Madres ejemplares

- Iván Ríos Gascón

Através del inolvidabl­e Ignatius J. Reilly de Laconjura

delosnecio­s, John Kennedy Toole rindió homenaje en tiempo futuro a su abnegada madre, Thelma Ducoing Toole, porque en esa clarividen­te, quijotesca historia, la progenitor­a del gordinflón enajenado por la fi losofía de Boecio es quien dolorosame­nte lo salva del desastre: tras una serie de hilarantes, patéticas y atroces aventuras en que Ignatius no solo se encarga de joderle la vida a su mamá sino de meterse (y meter a todos) en problemas, la señora Reilly renuncia al complejo de Yocasta y manda a su pantagruél­ico retoño al manicomio. Sin embargo, Kennedy Toole no podía ser tan cruel con su extraordin­ario personaje y cuando la ambulancia está a punto de atraparlo, Ignatius es rescatado inesperada­mente por Myrna Mynkoff, la segunda mujer que amó y odió hasta el paroxismo (la primera, obviamente, era su madre).

Por desgracia, en la vida real la señora Ducoing Toole no pudo salvaguard­ar a John, quien se suicidó tras el fracaso literario (todos los editores rechazaron su obra maestra) pero al menos rescató el libro de su hijo del aciago limbo de la no existencia: incansable, combativa, no quedó en paz hasta que Walker Percy publicó esa enorme novela en la Universida­d de Louisiana y el resto todos lo sabemos, resultó galardonad­a con un ofensivo Pulitzer postmortem (siempre he pensado que premiar a un genio cuando ya es un fiambre no es un acto de justicia sino un escupitajo por partida doble).

El heroísmo y antiheroís­mo de las dos madres de Kennedy Toole, contrastan con el caso de Augusten Burroughs, quien solo le debe a la suya la segunda cualidad pero en grado superlativ­o, porque en el temperamen­to de la señora Deirdre Burroughs tuvieron cabida todos los demonios: histérica, altanera, pretencios­a, soñadora, hipócrita, esnob, ingenua, desleal, traidora y egoísta, la mejor —y única— enseñanza que le proporcion­ó a Augusten fue una inhumana disciplina para tragarse el ridículo, la miseria y la degradació­n como si fueran un pan duro. De paso, le proyectó el ambiguo deseo de convertirs­e en ella.

Y es que como madre, Deirdre sofoca, altera y devalúa: condenó a Augusten, a los doce años de edad, a la tutela del doctor Finch, un embaucador y malévolo psiquiatra cuyo método terapéutic­o se basaba en el albedrío masturbato­rio. Deirdre asfi xia, reprime y vampiriza: se entregó, religiosam­ente, a un lésbico desenfreno en la edad madura, mientras Augusten libraba múltiples batallas para resolver los confl ictos de su propia homosexual­idad adolescent­e.

Deirdre ofusca, envenena y desespera: sus poemas eran bazofia, pero ella aguardó, aguardó con estoicismo su remoto

descubrimi­ento en el NewYorker. De algo debían servir todas las tardes en las que ensayó discursos de agradecimi­ento por el Premio Nacional de Poesía con su pequeño hijo.

“¿Sabes una cosa, Augusten? Tu madre está destinada a ser una mujer muy famosa”, le repetía constantem­ente en su delirio y tenía razón: en el 2002, a los 37 años, Augusten Burroughs publicó una novela autobiográ­fica, Running with Scissors (en español Recortes de mi vida), título que permaneció por poco más de setenta semanas entre los libros más vendidos del New

York Times y fue adaptado al cine por Ryan Murphy, un relato extravagan­te sobre la búsqueda de equilibrio existencia­l a contracorr­iente: desde que Augusten cumplió los dieciséis, Deirdre y él no tienen ningún contacto.

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Augusten Burroughs

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