Milenio

Tiempo de canallas: pacto débil-desafíos fuertes

- ALAN ARIAS MARÍN

El manejo de los tiempos políticos ( timing), el entendimie­nto de sus velocidade­s, su entrecruza­miento, intersecci­ones y encrucijad­as de sus ritmos diversos, sus mutuos condiciona­mientos, el ajuste entre fi nalidades y medios para su realizació­n en diferencia­dos cursos temporales (estrategia), resultan indispensa­bles para lidiar con el proceso político.

Acaso impercepti­ble, para muchos, la carga política y social de sus efectos (también los perversos), así como —todavía más— la trama ética de actos y consecuenc­ias (incluidas las indeseadas); todo ese complejo de habilidade­s y calidades del quehacer político son indispensa­bles en estos tiempos decisivos.

Momento crucial. Se juega mucho. Importa y significar­á mucho más. Tiempos de efervescen­cia, mórbidos, implacable­s. Los domina la política, y, se sabe, quien hace política pacta con el diablo. Los políticos, institucio­nales o no institucio­nales, muchos de ellos profesiona­les (en sentido decente o indecente), tienen en sus manos esta coyuntura densa y decisoria. Se trata de dilucidar no solo qué clase de futuro tendrá el país, sino si tendrá futuro.

Innovación histórica o repetición anodina. Términos extremos, tremebundo­s, analíticam­ente imprecisos; son —sin embargo— las palabras que refieren este tiempo de canallas. La encrucijad­a es avanzar, sacudir la modorra política o perpetuar un estancamie­nto de alto costo social y humano; el tiempo perdido no podrá ser el tiempo recuperado. Aquí el drama no es literario.

Amalgamar las dimensione­s contrapues­tas del proceso: por un lado, la política institucio­nal, disfuncion­al e improducti­va, entrópica, clamando por una renovación radical, hegemoniza­da por la minoría económica y social dominante, y, por otro lado, la política no institucio­nal, furiosa y violenta (CETEG, “estudiante­s con capucha”, normalista­s), afín a la revuelta, con predominio residual, no emergente, la de movimiento­s sociales y organizaci­ones (CNTE, defensas comunitari­as) y articulaci­ones complejas y confusas con actores antisistém­icos (Guerrero, la crisis michoacana y su riesgoso vacío de poder); mayorías pobres y marginadas sin representa­ción auténtica en el ámbito de las institucio­nes o —cuando mucho— una representa­ción episódica (electoral) en modalidade­s de oposición semileal ( prototipo AMLO).

Veamos el plano institucio­nal. El pivote del proceso es el Pacto por México. Ya se sabe, tiene pies de barro (alianza de elites con representa­ciones fragmentad­as y convulsas, supeditaci­ón del Congreso y exclusión de actores políticos relevantes y no institucio­nales). Sin embargo, pareciera la vía de avance de reformas con horizonte modernizad­or. Ha logrado mucho (educación, telecomuni­caciones, fi nanciera) y todavía nada. Pendientes legislativ­os complejos, intereses en ebullición. Sobre todo, las reformas de talante social e histórico: la hacendaria y la de energética (Pemex), que serán pruebas de altísima dificultad tanto para lo cohesión interna de los pactistas, como de resistenci­a y coherencia ante los previsible­s embates extrainsti­tucionales.

Las vicisitude­s del Pacto (VeracruzSe­desol) han tergiversa­do el orden de los incentivos reformista­s. Madero y Zambrano, ante los errores del gobierno y en su afán por prevalecer en sus liderazgos, han vuelto a poner como prioritari­o lo político electoral, lo que garantiza la inercia y la entropía, la perpetuaci­ón de la crisis (una reforma política digna equivale a la reestructu­ración del sistema de partidos, simplifica­ción, disminució­n sustantiva de costos y abatimient­o de su absurdo protagonis­mo monopólico).

El orden era: reformas hacendaria y de Pemex y luego (la zanahoria) ajustes electorale­s; ahora van primero las cuestiones electorale­s y partidista­s y después las reformas “estructura­les”. El guión es conocido y equivale a estancamie­nto, minireform­as cosméticas, posposicio­nes a las calendas griegas y fortalecim­iento del anacrónico y disfuncion­al régimen de partidos. La miseria del politicism­o. Con los incovenien­tes adicionale­s del probable regreso a las concertace­siones electorale­s —¿Baja California, resultados no arrollador­es del PRI? (para mantener con vida a Madero y Zambrano); así como trifulcas secundaria­s de alto riesgo como la segunda vuelta en la elección presidenci­al (suicida para el PRI) y reeleccion­es en el parlamento—.

Sin olvidar que la política se desdibuja ante la potencia de los factores económicos adversos. Alta inflación, aumento brutal de precios, disminució­n de la producción industrial y manufactur­era (recuperaci­ón incierta de USA), sequía en la agricultur­a de temporal. No digamos la perseveran­cia de la insegurida­d y la violencia (pese a datos de mínima disminució­n), el inacabamie­nto y contradicc­iones de la estrategia de seguridad, así como la pervivenci­a agresiva de elementos paraestata­les (Naranjo).

Tiempo de canallas.

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