Nosotros no somos como fuimos
Nosotros no somos como ellos”, exclamó Vaclav Havel cuando la revolucióndeterciopelo hizo posible que el dramaturgo asumiera el gobierno de la entonces Checoslovaquia.
Así quería el gobierno de Havel demostrar su superioridad sobre el viejo régimen autoritario.
Cuando la gente voto dos veces por gobiernos panistas aquí entre nosotros es porque tenía inconvenientes respecto de los priistas. Vicente Fox y Felipe Calderón, que parecían reivindicar aquella frase, en los 12 años no pudieron demostrarlo, y fue tal su desorden en el poder que cayeron hasta el tercer lugar en las preferencias electorales hace poco menos de un año.
Y todo eso parece como si hubiera pasado hace mucho tiempo. Algunos recuerdan el movimiento 132 como una épica, y tal vez lo sea por la impronta que dejó en el futuro gobierno. Los incidentes en la FIL y en la Ibero quedaron en la sensibilidad de la opinión pública, pero ante todo se constituyeron en una enseñanza para el Presidente y su equipo.
No es que no se supiera del malestar entre los jóvenes y de los problemas sociales que manifestaban. Desconocían el grado de importancia política de las creencias de la gente y de su voluntad para luchar por ellas.
Con estos hechos, aquellos terminaron de comprender que al poder ciudadano había que tomárselo en serio; que el malestar contra su proyecto existía con mayor virulencia del que se creía, que el país no era el Estado de México y que había problemas puntuales que reclamaban mayor sensibilidad política.
No se olvida que la reacción fue rápida e inteligente y lo hicieron sentir primero durante lo que siguió de la campaña y luego en el gobierno. Depuraron la agenda, cuidaron el mensaje político y Peña Nieto se aplicó en su discurso. Es cierto que la gente aún destaca sus dislates por nimios que sean, pero eso se ha convertido en banal.
Ya en la Presidencia aquellas enseñanzas han tenido un mayor efecto en lo sustantivo. Por ejemplo, el gobierno de Enrique Peña Nieto se ha empeñado en establecer aquella diferencia —que se entiende como la superioridad respecto de lo que se hizo en el pasado— con una ventaja adicional: las expectativas que de él se esperaban no eran muy grandes, mas bien eran precarias.
El reconocimiento adentro y afuera del país debido a las reformas que ha venido impulsando tiene que ver con ello.
Pero no hay nada más evidente en esa marca identitaria, propia y única del gobierno de Peña, que se busca fijar en la sociedad, que el Pacto por México. El sociólogo chileno Eugenio Tironi, al referirse a la incapacidad del presidente Sebastián Piñera a renunciar a su patológico individualismo, describe el significado del compromiso de un pacto político para gobernar. Dice: “Construir mayorías exige negociar. Y negociar tiene ciertos requisitos: un cierto grado de humildad; una contención de la soberbia y del espíritu fundacional; un grado de represión del estilo winner; en fin, una disposición a compartir logros, a renunciar al deseo de mostrarse ganador”.
Haber asumido la reconvención de Gustavo Madero y Jesús Zambrano ante los vergonzosos hechos de Veracruz, volvió a hacer patente esa disposición del gobierno de Peña a basar muchas de sus políticas en el entendimiento. No se puede negar que el impulso democrático de resarcir el daño cometido contra el Pacto es auténtico.
Lo que no debe pasarse por alto es el origen del problema y que dicho reflejo democrático tenga que activarse frente a contingencias de este tipo. El “no te preocupes Rosario” quedó como expresión de una “familia feliz”, de la que uno de sus miembros cometió apenas un error subsanable. Bien pudo verse como un mensaje cifrado en naftalina, para el cual aún subsisten dos o tres periodistas criptopriistas que lograron la hazaña de descifrarlo.
Hay algo más que la embriaguez por el pasado en el lenguaje político del gobierno. La exoneración del procurador Federal del Consumidor, Humberto Benítez Treviño, cuya hija Andrea Benítez ordenó a los funcionarios de la dependencia cerrar el restaurante Máximo Bistrot de la Ciudad de México por no asignarle la mesa que deseaba, queda incluida en los modos priistas de ayer. ¿Qué intereses, qué complicidades, qué secretos pueden hacer a un lado la moral pública?
Ambos aspavientos no son meras impertinencias; son parte de una cultura que se niega a morir; son expresión del pasado autoritario, donde florecían el miedo ciudadano, la simulación, la ignorancia de las masas, la imposición, el servilismo de la prensa, el caciquismo, la corrupción y la complicidad de los funcionarios.
No encajan, pues, en el lenguaje del Pacto por México ni en el proyecto de México como potencia ni en las consideraciones de Fitch Ratings o de Moodys Investors Service ni mucho menos en el México plural, moderno y democrático con el que sueñan los mexicanos.
Si el gobierno de Peña Nieto ambiciona a ser un gobierno de resultados para ser diferente, tendrá que hacer efectivo no solo el “Nosotros no somos como ellos”, sino hacer realidad el “Nosotros no somos como fuimos”.