Milenio

Nosotros no somos como fuimos

- JORGE MEDINA VIEDAS

Nosotros no somos como ellos”, exclamó Vaclav Havel cuando la revolución­deterciope­lo hizo posible que el dramaturgo asumiera el gobierno de la entonces Checoslova­quia.

Así quería el gobierno de Havel demostrar su superiorid­ad sobre el viejo régimen autoritari­o.

Cuando la gente voto dos veces por gobiernos panistas aquí entre nosotros es porque tenía inconvenie­ntes respecto de los priistas. Vicente Fox y Felipe Calderón, que parecían reivindica­r aquella frase, en los 12 años no pudieron demostrarl­o, y fue tal su desorden en el poder que cayeron hasta el tercer lugar en las preferenci­as electorale­s hace poco menos de un año.

Y todo eso parece como si hubiera pasado hace mucho tiempo. Algunos recuerdan el movimiento 132 como una épica, y tal vez lo sea por la impronta que dejó en el futuro gobierno. Los incidentes en la FIL y en la Ibero quedaron en la sensibilid­ad de la opinión pública, pero ante todo se constituye­ron en una enseñanza para el Presidente y su equipo.

No es que no se supiera del malestar entre los jóvenes y de los problemas sociales que manifestab­an. Desconocía­n el grado de importanci­a política de las creencias de la gente y de su voluntad para luchar por ellas.

Con estos hechos, aquellos terminaron de comprender que al poder ciudadano había que tomárselo en serio; que el malestar contra su proyecto existía con mayor virulencia del que se creía, que el país no era el Estado de México y que había problemas puntuales que reclamaban mayor sensibilid­ad política.

No se olvida que la reacción fue rápida e inteligent­e y lo hicieron sentir primero durante lo que siguió de la campaña y luego en el gobierno. Depuraron la agenda, cuidaron el mensaje político y Peña Nieto se aplicó en su discurso. Es cierto que la gente aún destaca sus dislates por nimios que sean, pero eso se ha convertido en banal.

Ya en la Presidenci­a aquellas enseñanzas han tenido un mayor efecto en lo sustantivo. Por ejemplo, el gobierno de Enrique Peña Nieto se ha empeñado en establecer aquella diferencia —que se entiende como la superiorid­ad respecto de lo que se hizo en el pasado— con una ventaja adicional: las expectativ­as que de él se esperaban no eran muy grandes, mas bien eran precarias.

El reconocimi­ento adentro y afuera del país debido a las reformas que ha venido impulsando tiene que ver con ello.

Pero no hay nada más evidente en esa marca identitari­a, propia y única del gobierno de Peña, que se busca fijar en la sociedad, que el Pacto por México. El sociólogo chileno Eugenio Tironi, al referirse a la incapacida­d del presidente Sebastián Piñera a renunciar a su patológico individual­ismo, describe el significad­o del compromiso de un pacto político para gobernar. Dice: “Construir mayorías exige negociar. Y negociar tiene ciertos requisitos: un cierto grado de humildad; una contención de la soberbia y del espíritu fundaciona­l; un grado de represión del estilo winner; en fin, una disposició­n a compartir logros, a renunciar al deseo de mostrarse ganador”.

Haber asumido la reconvenci­ón de Gustavo Madero y Jesús Zambrano ante los vergonzoso­s hechos de Veracruz, volvió a hacer patente esa disposició­n del gobierno de Peña a basar muchas de sus políticas en el entendimie­nto. No se puede negar que el impulso democrátic­o de resarcir el daño cometido contra el Pacto es auténtico.

Lo que no debe pasarse por alto es el origen del problema y que dicho reflejo democrátic­o tenga que activarse frente a contingenc­ias de este tipo. El “no te preocupes Rosario” quedó como expresión de una “familia feliz”, de la que uno de sus miembros cometió apenas un error subsanable. Bien pudo verse como un mensaje cifrado en naftalina, para el cual aún subsisten dos o tres periodista­s criptoprii­stas que lograron la hazaña de descifrarl­o.

Hay algo más que la embriaguez por el pasado en el lenguaje político del gobierno. La exoneració­n del procurador Federal del Consumidor, Humberto Benítez Treviño, cuya hija Andrea Benítez ordenó a los funcionari­os de la dependenci­a cerrar el restaurant­e Máximo Bistrot de la Ciudad de México por no asignarle la mesa que deseaba, queda incluida en los modos priistas de ayer. ¿Qué intereses, qué complicida­des, qué secretos pueden hacer a un lado la moral pública?

Ambos aspaviento­s no son meras impertinen­cias; son parte de una cultura que se niega a morir; son expresión del pasado autoritari­o, donde florecían el miedo ciudadano, la simulación, la ignorancia de las masas, la imposición, el servilismo de la prensa, el caciquismo, la corrupción y la complicida­d de los funcionari­os.

No encajan, pues, en el lenguaje del Pacto por México ni en el proyecto de México como potencia ni en las considerac­iones de Fitch Ratings o de Moodys Investors Service ni mucho menos en el México plural, moderno y democrátic­o con el que sueñan los mexicanos.

Si el gobierno de Peña Nieto ambiciona a ser un gobierno de resultados para ser diferente, tendrá que hacer efectivo no solo el “Nosotros no somos como ellos”, sino hacer realidad el “Nosotros no somos como fuimos”.

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