CARLOS FUENTES
A un año de su muerte, el cartujo recuerda a Carlos Fuentes. Lo admiró desde la adolescencia, cuando, con fascinación e inevitable zozobra, leyó Aura, esa novela breve poblada de fantasmas.
Jamás imaginó tener una conversación con él, preguntarle de sus libros, de los vaivenes políticos, de sus amigos, de sus adversarios, de sus hijos, de la muerte. Pero, quizá por pura suerte, la tuvo; conoció su amabilidad, la precisión y contundencia de sus respuestas, su discreto y lapidario sentido del humor.
Murió la mañana del 15 de mayo, dos meses antes el cofrade lo visitó en su casa de San Jerónimo. En noviembre de 2011 lo había llamado a Londres y la cita en México no fue sino para continuar la misma charla, de la cual ha elegido los siguientes conceptos de uno de los más grandes maestros de la literatura contemporánea:
“La amnesia cultural es una falla terrible, quienes la aprovechan son los pillos. Los políticos pillos se aprovechan de que la gente ‘ya no se acuerda’. Hay que recordar, hay que estar siempre alerta”.
“Los presidentes están rodeados de lambiscones, y todos le dicen: qué bueno lo que hace usted. Nadie le dice qué mal, váyase por otro lado, hay pocos que lo hacen y en consecuencia, hay un papel del intelectual, que no es el único, subrayo, que consiste en señalar otras posibilidades, otros caminos para resolver los problemas”.
“La cultura popular siempre ha estado ahí y depende del escritor cómo la emplea —aunque hay escritores que no la utilizan. Yo sí, La región más transparente está llena de diálogos de cantina, de burdel, y he seguido empleando esas modalidades a lo largo de mi obra. La cultura popular se basta a sí misma, pero en literatura se convierte simplemente en referencia a otra cosa”.
“Si no (leo a los jóvenes) me vuelvo viejo. Desde que comencé a escribir me ha importado el pasado de la literatura en lengua castellana, pero también su presente y su futuro. El futuro está en manos de los jóvenes, si no los leo no me entero de lo que es o va a ser el futuro”.
“Aplazo (a la muerte) constantemente. Tengo dos hijos que murieron, y claro que la tengo presente. Pero escribo en nombre de ellos, y de esa manera la aplazo o creo que la aplazo. Aquí me tiene usted a mi edad todavía escribiendo libros, no me he retirado ni pienso retirarme (…) Pienso escribir hasta el último día, y trabajar hasta el último día, el día que no trabajo me siento enfermo, me siento mal, me siento un güevón miserable. Creo que el trabajo es lo que lo mantiene a uno más o menos joven”.
“Nunca he tenido la intención de decir: ‘Ay, ya hice tantas cosas y me retiro’. No, siempre digo: ‘Ay, ya viene mi primer libro, que es el próximo, ojalá me resulte bien, ojalá le vaya bien’, porque escribo como si siempre fuera el primero. Por eso creo que voy a vivir muchos años a pesar de la voluntad y la fortuna”.
Querido cinco lectores, en estos días de azoro y horror, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.
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