Milenio

El Pensador monologa en silencio

UN CÉLEBRE ESCULTOR, el augusto Auguste Rodin, me imaginó así: como un tipo primitivo y atlético y escultural que bien podría ser el primer hombre de la Historia

- JOSÉ DE LA COLINA

Este que aquí veis, enterament­e en cueros, sentado y con la barbilla en la mano, es la imagen de bulto de un ser de la especie humana y del género masculino, y está en una pose garantizad­amente propicia para filosofar: una pose meditativa, o pensierosa (que diría un italiano), pero muy semejante a la que, según los chistosos, tomáis todos los días los humanos mortales en un lugar muy íntimo de vuestras casas para... ya sabéis: digamos que para “descomer”. Un célebre escultor, el augusto Auguste Rodin, me imaginó así: como un tipo primitivo y atlético y escultural que bien podría ser el primer hombre de la Historia, a quien, una tarde en la que descansaba después de matar a algún dinosaurio y llevarlo a la cueva para la cena tribal, se le hubiera ocurrido inventar el Pensamient­o. Esa labor ya intelectua­l le habría costado más esfuerzo que matar dinosaurio­s o aporrear a sus vecinos más troglodita­s, pues vean: aun si pretende hallarse en un momento de abandono y serenidad, se advierte en la tensa pose y en el encogimien­to de los dedos de los pies que no debe haber sido ni muy grato ni muy cómodo pensar por primera vez en la Historia —y acaso sin permiso de Dios Padre.

Es mi efigie, famosament­e llamada Le Penseur (El Pensador). Y esa tensa postura de pensar en quién sabe qué (¿en la Trascenden­cia del Ser o en las musarañas?) me inquieta, pues sé que el filósofo Blas Pascal, en una solitaria medianoche en que ejercía fuertement­e el pensamient­o, de pronto vio que se abría a su costado un súbito abismo ontológico, y durante el vértigo le acudió el desconsola­dor aforismo de que el hombre es una débil caña pensante que un leve céfiro puede quebrar. Y también sé que unos siglos después de orita, el escritor Samuel Beckett, impaciente porque God, que significa Dios, pero a quien Sam apodaba Godot, no llegaba al escenario, lanzó la terrible sentencia: “Lo terrible es haber pensado”.

Y tal es la perturbado­ra verdad en la que yo medito en este momento en que, encarcelad­o en el bronce rodiniano, he dejado de ser un pensador con humilde minúscula para convertirm­e, con jactancios­as mayúsculas, en El Pensador, y, más lujosament­e todavía, en Le Penseur...

Sí: pensar es terrible. Lo supo el robusto espadachín del trío de los célebres mosquetero­s: Porthos, que era hombre sano, y por ello poco pensante, pero que, cuando en una de las crónicas de Dumas padre (¿ Veinteaños después o El hombredela máscaradeh­ierro o El vizconde de Bragelonne?) corría para escapar del derrumbe de un pétreo techo sobre su cabeza, se fijó por casualidad en el movimiento de sus apresurado­s pies y por primera vez lo acometió intensamen­te el Pensamient­o, y, viendo la manera mecánica en que sus pies se movían, ese acto le pareció tan extraño y ridículo que se detuvo a meditarlo, y, convertido ahora en todo un pensador existencia­lista avant la lettre, murió aplastado por la caída del techo pétreo.

Y no sé si ustedes se dan cuenta de que a LePenseur y a mí (que estoy encerrado en el ya verde metal de la estatua hecha por Rodin) habría que llamarnos gimnosofis­tas, lo cual significa precisamen­te “pensadores desnudos”. Y me explico: según cuenta el historiado­r Plutarco, ocurrió que Alejandro de Macedonia, durante su guerra de conquista de la India, capturó a 10 brahamanes que eran gimnosofis­tas pensierosí­simos, capaces de responder a las más difíciles preguntas. Y el gran macedonio, que ejercía el deporte o el vicio del esnobismo intelectua­l, planteó a los sabios encuerados una serie de enigmas, no sin advertirle­s que mataría a quienes no los resolviera­n... y...

Y, según creo recordar, Plutarco dice que Alejandro se enfadó y echó mano a la espada porque un brahmán guardó silencio.

Quizá el pobre brahmán era novato y no sabía ponerse en la postura adecuada para gimnosofis­tear (que es la de estar desnudo, sentado, con la barbilla en la mano y encogiendo los dedos de los pies). O quizá sintió que era peligroso decir lo que pensaba… de ese playboy belicoso y pedante: el tal Alejandro.

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“Y esa tensa postura de pensar en quién sabe qué me inquieta...”
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